domingo, 14 de septiembre de 2014

Walsh: El paratexto y el falso paratexto, en la busca del verosímil

Ø     Introducción

               Si, tal como lo afirma Genette, el título está incluido dentro de los paratextos de un libro, desde la aparición de la literatura escrita y a través de su necesidad de distinguir a un texto de otro, el paratexto ha estado ligado a la letra escrita desde siempre. Sin embargo, como es natural, esta relación, con el paso del tiempo, se ha multiplicado y complejizado hasta desdibujar sus limites naturales. Así, si en los primeros albores, la única marca paratextual de los relatos homéricos servía para distinguir un poema de otro, ya en el Quijote nos encontraremos con una variedad de paratextos que cumplen múltiples funciones: Desde informar la taza (es decir, su precio de venta) estableciendo al libro como un objeto de mercado, hasta el prólogo, pasando por las dedicatorias, los agradecimientos, una serie de poemas satíricos, la fe de erratas, las autorizaciones, etc.
               En la definición que Maite Alvarado hace en su libro (titulado de forma homónima) sobre el paratexto afirma que éste podría definirse como “lo que queda de un libro u otro tipo de publicación sacando el texto principal”.[1] Páginas más adelante señala y enumera, apoyándose en el trabajo de Genette, los distintos tipos de paratextos existentes, desde los icónicos (todo tipo de “gráficos”),[2] hasta los verbales (título, dedicatoria, epígrafe, prólogo, índice, notas, bibliografía, glosario, apéndice).[3] Sin embargo, y tal como la autora indica, aunque más no sea parcialmente, utilizando como ejemplos el cuento de Rodolfo Walsh “Nota al píe” y la novela de Vladimir Nabokov Pálido fuego, definir el paratexto y analizar sus distintas funciones no es tan sencillo; muchas veces lo que se titula como “epígrafe”, “prólogo”, “glosario”, “apéndice” e incluso las notas al pie que acompañan al texto principal, forman parte ineludiblemente, y más allá de su ubicación espacial, de este último; con lo que se sella una contradicción difícil de esquivar entre la primera definición y la enumeración siguiente. Al considerar novelas como Talón de Hierro (1908), de Jack London –donde se lee un prefacio imposible, firmado en una fecha futura y en una ciudad inexistente, y se establece una cuantiosa serie de notas al pie que explican e informan acerca de los (ficticios) acontecimiento históricos previos al presente de la novela (ambientada en un futuro lejano al lector); La guerra de las salamandras (1936), de Karel Capek -en cuyas notas al pie se citan -falsos- recortes de diarios, reportajes, informes, etc., y en el quee su texto principal está acompañado de supuesta documentación probatoria como recibos, tickets y tarjetas personales- o Ciudad (1953), de Clifford Simak -en donde encontramos no sólo un “Prefacio del editor”, de un supuesto editor perruno que recopila los cuentos que presenta el libro, sino además una “Nota al primer cuento”, y otra al segundo, tercero, cuarto y así…, todas ellas análisis de los cuentos que luego serán narrados y que son en realidad cada uno de los capítulos en los que se divide la novela, a cargo de perros “antropólogos” que estudian el mito del hombre y su civilización-; al considerar, decíamos, estas tres novelas, como un mero muestrario de la voluminosa producción literaria del siglo XX, será difícil aceptar los ejemplos de Walsh y Nabokov como dos hechos aislados, excluibles de todo análisis y anecdotarios a la hora de estudiar el tema del paratexto, sólo porque “la literatura, es sabido, gusta de la transgresión”.[4]
               Tan dificultoso como eso será pensar, tal como lo hace Alvarado, a esos recursos como simples métodos cuyos propósitos no sean más que cuestionar “la extraterritorialidad de lo paratextual y su carácter subsidiario”,[5] en lugar de pensarlos en una forma, en primer lugar, de reclamar para el autor el absoluto derecho a la utilización de todos los espacios  y recursos posibles que el objeto libro permita; pero además, y por sobre todas las cosas, como un recurso textual para subrayar el endeble y borroso carácter (en una demostración fáctica de la postulación “tloneana” de Borges, a través de la invasión de la ficción a espacios de las páginas reservados a otros fines) de las fronteras que dividen al universo ficticio  del universo real.   

Ø     I) Ficción y realidad

               Para cuando Rodolfo Walsh publique su primera serie de cuentos, reunidos bajo el título de Variaciones en rojo (1953) el juego con los límites entre ficción/realidad - texto/paratexto, tal como lo señalamos, ya estaba planteado. En la serie de relatos, al igual que en su cuento de 1954, “Nota al pie”, también ya mencionado, Walsh contará con la complicidad del lector experimentado y buscará la sorpresa del menos avezado lector.
               El autor reconoce perfectamente los espacios en donde la lectura de los textos se establece de forma directa (es decir, sin la mediación del consabido “pacto ficcional”), y aquellos en donde la letra impresa es asociada directamente a la voz del autor.
               Así, el libro inicia con una especie de prólogo o prefacio titulado “noticia” en donde los límites entre ficción y realidad se mezclan, en un juego en el que el personaje principal, que se repetirá en cada relato, hilando la serie, toma atisbos de realidad: “sé que es un error –tal vez una injusticia- sacar a Daniel Hernández del sólido mundo de la realidad para reducirlo a personaje de ficción.”[6]
               El epígrafe[7] que acompaña al primer cuento tampoco peca de inocente: es el segundo paratexto en donde realidad y ficción se mezclan. La elección de una cita de un texto sagrado establece un doble vínculo a partir de la doble lectura que todo texto sagrado permite: la de su veracidad irrefutable como texto que se encuentra por encima del hombre; y la de su naturaleza mítica, a partir de la lectura que el mundo profano hará de ellos. Más aún, la coincidencia en los nombres del protagonista del relato y el personaje de la cita, permite recordar al lector la idea de que toda literatura surge, en última instancia, de la propia literatura, de la existencia de un relato previo (ya sea de origen histórico o ficcional, de naturaleza oral o escrita), sugiriendo que la naturaleza de Daniel Hernández quizá no esté en lo enunciado inicialmente en “la noticia”, sino en el mundo literario al que pertenece ese otro Daniel (el bíblico) que en el epígrafe se presenta, a través de una descripción que lo enlaza incuestionablemente a quien será el protagonista de los relatos. .
               En la página 12,[8] esta conjunción entre literatura y ficción volverá a surgir una vez más. Esta vez el recurso para mezclar ambos mundos será el de la creación de una nota el píe en la que se presentan en un mismo plano datos reales con otros pertenecientes al mundo ficcional. En un espacio de la página (el que ocupa la nota al píe) destinado a realizar aclaraciones históricas, contextuales, de traducción u otras, que colaboren en la comprensión del texto, y reproduciendo el formato convencional de dicho paratexto, Walsh acopla dos nombres de mundos distintos: el del poeta Oliver Holmes, autor verídico de las obras que se le adjudican y el del asesinado Raimundo Morel, mero personaje de ficción. En la enumeración de la obra (real) de Holmes es donde se intenta reforzar la idea de realidad acerca de Morel. Serán ellas, por así decirlo, las que construyan esta vez el puente entre ficción y realidad, conformando una cita “semiapócrifa”. Este constante ir y venir entre un escenario a otro, esta confusión, se plasmará aún más en la nota al píe de la página 17,[9] acompañada de la aclaración “Nota del Editor”, que, si bien en principio sería una marca especifica de su real función paratextual, subsidiaria al texto, no deja de invitar a la duda dado que el cuento centra su escenario en el mundo editorial (recordemos que tanto Daniel como Morel son correctores de pruebas) al que Walsh debía reconocer como extraño al público, siendo sobre ese mismo mundo sobre el que trabaja la aclaración de la nota.[10]

