domingo, 14 de septiembre de 2014

La lengua ajena (Borges y el lenguaje de los cuchilos)

Introducción
Existe una serie de cuentos de Borges en donde la narración central (es decir, aquello que el cuento narra) es puesta en la voz de un otro, que suele ser introducido por un primer narrador que luego de este proceder se aleja, reapareciendo, en ocasiones, únicamente al final del cuento, para darle al relato un cierre.
Esta estrategia narrativa que no originará Borges y que no es extraña a la literatura será utilizada (en Borges) especialmente en aquella serie de cuentos que podrían encuadrarse en lo que él solía llamar “el culto del coraje”. Lo encontraremos presente en “La intrusa”, “Juan Muraña”, “Historia de Rosendo Juárez”, “El indigno”, “El otro duelo”, en El informe de Brodie; “La promesa”, o “El estupor”, en El oro de los tigres; por nombrar sólo algunos.
Lo que interesa destacar de este recurso, tal como es aplicado en estos cuentos, es cómo la estrategia narrativa sirve para conjugar, de alguna manera, lo real y ficcional en un mismo relato. Con el primer narrador -de indefectible primera persona- se marcará la intimidad de lo narrado, y con ello su marco verídico al enlazarlo a una experiencia (esto que cuento es narrado por mí, porque a mí me ha sucedido. Soy la prueba de que lo cuento es real); con el segundo narrador (que podrá aparecer tanto en primera como en tercera persona) se conseguirá incorporar una voz ajena, la voz que pertenece a un sujeto inmerso en una realidad en donde el culto al coraje se vive en carne propia, y narra aquello que de otra manera sólo podría ser contado por una voz totalmente independiente a la figura del autor, sin absoluta identificación con el Borges real y por ello con marcas ficcionales mucho más fuertes. Será a través de este medio que Borges consiga vincular (acercar) a su persona (a esa primera voz narrativa que simula ser Borges) una serie de acontecimientos que le son, por historia personal, esencialmente ajenos. Podremos observar, entonces, al escritor escindirse en dos narradores (dos voces) distintas, a las cuales aplicará, a manera de disfraz y distinción, las variaciones y distinciones que correspondan.
Estas distinciones y variaciones en la lengua son las mismas que señala Alejandro Raiter en su estudio Lenguaje en uso[1], donde define a la Sociolingüística[2] como la ciencia que “estudia las variaciones que sufre el lenguaje en cada uno de los contextos en que es usado”[3].
Esto quiere decir que para Raiter la lengua varía según distintos factores, y esos factores son elementos tales como la variación del grupo social (sociolecto), de la zona geográfica (dialecto), la época –y en menor grado la edad- de los hablantes (cronolecto), el nivel y tipo de instrucción –o conocimientos del hablante (tecnolecto), e incluso según los géneros (generolecto). La primera de estas variaciones, el sociolecto, será sobre todo la que utilizará Borges para darle cuerpo a la voz de sus cuchilleros (y a la de aquellos personajes que narren su historia), aunque también serán comunes los dialectos que caracterizan un habla más rural que urbana (teniendo en cuenta la ubicación de sus personajes en un límite que bordea y separa al campo de la ciudad), y otras variaciones que servirán para distinguir, tal como anunciábamos en el párrafo anterior, una voz de otra.
En los cuentos escogidos los sociolectos seleccionados por el autor para la conformación de su voz (de su habla) servirán para distinguir a los personajes que pueblan el mundo del cuchillo, pero, sobre todo, para permitir el ingreso del autor a un universo que le ha sido ajeno y que, desde siempre, admira.
La Intrusa
La historia, declara el narrador, pudo haber sido “referida por Eduardo, el menor de los Nelson, en el velorio de Cristián, el mayor”[4], aunque también su propia voz afirme que esto sea improbable y que él la oyó de Santiago Dabove y luego por alguien de Turdera, donde han ocurrido los hechos. Lo cierto es su origen está en el velorio del mayor en el que “alguien la oyó de alguien en esa larga noche perdida”[5]. Luego el narrador confesará trastocar ese origen y ceder “a la tentación literaria de acentuar o agregar algún pormenor”[6]. De esta manera se mezclaran en el texto distintas variaciones, resultado de la conjunción entre la voz literaria (la del narrador) y la plebeya (esa supuesta voz inicial que transmite lo escuchado en el velorio de un compadrito de Turdera).
Palabras como “catres” por camas; “traperos”, “cuarteadores”, “cuatreros” (todos oficios relacionados al campo); “oscuro” (por caballo), “palenque”, se encuentran vinculados a los dialectos rurales y están alejados del común de la narración, en donde aparecen constantemente términos como “atuendo”, “temía”, “altercado”, “avaros”, “diferían”, “episodios amorosos”[7], etc., que pertenecen sin duda al registro escrito y formal, vinculado a lo literario, y casi opuesto a la oralidad campestre, es decir, al dialecto rural, en el que los encontraríamos reemplazados por ropa, tenía miedo, problema, amarrete, eran distintos, se diferenciaban, amoríos.
Para Raiter, la variación también depende de la situación comunicativa, y dice que el registro “es la adaptación del dialecto (sociolecto) a nuestro interlocutor, al tema y a la situación, es decir al contexto”[8], en el párrafo anterior hemos visto, entonces, como los dos registros (cada uno perteneciente a un narrador distinto) se entrecruzan: por un lado, el del relato oral de donde surge la historia que será narrada; por el otro, el de la escritura formal, que convertirá a esa historia narrada en el cuento escrito que estamos leyendo y en el que estará presente, tal como se nos ha advertido ya en el primer párrafo, “la tentación literaria”[9].
 En las voces de los personajes, el habla está fuertemente marcado por el espacio social al que pertenecen: viven en las afuera de la ciudad, son orilleros, pertenecen a una clase baja, y estos dos elementos dejan su huella en el uso de la lengua: “Yo me voy a una farra en lo de Farías. Ahí la tenés a la Juliana; si la querés, usala”[10]. Y luego: “De seguir así, los vamos a cansar a los pingos. Más vale que la tengamos a mano”[11]. En ambas ocasiones el que habla es Cristián, el mayor, en el subrayado (que es nuestro) se encuentran las variaciones que distinguen el sociolecto: El artículo antecediendo al nombre, como es característicos de los sectores bajos; la familiaridad al referirse a sus caballos, medio de locomoción y trabajo en las clases bajas de las afueras. Durante toda la narración, por otro lado, ese artículo acompañante del nombre, tan característico del habla popular, estará constantemente presente, más allá de las voces de los personajes, marcando el origen oral y popular de la narración.
Juan Muraña
A partir de un libro -Evaristo Carriego- escrito por el narrador (que nuevamente simula ser Borges) un viejo compañero de primaria, encontrado por casualidad en un viaje a Morón, protesta: “…Decíme Borges, vos ¿qué podés saber de malevos?”[12]. La pregunta marca la extranjeridad del narrador respecto a un mundo que intenta retratar. “Me he documentado”[13] se defiende, entonces. En este breve diálogo se ve expuesta otra de las variaciones que distinguirá a un narrador del otro, el que tiene que ver con la documentación, con el acceso a la información, es decir con el saber. Así el tecnolecto, que es la variación según el nivel de instrucción, será una marca de la voz propia, que resalta su distancia de la voz ajena (esa voz de los cuchillos y el coraje).
En los enunciados “se trata, ahora lo sé, de un mero alarde literario”, “nos revelan el deceso de un condiscípulo que ya no es más que un nombre”, “algunos énfasis de tipo retórico y algunas frases largas”[14], “creo entrever un símbolo o muchos símbolos”, “que fue después un cuchillo y ahora la memoria de un cuchillo y mañana el olvido, el común olvido”[15], están las marcas que distinguen a un narrador que ha crecido entre libros, que ha tenido acceso y vínculo con la literatura y la filosofía, y cuyo habla está poblado de términos técnicos y literarios (“alarde literario”, “condiscípulo”, “énfasis”, “retórico”, “símbolo”) porque tal como él mismo cuenta se  ha criado en “una casa con jardín, y con la biblioteca de mis padres y mis abuelos”.
Final
Restaría señalar como la atracción de lo ajeno funciona en este caso para “elevar” las distintas variantes de la lengua a un lugar de prestigio como el que ocupa la obra de Borges. Esto permite observar la manera en que, tal como Raiter lo afirmaba, las razones por las que un dialecto sea escogido como lengua responden a “cuestiones políticas” y al intento por conformar un “estandar” determinado por un “grupo social, generalmente reconocido como culto o dirigente…”[16] y no a factores valorativos relacionados a su uso que puedan otorgarle una mayor valoración con respecto a los otros. En los ejemplos vistos, notamos incluso, sucede exactamente al revés, siendo la variación más optima para llevar adelante el relato aquella que en lo formal cuenta con menos prestigio, y hasta se encuentra marcados por errores formales que atañen al aspecto léxico (pingo por caballo) o morfológico (como es el caso del artículo antecediendo al nombre propio). 
Con todo esto, hemos observado la posibilidad que otorga la literatura de apropiarse de las distintas variaciones del habla (variaciones de las que da cuenta y explica la sociolingüística) no sólo como recurso para dar mayor veracidad al relato (reconstruyendo las distintas particularidades de habla y de tipo de narración que convengan al relato y que se ajusten a las características que los personajes presentan), sino, especialmente, para permitirnos ocupar un lugar y una voz que no nos pertenecen.