Ø     II) Escritura y oralidad

                      Aun cuando lo escrito pueda remitir a lo testimonial y la oralidad emplearse para la narración de relatos ficticios, el uso general de los registros nos lleva a asociar lo escrito al mundo de los libros y la ficción; la oralidad, a la cotidianidad y su experiencia, como relato vivo y directo. En la nota al píe que figura en la página 53, atribuida al editor (falso editor, personaje propio del relato, hecho incontrastable a partir de que su aparición –y la aparición de la serie de falsos paratextos que anuncia- es promovida por una confesión del personaje del comisario)[11] se observará uno de los grandes problemas de la literatura: el que plantea la dificultad de la transferencia de la vitalidad del registro oral al escrito.[12] En el cuento que trabajamos, el autor sostiene en la voz directa (viva) de Daniel Hernández las claves para la resolución del caso, a pesar de que con ello se incorpore al texto un obstáculo que de otra manera pudiera no presentarse, el de la dificultad de otorgar a la explicación la suficiente claridad necesaria. El problema hubiera podido evitarse con el reemplazo de la voz de Hernández por la del narrador omnisciente, armadas con atributos como los de la digresión, la reflexión, el salto temporal, la ejemplificación numerosa, las marcas textuales, etc., que le son propias. Todos elementos acotados o ausentes en la narración que simula la oralidad. El cuento confesará en la cita antes mencionada, la dificultad de seguir la compleja explicación a través de la abstracción y fugacidad de la palabra dicha. El recurso apelado, entonces, será el de la inclusión de un falso paratexto cuya función será la de remarcar a través de la enumeración aquellas informaciones relevantes sobre las cuales debiera detenerse el lector para la comprensión del misterio, y que dentro de la oralidad podrían pasar desapercibidas. Es ante este mismo problema que los paratextos icónicos (los cuadros de doble entrada, los facsímiles de las pruebas de imprenta) aparecen, aunque esta vez ya no sólo para resolver las debilidades del relato oral, sino además para resolver las dificultosa tarea de dar cuenta de cualquier realidad a través de la palabra, aún en su registro escrito.
                      En el resto de los relatos reunidos en Variaciones en rojo, los mismos mecanismos se repiten: la intertextualidad a través del epígrafe con el libro de Daniel (remitiendo a la posible génesis del personaje), los paratextos icónicos con los que se salve el vacío de la escritura (es decir, aquello para lo que la palabra no vasta), las híbridas notas al píe, siempre en el confuso límite entre el mundo subsidiario al texto (el mundo del dato real) y el mundo del texto mismo.
                       Será este límite, precisamente, el que resulte abolido en el ya citado “Nota al píe”, cuento publicado apenas un año después de los anteriores y de símil construcción a la serie de Variaciones en rojo (por lo que fácilmente podría considerarse dentro de esa misma serie). En este cuento, finalmente, el texto principal y el paratexto son, en todo sentido, una misma cosa. En el cuento resulta tan necesario el cuerpo principal como el supuesto paratexto (ubicado como nota al píe) ya no sólo para que el relato funcione, sino, incluso, para que  haya cuento.  

Ø      III) Realidad y ficción

               Cinco años después de la publicación de los cuentos señalados anteriormente Rodolfo Walsh iniciará con Operación Masacre [1958] una serie de títulos (¿Quién mató a Rosendo? [1969], Caso Satanowsky [1973]) en los que la narración se construye a partir de supuestos hechos reales que han permanecido ocultos o mal informados, promoviendo que el sentido fundamental del texto deje de caer en su literaturidad, para hacerlo en la denuncia de los sucesos que narra. En la “Noticia preliminar” a ¿Quién mató a Rosendo?, el autor aclara: “Si alguien quiere leer este libro como una simple novela policial, es cosa suya”.[13]. Ana María Amar Sánchez enlazará esta cita a un extracto del prefacio a París era una fiesta, de Ernest Hemingway, señalando que ambos autores ofrecen la posibilidad de que sus textos sean leídos en una dualidad ficción/no-ficción en la que ambas lecturas resultan compatibles[14]. Aquí agregaremos que en ambas citas la prioridad de lectura, la tácita, la que no debe aclararse (y por tanto se sobre entiende), la intrínseca, en definitiva, a cada una de esas obras es la de lo no ficcional. Con Amar Sánchez coincidiremos en su afirmación sobre “la imposibilidad de mostrarse [a la serie de obras antes referida] como un espejo fiel de esos hechos” ya que “lo real no es describible ´tal cual es` porque el leguaje es otra realidad e impone sus leyes: de algún modo recorta, organiza y ficcionaliza”,[15] tomaremos distancia, en cambio, cuando proponga la idea de que estos textos romperían con una “concepción del realismo en que verdad, realidad y verosimilitud se confunden, que cree en la posibilidad de que el lenguaje pueda registrar en forma inocente una ´realidad` sin grietas”,[16] sosteniendo, más bien, todo lo contrario, en cuanto toda la construcción de las obras en cuestión buscan a través de múltiples recursos (y el paratexto será clave entre ellos) aseverar la correspondencia absoluta de aquello que se narra con la realidad..
               Precisamente, y como elemento fundamental para que una vez establecida la denuncia y alcanzada la publicidad de los hechos narrados ambas tengan sentido, está la cuestión sobre la que previamente el autor debe trabajar imperiosamente: Aquella que gira en torno a la manera de conseguir que las palabras se vean ligadas irrefutablemente a la realidad. Como si entre unas y otra no pudiera haber distorsiones posibles, despejando toda duda acerca de la posibilidad de que cada situación narrada no dé cuenta de forma fidedigna e incuestionable de los hechos.[17] En la busca de este objetivo es que Walsh recurrirá al ya explorado y familiar paratexto, aunque esta vez en su más pura funcionalidad, simulando su incorruptibilidad y reservando los espacios físicos y formatos del paratexto para aquella información respaldatoria que sirva de prueba de lo narrado -olvidando que (y tal como en propios relatos él mismo lo ha demostrado) no existe en rigor una diferencia intrínseca entre aquel texto ubicado en el cuerpo principal y aquel que se acota a sus márgenes.
               Esta idea -la de la reutilización de un elemento familiar utilizado en otro ámbito (el de la pura ficción) esta vez con fines diferentes- que será la que promueva las observaciones que siguen, sobre el modo en que en la serie mencionada el paratexto se convierte en una fundamental legitimación de lo narrado, es enunciada también por Pedro Orgambide en su ensayo “La narrativa de Walsh”:

Rodolfo Walsh, paradójicamente, se inició en la narrativa escribiendo cuentos policiales, literatura de evasión. Pero como bien señala el crítico uruguayo Ángel Rama, esos relatos hoy pueden observarse como los antecedentes estructurales de sus obras de testimonio político. Poco importa si el autor renegó de ellos en su etapa de madurez. Ellos nos muestran no sólo el periodo de aprendizaje de Walsh narrador, sino que adelanta algunas de sus claves futuras. La lectura de Variaciones en rojo (…) parece probar la hipótesis de Rama. A la vez, dan las pistas sobre algunos procedimientos que Rodolfo Walsh reitera años más tardes: a) tomar un hecho como objeto de observación; b) interpretarlo desde varios puntos de vista; c) hacer notas –breves prólogos, apoyo gráfico, observaciones a píe de página- para forzar el punto de vista objetivo del autor.[18]

               Es en este sentido que se puede acusar a Walsh de cierta subestimación del lector. En cuanto existe tanto en Operación Masacre, como en ¿Quién mató a Rosendo? y el Crimen de Satanowsky, una presentación del paratexto como si el de un elemento unívoco se tratara; exigiendo una lectura inocente, a la cual se le demanda confiar en la veracidad de lo escrito, simplemente por presentarse como elementos subsidiarios al texto, fuera del espacio reservado al universo de la ficción. Asumiendo que la no ficcionalidad del paratexto es un valor incuestionable.
               Sin embargo esta manipulación, es necesario aclararlo, debe ser vista dentro de la doble vinculación entre realidad y ficción, o realidad y palabra, ya que la palabra no es otra cosa más que una representación (un simulacro) de la realidad. Y si bien es indiscutible que ninguna realidad, ni porción de la realidad, puede ser aprehendida por ella, no por eso deja de ser cierto que los hechos y la realidad necesitan de las palabras para tomar fuerza, y que a veces su enunciación (incluso inexacta y parcial) es lo que la salva del ocultamiento y el olvido. Si Walsh entiende que hay una verdad que debe ser transformada en palabra escrita, aún cuando esta no pueda abarcarla, es porque aquella puede resultar más fuerte incluso que la realidad, sostenida apenas por la fragilidad de nuestra memoria.[19]

Ø      III) a) Operación Masacre

               La vigésima edición de Operación Masacre, correspondiente al año 2000 a cargo de Ediciones de la Flor, es un volumen repleto de paratextos.[20] Esta edición, (que será la que utilizaremos) consta de una introducción a cargo de Osvaldo Bayer, un prólogo del autor, y un apéndice. Este último, una recopilación (salvo por los apartados que abren y cierran la sección: “Operación en cine” y “Carta abierta de un escritor a la junta militar”) de los paratextos que han sido publicados en las distintas ediciones precedentes: un prólogo, una introducción, un “obligado apéndice” y un “provisorio epílogo”, de la primera edición; el epílogo, de la segunda; y un “Retrato de la oligarquía dominante”, presentado como “fin del epílogo de la tercera edición”.
                La ubicación de cada uno de los mencionados paratextos condicionan las lecturas subsiguientes, de manera que en la selección del ordenamiento de prólogos, epígrafes, etc. existe una selección y condicionamiento del modo y la forma en que se inicia la lectura del texto principal.[21] La ubicación de los prólogos de ediciones posteriores a la primera edición, al final del volumen permitirá enlazar al texto principal a ese primer prólogo escrito por un Walsh muy distinto al que se convertirá cuando lo reencontremos al finalizar el libro.[22] Un autor que pareciera escribir las páginas de Operación Masacre desligado de cualquier ideología política. Lejos del Walsh que cierra el volumen con su Carta abierta de un escritor a la junta militar, e incluso del que escribe sobre la muerte de Aramburu: un Walsh politizado. Al escoger únicamente al prólogo original como lectura antecesora, se presenta al lector un relato que ha sido escrito por alguien que juega al ajedrez, y lee literatura fantástica, ajeno a la política, al que leemos confesar en primera persona que “Valle no me interesa. Perón no me interesa, la revolución no me interesa”.[23]
               El condicionamiento que implica tal afirmación no es poco, porque presenta al relato como un texto producido por un escritor neutral, que no se encuentra parado en ninguna vereda política, que no está a favor ni de unos ni de otros, y por tanto no cuenta con razón alguna para inclinar la historia, ni  transgiversar los hechos. Toda voz neutral se ubica siempre más cerca de la verdad que las campanas de las partes. Esta neutralidad política, además, encuentra apoyo y complementación en el otro paratexto (quintando la dedicatoria y el epígrafe, menores en comparación) que prepara al lector para el abordaje del texto principal. Allí, Bayer, entroniza la figura de Walsh, y se preocupa, especialmente, por destacar ante todo (incluso aún ante su indiscutida calidad literaria) su ética, cuidando de que esas primeras señales del autor no puedan teñirse de cualquier connotación política posible. Bayer dirá en líneas subsiguientes: “Él tampoco es un héroe de película, sino solamente un hombre que se anima”,[24] pero ha hecho todo lo posible para que nos dé la impresión de precisamente lo contrario, con una descripción épica que envidiaría cualquier héroe de telenovela:

No tengo otra forma de definir a Rodolfo Walsh que tomar la frase de Madame de Staél referida a Schiller: “La conciencia es su musa”. Su conciencia lo seguía a todas partes. (“Me siento insultado, como me sentí sin saberlo cuando oí aquel grito desgarrador detrás de la persiana.”) Ése es el parámetro de su vida: su conciencia. Predestinación de mezclarse con la vida, de meterse. No fue consciente, tal vez, de su predestinación. La sangre que circulaba por sus venas no lo dejaba tranquilo con los productos que le depositaba en el cerebro. Sus mejores cualidades literarias fueron alma y humanidad. (...). Sí, porque Rodolfo Walsh era de Choele-Choel y había cabalgado doscientos kilómetros para salvar el caballo de su padre muerto.[25]

               Difícil no inclinarse ante esa última imagen de un hombre que recorre sólo y a caballo doscientos kilómetros. Ante ese sacrificio que se realiza únicamente para salvar la vida un caballo que le perteneciera a su padre, que encima ya ha muerto.
                       