[1] Raiter, Alejandro. Lenguaje en uso. Enfoque sociolingüístico, Editorial A-Z, Buenos Aires, 1995.
[2] La sociolingüística nace como reacción a los paradigmas saussureanos y chomskianos rechazando la reducción del objeto de estudio a la lengua, enfocándose en sus variaciones y los factores que las provocan.
[3] Raiter, Alejandro. Lenguaje en uso. Enfoque sociolingüístico, Editorial A-Z, Buenos Aires, 1995. Pág. 1.
[4] Borges, Jorge Luis. El informe de Brodie, Editorial Planeta, Buenos Aires, 2001 (1970). Pág. 13.
[5] Idem.
[6] Idem.
[7] Todas las palabras citadas en: Borges, Jorge Luis. El informe de Brodie, Editorial Planeta, Buenos Aires, 2001 (1970). Págs. 14 y 15.
[8] Raiter, Alejandro. Lenguaje en uso. Enfoque sociolingüístico, Editorial A-Z, Buenos Aires, 1995. Pág. 10.
[9] Borges, Jorge Luis. El informe de Brodie, Editorial Planeta, Buenos Aires, 2001 (1970). Pág. 13.
[10] Idem. Pág. 16.
[11] Idem. Pág. 18.
[12] Idem. Pág. 60.
[13] Idem.
[14] Todas las frases citadas hasta aquí en: Borges, Jorge Luis. El informe de Brodie, Editorial Planeta, Buenos Aires, 2001 (1970). Pág. 59.
[15] Idem. Págs. 65 y 66.
[16] Raiter, Alejandro. Lenguaje en uso. Enfoque sociolingüístico, Editorial A-Z, Buenos Aires, 1995. Pág. 9.

No hay comentarios:

Publicar un comentario