                    Entre los paratextos ubicados dentro del texto principal, que se encuentra dividido en tres partes (“Los personajes”, “Los hechos” y “La evidencia”) podríamos distinguir por un lado aquellos que se ocupan de la primera y segunda parte y aquellos que trabajan sobre la restante por otro. Sin embargo, la diferencia entre “Los personajes” y “Los hechos” y “La evidencia” no refiere únicamente a lo paratextual, ya que desde la propia narración hay una marca distintiva ineludible, que consiste en la diferenciación del tipo de narradores, siendo (salvo contados casos excepcionales) el de la tercera persona omnisciente para unos, el de la primera singular para el otro.
               En esa tercera persona omnisciente se esconde una clave del relato, ya que es precisamente en esa voz, que lo sabe todo (aún aquello que hubiera sido imposible saber, por más ardua investigación llevada a cabo) en donde se apoya la ficción que articula e hila el relato. De hecho, en estas dos primeras partes del libro lo que se narra no es el desarrollo de una investigación, su recorrido, sus procederes, sus obstáculos, sus barreras, sus callejones sin salida, sus idas y vueltas… sino, muy por el contrario, un mundo cerrado, preciso, completo, donde no hay espacio para el hueco ni el vacío. Todo aquello que no pueda documentarse, que no pueda saberse, se encuentra reconstruido por la imaginación del autor: por sus conclusiones, sus conjeturas, sus conexiones, omitiendo permanentemente la marca de la primera persona, reflectora de un universo y una mirada limitada. Sin embargo esta elección no sólo se encuentra relacionada a estas debilidades de la primera persona, sino que además ha sido resuelta para reservar a esa figura (la de la primera persona) un papel especial que desempeñará en los paratextos de estas dos primeras partes, fundamentalmente en las notas al píe. Será allí donde la voz de la primera persona salga a relucir para aclarar dudas, aportar pruebas, presentar documentación o cerciorar datos (aunque en realidad la propia naturaleza del objeto libro no permita ninguna de esas operaciones). Aún así, el tipo de narrador de cada nota al pie cambia, porque lo que simula es el cambio de voz de quien escribe, dejando de lado al narrador omnisciente, que relata en tercera persona, para presentar la auténtica voz del autor, de un supuesto Rodolfo Walsh (ese ser que se nos ha presentado en la introducción y prólogo repleto de ética y neutralidad) para respaldar lo que (él mismo) se encuentra narrando. De esta forma las notas al píe funcionan como garante del texto, aún –son las magias que las características naturales del paratexto en cuestión permiten- cuando exista una relación imposible, una contradicción irreparable, en que alguien salga de garante de sí mismo. Salvo que aceptemos ese juego disociativo que establecería que uno es el Walsh que escribe el cuerpo principal del relato (el Waslsh-narrador) y otro el que aclara a través del texto subsidiario (un Walsh-comentarista, encargado de las notas al píe). Dos notas al pie sirven de ejemplo:

La reconstrucción de esta escena está basada en testimonios indirectos. Meses más tarde el propio Gavino, en declaración firmada que obra en mi poder, la confirmó con estas palabras “... siendo en su mayoría golpeados, especialmente el suscripto, por el señor jefe de Policía, quien me aplicó varios culatazos en la cabeza, boca y tetilla izquierda, hasta hacerme caer al suelo, emprendiéndome él y varios vigilantes a puntapiés, gritando a viva voz, decí dónde está Tanco o te mato. Cuando se cansaron de golpearme, el señor Jefe me levantó de los cabellos arrancándome gran cantidad, diciendo: Así que vos sos el famoso Gavino, esta noche te fusilamos. A continuación me revisó los bolsillos, quitándome mi cédula de identidad y unos 500 pesos, que nunca me fueron devueltos”.[26]

En su declaración, Gavino nombra a los presos, inclusive a “N. N. un hombre joven, de aproximadamente 35 años, rubio y de bigotes”, que debe ser Giunta. Pero omite a Mario Brión. En cambio, la declaración conjunta de Troxler y Benavídez (también en mi poder) nombra a “Mario N.”, pero omite a Giunta. La explicación que se me ocurre es ésta: Gavino, Troxler y Benavídez no conocían con anterioridad a Brión ni a Giunta. Entre estos dos, hay cierto parecido físico. Al verlos en momentos sucesivos dentro de la penumbra del camión, llegaron a identificar el uno con el otro, haciendo de dos personas una sola.[27]
                   
               Lo que cabría preguntarse aquí, en primer lugar, es: si la autoría de uno y otro texto, del cuerpo principal y de la nota al pie, corresponden a la misma mano, ¿por qué la necesidad de ubicar entonces las aclaraciones y demás a la parte inferior de la hoja, a una zona subsidiaria? ¿para qué el cambio de persona en la narración? Y también, ¿qué es lo que aporta de especial la letra impresa en cuerpo menor, en el margen inferior de la página, que convierte a la frase “en declaración firmada que obra en mi poder” en un enunciado excluido de toda ficción y por tanto legitimante? ¿Quién o qué asegura, en realidad, la certificación de ese testimonio, e incluso su existencia? O en la segunda cita, ¿por qué no incluir la contradicción en el relato principal e instalar allí la duda?
               Es fundamental que quede claro que lo que se cuestiona aquí no es, de ninguna manera, la veracidad de lo narrado, ni de los hechos acaecidos, mucho menos de los fusilamientos, sino, simplemente, de los artilugios que utiliza el autor para hacer pasar por verdad irrefutable, lo que no es otra cosa que un relato, construido por palabras, limitadas por su propia naturaleza, que no es otra, al fin y al cabo, que la de la mera ficción.
               Coincidentemente, en la última parte del relato (“La evidencia”) es donde la primera persona en singular como instrumento de la narración aparece. Es allí donde la voz narradora acepta su debilidad, precisamente en donde la narración como reproducción legítima de la realidad se hace más fuerte. Donde abunda la evidencia, ante la cual, además, el lector confía; en gran parte, porque el autor se ha presentado como una figura neutra y apolítica, cuyo único objetivo es el de retratar lo ocurrido. En este segmento final, los paratextos sólo funcionan como notas aclaratorias, lógicas, por otro lado, ya que esta vez, a diferencia de las anteriores, los apartados sirven para distinguir la voz del narrador, de la voz de las pruebas (testimonios, documentos, folios, etc.) que se presentan. Salvo, claro, por ese paratexto principal, que es el título, y que sentencia de manera inequívoca la naturaleza de aquello a lo que inmediatamente accederemos: Las pruebas irrefutables de su veracidad, es decir, “La evidencia”. Lo curioso es que paradójicamente en esta última parte es donde Walsh parecería guiñarnos el ojo, dejando al descubierto sus cartas.
               En el hecho de que se incluya bajo este título no sólo el “Epílogo”, sino además el apartado “Aramburu y el juicio histórico” puede leerse una clave; en el hecho de que no existe una relación fáctica, directa, entre el título y texto lo que marcaría que una cosa es la carátula y otra el contenido. No importa lo que nos señale o advierta el paratexto que denomina a la obra, o a una parte de ella, porque el vínculo que las une es puramente arbitral y depende del autor. De hecho, la inclusión de ese texto intruso que es “Aramburu y el juicio histórico” en una sección titulada “La evidencia” lo prueba, ya que no hay manera alguna de que un ensayo acerca del fusilamiento de Aramburu, ocurrido 14 años después, sirva de prueba en relación a los fusilamientos narrados.[28] Pero además, porque anula el carácter neutro y apolítico con que se presentara en un comienzo el autor –y por consiguiente a la obra- agregando un texto sobre un acontecimiento, como lo fue el fusilamiento de Aramburu, de esencia y conformación puramente política. .
               La última serie de paratextos incluida en la edición, bajo el título “Apéndices”, está compuesta por textos a cargo del autor, aunque incluida en el libro por decisión del editor. El primero de ellos, “Operación en el cine”, presenta  un extracto de la película filmada en 1971 por Jorge Cedrón. En él se liga íntimamente al film con el libro, al punto que el propio Walsh introduce un extracto del guión debido a que “completa el libro y le da su sentido último”.[29]  De esta manera, el carácter neutro y apolítico con que fuera presentado el relato según viéramos, vuelve a ser puesto en tela de juicio, en el momento en que el autor se detiene en los orígenes del film: “La película se terminó en agosto de 1972. Con el concurso de Juventud Peronista, peronismo de base, agrupaciones sindicales y estudiantiles.”[30]. De forma que resulta casi imposible no pensar la película y el extracto del guión, en definitiva, como un texto, al menos, semipartidario.
               En los tres elementos paratextuales siguientes, el “Prólogo a la edición del libro (de la primera edición, julio de 1957)”, la “Introducción (de la primera edición, marzo de 1957)” y el “Obligado apéndice (de la primera edición, marzo de 1957)”, queda marcada la primigenia naturaleza del libro, distinguiendo su publicación original, como una serie de artículos, de su edición como libro. En el segundo, además, Walsh da detalles de cómo ha surgido el libro, los pasos seguidos en la investigación, etc., en un texto que se enlaza nítidamente con el prólogo que se ha presentado de forma precedente a la lectura del texto principal (ubicado en la página 8). En este sentido, la decisión editorial de desdoblar los paratextos, presentando un segmento de ellos al principio del libro y otros al final, respalda la hipótesis acerca de la necesidad de presentar los hechos denunciados dentro de una narración unívoca, construida únicamente a partir de los sucesos y personajes relatados, como si detrás de ellos no existiera otra cosa. Si consideramos que dicho proceso se vería afectado al ofrecer antes de la lectura de lo que se denuncia los pasos e instrumentos que se han utilizado para construir esa verdad, tal como Walsh en la “Introducción (de la primera edición…)” y el “Obligado apéndice (de la primera edición…)” lo hace, resulta clara la razón de el porqué ubicar tales paratextos en la parte final del libro.[31]
               Los otros tres paratextos que siguen (aunados por su propia pertenencia al libro –cada uno de ellos cierra una edición)[32] abren paso al costado más personal del autor. En  ellos Walsh reflexiona acerca de sus intenciones originales al escribir la obra y los efectos conseguidos con su publicación. Aunque lo interesante aquí es que con cada nuevo epílogo Walsh emula el proceso anteriormente descripto, en el que la neutralidad, la ingenuidad y lo apolítico aparece oculto en los primeros textos para ir aflorando paulatinamente, volcando en cada epílogo una connotación política cada vez más fuerte, reproduciendo un modelo de lectura en que la intencionalidad política siempre queda relegada, tomando fuerza recién en las páginas finales. Lo que permitiría observar no solamente la evolución del pensamiento político del autor, sino además un marcado interés en evitar la contaminación política de lo narrado. Así, de la naturaleza del oficio (“tanto entonces como ahora creo que el periodismo es libre, o es una farsa, sin términos medios”),[33] la enfatización del rechazo a las revoluciones (“En ese momento supe lo que era una revolución, su faz sórdida que nada puede compensar. Y la odié con todas mis fuerzas, a esa revolución. Y, por reflejo, a todas las anteriores, por justas que hayan sido”)[34] y la mención del “jefe de Policía de la provincia de Buenos Aires, teniente coronel Desiderio Fernández Suárez”[35] como único nombre propio; se pasará a volcar la responsabilidad de los hechos a una “oligarquía dominante” culpable no sólo de estos sino de todas “las torturas y asesinatos que precedieron y sucedieron a la masacre de 1956”,[36] para luego hacer referencia a la “lucha de clases”, oponiendo a aquella denominación las de  “peronismo” y “clase trabajadora”.[37]
               Este modelo, que sirve de idea vectora a través de la cual se incluyen y ordenan los distintos paratextos del libro, encuentra su corolario en la inclusión (un tanto anómala, teniendo en cuenta su escasa relación con los fusilamiento de José León Suárez) de “La carta abierta de un escritor a la Junta Militar”, que es, por  naturaleza propia, un manifiesto político, y es el texto elegido por los editores para dar cierre al volumen.          

Ø      III) b) ¿Quién mató a Rosendo? y Caso Satanowsky

               En los títulos que completan la serie, la mayoría de los recursos analizados en Operación Masacre se repiten.
               En ¿Quién mató a Rosendo? se introduce una “Noticia Preliminar” en donde figura la ya mencionada cita: “Si alguien quiere leer este libro como una simple novela policial, es cosa suya”,[38] que pone la función denunciante del texto por sobre la literaria. Se anuncia, además, la inclusión de un capítulo que “resume la evidencia disponible”,[39] ausente en la publicación periodística del texto y se incluye el capítulo “El vandorismo”, que conformará al libro como tal, otorgando un contexto necesario, aprovechando la exclusividad y amplitud del espacio que permite el objeto libro, y que el medio periodístico no ofrece. Pero además, apostará una vez más al desdoblamiento de su persona y el desentendimiento del trabajo de la construcción del texto, al remarcar que a los protagonistas de su historia “no los conocen ni los escritores ni los poetas”,[40] como si lo que leeremos no fuera consecuencia de la producción de un escritor, dando a entender, no sólo su no pertenencia a la raza literaria sino también la idea de que esos hechos no precisan escritores, porque se han construidos solos, no a fuerza de palabras y representaciones, sino con la pura materia de la realidad, a pesar de que eso se torne imposible. Para subrayar la materia fáctica de la trama y despejar cualquier sospecha de contaminación procedente del universo ficcional es que el paratexto cierra con una frase categórica que no deja espacio a la duda “Las cosas sucedieron así”.[41] Así, y no (nunca, jamás) de otra manera.
              
               A diferencia de Operación Masacre, en cambio, el texto principal (dividido en 3 capítulos “Las personas y los hechos”, “La evidencia”, “El vandorismo”) adolecerá, prácticamente, de paratextos, al apoyarse su lectura en el modelo ya propuesto, en el que el plano ficcional es dejado de lado y todo se lee como si no fuera otra cosa más que el fiel reflejo de la realidad. Por si fuera poco, además, el título de los primeros capítulos afirman esta idea, al subrayar que son “hechos” lo que se está narrando, elegir el termino “personas” resaltando su condición de seres reales (en oposición a “personajes”) y el segundo capítulo se titula “Evidencia”, certeza clara y manifiesta de lo que no se puede dudar.
               Paradójicamente, los paratextos de mayor dimensión, un croquis acompañado por una nota al píe de carácter explicativo ubicados en las páginas 130 y 120, respectivamente, se ubican en ese segundo capítulo, a pesar de que, según la propia nota, no son evidencia de nada al reconocer que “el proyectil número 4” es sólo “probablemente el que atravesó la espalda de Rosendo García, dándole muerte”.[42] Aún así, la decisión de incorporar –en especial en este segundo capítulo- los testimonios recogidos y sus referencias (número de folio del expediente judicial en que se encuentra tal o cual entrecomillado) al texto principal indica un cambio en la forma en que se ha construido el libro, como si esta vez el autor sintiera que ya ha ganado el crédito suficiente como para prescindir de la necesidad de dar pruebas y aclaraciones a través de textos subsidiarios de todo lo que afirma; conocedor, al fin y al cabo, de que ni los distintos tipos de fuente, ni de tamaño, ni la ubicación, ni el formato del texto conseguirán impregnarlo de mayor realidad..
               La edición de ¿Quién mató a Rosendo? cierra con el agregado de un “Epílogo del editor” que sirve para apuntar los distintos destinos de los personajes en fechas posteriores a la muerte del autor.
                
               En Caso Satanowsky la fuerza del verosímil impresa en lo paratextual recae ya desde el principio en el propio título del libro y, aunque en Operación Masacre también esto esté presente a través de la connotación del término “operación” (frecuentemente utilizado para denominar acciones bélicas o policiales), en este caso, la elección de un título, que se asocia inmediatamente a la jerga judicial, simula, ante el lector, la presentación de un expediente, en lugar de una obra ficticia. Para reforzar la idea, además, el título se verá acompañado de una serie de paratextos que (ya sean elegidos por el propio Walsh, ya sea por la editorial) se presentan en la tapa y contratapa del volumen, y consisten en tres elementos iconográficos (las reproducciones de la carátula de un expediente de la “Secretaria de informaciones de estado” en la tapa, una supuesta copia de la credencial de Américo Pérez en la contratapa, la reproducción de un sellado con la leyenda “CASO SATANOVSKY” cual si de folios de un expediente se tratara en ambos) que dan fuerza a la impronta del texto judicial (texto no ficcional, texto probatorio) que se le intenta aplicar al libro.
               También desde el título, y como para no dejar dudas acerca de la naturaleza de lo que se está narrando, el primer capítulo del libro tendrá la denominación “Los hechos” (mismo título que el capítulo segundo de Operación Masacre y termino que aparece en el primero de ¿Quién mató a Rosendo?). Antecediendo a la lectura, y en otro proceso que se repite, Walsh ubica un paratexto que presenta la obra; en este caso se trata de un texto titulado “Ubicación”, que bien podría servir de prólogo o de prefacio; aunque en ningún momento se encuentre denominado como tal. La inclusión sirve para dar forma y unidad al libro, enlazando su texto principal con el presente (los acontecimientos narrados datan de 1958 y han sido publicados como artículos en la revista Mayoría. El paratexto data de 1973) conectándose con el capítulo final “Las enseñanzas”. Y sitúa, al mismo tiempo, a la producción en un segmento político determinado en las líneas finales que sirven como dedicatoria: “Esta edición del Caso Satanowsky va dirigida, pues, en primer término, a los compañeros que desde las comisiones internas, las Agrupaciones de Base y en particular al Bloque Peronista de Prensa, combaten diariamente a la raza de los envenenadores de conciencias: nuestros patrones”.[43]
               Finalmente, como en ¿Quién mató… los elementos paratextuales se verán reducidos al incluir los testimonios y pruebas al cuerpo principal del texto, utilizando entrecomillados, o, de ser necesarios, cambios en el tipo o tamaño de fuente, pero siempre incluidos dentro del texto y no en sus márgenes. Aunque en comparación con aquel libro las notas al píe resulten abundantes, y reproduzcan varias de las estrategias utilizadas en Operación Masacre, para intentar brindarle al texto una mayor carga de realidad.
               En la edición original del libro (la trabajada) las notas al píe se encuentran ubicadas al final del volumen, de forma corrida, facilitando la fluidez de la lectura para quien quiera prescindir de ellas. En este sentido, el espacio elegido para situarlas responde a una minimización de su relevancia, al demandar del lector un esfuerzo extra para su lectura. Si al ubicar al texto subsidiario en el margen inferior de la página ya se demanda una interrupción de la lectura y un movimiento visual de detección, al llevarlas al final del libro ese movimiento, así como el lapso de interrupción de lectura, se agiganta.
               Algunas de esas notas al píe cumplirán con la función habitual de referencia bibliografía, como los son las dos primeras, o las ubicadas en la página 110. En cada uno de estos casos la información que se agrega es el diario o revista en donde han salido publicados los artículos o extractos citados.
               Otras, en cambio intentarán reforzar la relación entre palabra y realidad. La mayoría de ellas abusando del recurso ya mencionado, por el cual el mismo autor sale de garante de sí mismo, al exigir ante la posible duda sobre lo narrado, un acto de fe hacia el comentarista (que en rigor no es otro, sino el mismo de quien se duda) que nos asegura en el paratexto que tales y cuales copias u originales o testimonios se encuentran en su poder, o incluso citándose como testigo de su propio relato, como si esos meros hechos bastaran para certificar su realidad.[44]      



Bibliografía
                                                                                                      

Alvarado, Maite: El Paratexto. Editado por la Oficina de publicaciones del C.B.C. de la Universidad de                Buenos Aires. Buenos Aires. 1994.
Amar Sánchez, Ana María: El relato de los hechos. Beatriz Viterbo Editora. 1992. Buenos Aires
Ferro, Roberto: “Operación Masacre, investigación escritura”, en Textos de y sobre Rodolfo Walsh.                Editorial Alianza. 1999. Bs. As.-Madrid
Gringauz, Lucrecia: “Operación Masacre, ese libro”, en revista Questión, Vol. 1 (octubre-diciembre 2013).
Hernaiz, Sebastián: “Operación Masacre: hay un editor que escribe”. Disponible en:

Ogarmbide, Pedro: “La narrativa de Walsh”, en Rodolfo Walsh, vivo. Ediciones de la Flor. 1994. Buenos                Aires.
Piglia, Ricardo: Extracto de la conferencia “Tres propuestas para el próximo milenio (y cinco                dificultades)”. Leída en Casa de las Américas, Ciudad de la Habana, 2000. Transcripta en revista                digital “Cacharro(s)”. Enero-Febrero 2004. La Habana.
Pompillo, Gloria y Urtasun, Marta: “Operación Masacre y las estrategias de persuasión”, en Textos de                y sobre Rodolfo Walsh. Editorial Alianza.
Walsh, Rodolfo: ¿Quién mató a Rosendo?. Ediciones de la Flor. 2010. Buenos. Aires.
Walsh, Rodolfo: Caso Satanowsky. Ediciones de la Flor. 1973. Buenos Aires, Argentina.
Walsh, Rodolfo: Operación Masacre. Ediciones de la Flor. 2000. Buenos Aires.
Walsh, Rodolfo: Variaciones en rojo. Ediciones de la Flor (1954) 2012. Buenos Aires.




[1] Alvarado, Maite: El Paratexto. Editado por la Oficina de publicaciones del C.B.C. de la Universidad de Buenos Aires. Buenos Aires, 1994. Pág. 17.
[2] Ídem: Pág. 43.
[3] Se puede observar la numeración en el índice (pág. 108) de ídem.
[4] Ídem: Pág. 21.
[5] Ídem: Págs.: 20-21.                                                                                                     
[6] Walsh, Rodolfo: Variaciones en rojo. Ediciones de la Flor (1954) 2012, Buenos Aires. Pág.: 6.
[7] Ídem: Pág.: 9. El epígrafe dice: “Entonces Daniel fue traído delante del Rey. Y habló el rey y dijo a Daniel: ´Y yo he oído de ti, que puedes declarar las dudas y desatar dificultades. Si ahora pudieras leer esta escritura, y mostrarme su explicación, serás vestido de púrpura, y collar de oro será puesto en tu cuello, y en el reino serás el tercer señor”.
[8] Walsh, Rodolfo: Op. Cit.
[9] Ídem.
[10] Páginas más adelante se resolverá la duda. En la página 53 otra nota al pie, evidentemente ficticia, llevará también la marca, supuestamente aclaratoria, “Nota del editor”.
[11] Esta es la cita completa de la nota al píe:

Resuelto el problema, el comisario confesó que el pronóstico de Daniel Hernández le había parecido algo exagerado. Como al lector puede sucederle lo miso, y en bien de la exactitud, iremos numerando a un costado de la página cada una de los catorce eslabones que constituyen la toería de Daniel Hernández, cada una de las catorce conclusiones que se van desprendiendo ineludiblemente de la inferencia inicial, y que según sus propias palabras colocan al problema en un plano rutinario, donde la solución es accesible a todo el mundo. (Nota del editor). [Walsh, Rodolfo: Op. Cit.]

[12] La cuestión abunda en la obra de Borges, en las múltiples inclusiones de supuestos narradores orales en cuyas voces se originan los relatos que luego serán volcados al papel por un segundo narrador (“La intrusa”, “Juan Muraña”, “Historia de Rosendo Juárez”, “El indigno”, “El otro duelo”, en El informe de Brodie; “La promesa”, “El estupor”, en El oro de los tigres; o “La forma de la espada”, en Ficciones, por nombrar sólo algunos). También en el estilo que popularicen Benedetti o Fontanarrosa y que generaría cuantiosos herederos (Sacheri, por caso, entre tantos otros), en donde se simula el habla directa al lector, plagando al relato de vicios propios de la oralidad, aun cuando en la escritura carezcan de todo sentido. Al respecto de la obra de Walsh, Ricardo Piglia notará que la oralidad es la voz del testigo y que es sobre ese testimonio oral sobre el cual Walsh se apoyará a la hora de construir (es decir, de narrar) una verdad que se encuentra oculta por las versiones del Estado: 

El narrador entonces es el que sabe transmitir esas voces. En ¿Quién mató a Rosendo? hay momentos extraordinarios en esa representación del decir. Esa voz que se oye tiene el tono de la voz popular. Es la oralidad que define un uso del lenguaje, una manera de frasear. Walsh, básicamente, escucha al otro. Sabe oír esa voz popular, ese relato que viene de ahí, y sobre ese relato trata de acercarse a la verdad. [Piglia, Ricardo, extracto de la conferencia “Tres propuestas para el próximo milenio (y cinco dificultades)”. Leída en Casa de las Américas, Ciudad de la Habana, 2000. Transcripta en revista digital “Cacharro(s)”. Enero-Febrero 2004, La Habana. ]

[13] Walsh, Rodolfo: ¿Quién mató a Rosendo?, Ediciones de la Flor, 2010. Buenos. Aires. Pág.: 9.
[14] Amar Sánchez, Ana María: El relato de los hechos, Beatriz Viterbo Editora. 1992. Buenos Aires. Pág.: 18. La cita a Hemingway es la que sigue:

Si el lector lo prefiere, puede considera el libro como obra de ficción. Pero siempre cabe la posibilidad que un libro de ficción arroje alguna luz sobre las cosas que fueron antes contadas como hechos. (Prefacio a Paris era una fiesta, Barcelona, Seix Barral, 1964, Pág. 7)

[15] Ídem: Pág.: 19.
[16] Ídem: Pág.: 22.
[17] Acerca del convencimiento sobre la veracidad de lo narrado trata el trabajo de Gloria Pompillo y Marta Urtasun, “Operación Masacre y las estrategias de persuasión”, publicado en Textos de y sobre Rodolfo Walsh, de Editorial Alianza.  
[18] Orgambide, Pedro: “La narrativa de Walsh”, en Rodolfo Walsh, vivo, Ediciones de la Flor. 1994, Buenos Aires. Pág.: 76.
[19] Al respecto escribe Ferro:

Cuando la viuda de Rodríguez dice que no sabe, se muestra  uno de los tantos fragmentos desasidos de sentido de la masacre. Los hechos sólo pueden recuperar su sentido, pueden aparecer como realmente acaecidos, si se construye un discurso que sostenga esa memoria. Desde la perspectiva del 20 de enero (fecha de la entrevista), a siete meses de la muerte de sus esposo, el fusilamiento no ocurrió para ella si no se lo reconstruye, y una vez reconstruido se le otorga sentido a través de un discurso que lo haga público.
(…)
A partir del 23 de diciembre, cuando en Propósito se publica la denuncia judicial de Livraga, un suceso acontecido seis meses atrás –ignorado hasta el momento, acallado sistemáticamente, borrado de toda posibilidad de circulación fuera del rumor- comienza a ser recuperado ante la sociedad argentina. [Ferro, Roberto: “Operación Masacre, investigación   escritura”, en Textos de y sobre Rodolfo Walsh, Editorial Alianza. 1999. Bs. As.-Madrid]

[20] La vigésima no es la última edición, aunque en aquellas que le siguieron no hay modificaciones a ésta ni textos adicionales.
[21] Sebastián Hernaiz, en su nota “Operación Masacre: hay un editor que escribe”, se explaya acerca de la función del editor en el libro, y la forma en que condiciona la lectura: “Un nuevo paratexto, entonces, resignifica al texto enmarcado, organiza nuevas formas de significar y de relacionarse con su presente. Un nuevo paratexto, entonces, que incorpora, a los sucesos de los que da cuenta la historia de 1957, nuevos hechos del presente”. Texto completo disponible en: 
http://des-ordenes.blogspot.com.ar/2010/06/operacion-masacre-hay-un-editor-que.html?showComment=1397918678268#c1331877001453849220
[22] Ricardo Piglia ha sostenido:

Pero a la vez en Walsh el relato de no-ficción avanza hacia la verdad y la reconstruye desde una posición política bien definida. Esa reconstrucción supone una posición nítida en el plano social, supone una concepción clara de las relaciones entre verdad y lucha social. En este sentido, los libros de no-ficción de Walsh se distancian de la versión más neutra del género tal como se practica en los Estados Unidos a partir de Capote, Mailer y lo que se ha llamado el "nuevo periodismo". En Walsh obviamente el acceso a la verdad está trabado por la lucha política, por la desigualdad social, por las relaciones de poder y por la estrategia del Estado. [Piglia, Ricardo: Op. Cit].

[23] Walsh, Rodolfo: Operación Masacre, Ediciones de la Flor. 2000. Buenos Aires. Pág.: 8.
[24] Ídem: Pág.: 5
[25] Ídem.
[26] Ídem: Pág.: 32.
[27] Ídem: Pág.: 44.
[28] La anomalía que representa la inclusión de este texto en la última parte del relato es observada también por Lucrecia Gringauz, en su artículo “Operación Masacre, ese libro” en el que intenta, según sus propias palabras, un análisis de las distintas ediciones del libro Operación Masacre, de Rodolfo Walsh, intentando rastrear, a partir de las modificaciones paratextuales de una a otra, los cambios en la mirada y en el posicionamiento del autor respecto de la historia narrada. El texto completo se encuentra disponible en http://perio.unlp.edu.ar/ojs/index.php/question/article/viewFile/1954/1734, y allí puede leerse:

Luego habrá una cuarta edición, en 1972, en la que Walsh cambia el “Retrato de la oligarquía dominante” por un nuevo capítulo: “Aramburu y el juicio histórico”. Curiosamente, lo hace integrar la tercera parte del libro, “La evidencia”.
“La tercera parte, “La evidencia”, expone la carga documental y probatoria que sustenta el carácter de denuncia que Walsh imprime a la investigación. Llamativamente, los epílogos de cada edición son incluidos como un capítulo más de “La evidencia”. [Gringauz, Lucrecia: “Operación Masacre, ese libro”, en revista Questión, Vol. 1 (octubre diciembre 2013). Nro. 40. Págs.: 483 y 484. (La última de las citas es un extracto de una de las notas al píe)].

[29] Walsh, Rodolfo, Op. Cit.: Pág. 95.
[30] Ídem.
[31] En contraposición podemos imaginar como exactamente opuestas las razones del autor para escribir los mencionados paratextos que, por definición, son ubicados como lectura precedente y no póstuma. Esas razones sería las de reforzar la idea de realidad sobre unos hechos reconstruidos, concienzudamente, a través de la ficción. (Al respecto ver página 8 del presente trabajo).
[32] “Provisorio epílogo (a la primera edición, julio de 1957)”, “Epílogo (de la segunda edición, 1964)” y “Retrato de la oligarquia dominante (fin del epílogo de la tercera edición, 1969).
[33]Walsh, Rodolfo: Operación Masacre, Ediciones de la Flor. 2000. Buenos Aires. Pág.: 115.
[34] Ídem: Pág. 116.
[35] Ídem: Pág. 117.
[36] Ídem: Pág. 120.
[37] Ídem.
[38] Walsh, Rodolfo: ¿Quién mató a Rosendo?, Ediciones de la Flor, 2010. Buenos. Aires. Pág.: 9.
[39] Ídem: Pág. 11.
[40] Ídem: Pág. 9.
[41] Ídem: Pág. 11.
[42] Ídem: Pág. 129-
[43] Walsh, Rodolfo: Caso Satanowsky, Ediciones de la Flor, 1973. Buenos Aires, Argentina. Pág: 7.
[44] Basten unos cuantos ejemplos: “Declaración firmada por Elsa del Pin, original en mi poder” (nota 19, pág. 176), “Presencié esa detención.” (nota 21, pág. 176)“Original en mi poder” (nota 27, pág. 177), “Original en mi poder” (nota 53, pág. 177). Todas las citas de Walsh, Rodolfo: Caso Satanowsky, Ediciones de la Flor, 1973

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