Introducción
Existe una serie de cuentos de Borges en donde la narración
central (es decir, aquello que el cuento narra) es puesta en la voz de un otro,
que suele ser introducido por un primer narrador que luego de este proceder se
aleja, reapareciendo, en ocasiones, únicamente al final del cuento, para darle
al relato un cierre.
Esta estrategia narrativa que no originará Borges y que no
es extraña a la literatura será utilizada (en Borges) especialmente en aquella
serie de cuentos que podrían encuadrarse en lo que él solía llamar “el culto
del coraje”. Lo encontraremos presente en “La intrusa”, “Juan Muraña”,
“Historia de Rosendo Juárez”, “El indigno”, “El otro duelo”, en El informe de Brodie; “La promesa”, o “El
estupor”, en El oro de los tigres;
por nombrar sólo algunos.
Lo que interesa destacar de este recurso, tal como es
aplicado en estos cuentos, es cómo la estrategia narrativa sirve para conjugar,
de alguna manera, lo real y ficcional en un mismo relato. Con el primer
narrador -de indefectible primera persona- se marcará la intimidad de lo
narrado, y con ello su marco verídico al enlazarlo a una experiencia (esto que
cuento es narrado por mí, porque a mí me ha sucedido. Soy la prueba de que lo
cuento es real); con el segundo narrador (que podrá aparecer tanto en primera
como en tercera persona) se conseguirá incorporar una voz ajena, la voz que
pertenece a un sujeto inmerso en una realidad en donde el culto al coraje se
vive en carne propia, y narra aquello que de otra manera sólo podría ser
contado por una voz totalmente independiente a la figura del autor, sin
absoluta identificación con el Borges real y por ello con marcas ficcionales
mucho más fuertes. Será a través de este medio que Borges consiga vincular
(acercar) a su persona (a esa primera voz narrativa que simula ser Borges) una
serie de acontecimientos que le son, por historia personal, esencialmente ajenos.
Podremos observar, entonces, al escritor escindirse en dos narradores (dos
voces) distintas, a las cuales aplicará, a manera de disfraz y distinción, las
variaciones y distinciones que correspondan.
Estas distinciones y variaciones en la lengua son las mismas
que señala Alejandro Raiter en su estudio Lenguaje
en uso[1],
donde define a la Sociolingüística[2]
como la ciencia que “estudia las variaciones que sufre el lenguaje en cada uno
de los contextos en que es usado”[3].
Esto quiere decir que para Raiter la lengua varía según
distintos factores, y esos factores son elementos tales como la variación del
grupo social (sociolecto), de la zona geográfica (dialecto), la época –y en
menor grado la edad- de los hablantes (cronolecto), el nivel y tipo de
instrucción –o conocimientos del hablante (tecnolecto), e incluso según los
géneros (generolecto). La primera de estas variaciones, el sociolecto, será
sobre todo la que utilizará Borges para darle cuerpo a la voz de sus
cuchilleros (y a la de aquellos personajes que narren su historia), aunque
también serán comunes los dialectos que caracterizan un habla más rural que
urbana (teniendo en cuenta la ubicación de sus personajes en un límite que
bordea y separa al campo de la ciudad), y otras variaciones que servirán para
distinguir, tal como anunciábamos en el párrafo anterior, una voz de otra.
En los cuentos escogidos los sociolectos seleccionados por
el autor para la conformación de su voz (de su habla) servirán para distinguir
a los personajes que pueblan el mundo del cuchillo, pero, sobre todo, para
permitir el ingreso del autor a un universo que le ha sido ajeno y que, desde
siempre, admira.
La historia, declara el narrador, pudo haber sido “referida
por Eduardo, el menor de los Nelson, en el velorio de Cristián, el mayor”[4],
aunque también su propia voz afirme que esto sea improbable y que él la oyó de
Santiago Dabove y luego por alguien de Turdera, donde han ocurrido los hechos.
Lo cierto es su origen está en el velorio del mayor en el que “alguien la oyó
de alguien en esa larga noche perdida”[5].
Luego el narrador confesará trastocar ese origen y ceder “a la tentación
literaria de acentuar o agregar algún pormenor”[6].
De esta manera se mezclaran en el texto distintas variaciones, resultado de la
conjunción entre la voz literaria (la del narrador) y la plebeya (esa supuesta
voz inicial que transmite lo escuchado en el velorio de un compadrito de
Turdera).
Palabras como “catres” por camas; “traperos”,
“cuarteadores”, “cuatreros” (todos oficios relacionados al campo); “oscuro”
(por caballo), “palenque”, se encuentran vinculados a los dialectos rurales y
están alejados del común de la narración, en donde aparecen constantemente términos
como “atuendo”, “temía”, “altercado”, “avaros”, “diferían”, “episodios
amorosos”[7],
etc., que pertenecen sin duda al registro escrito y formal, vinculado a lo
literario, y casi opuesto a la oralidad campestre, es decir, al dialecto rural,
en el que los encontraríamos reemplazados por ropa, tenía miedo, problema, amarrete, eran distintos,
se diferenciaban, amoríos.
Para Raiter, la variación también depende de la situación
comunicativa, y dice que el registro “es la adaptación del dialecto
(sociolecto) a nuestro interlocutor, al tema y a la situación, es decir al
contexto”[8],
en el párrafo anterior hemos visto, entonces, como los dos registros (cada uno
perteneciente a un narrador distinto) se entrecruzan: por un lado, el del
relato oral de donde surge la historia que será narrada; por el otro, el de la
escritura formal, que convertirá a esa historia narrada en el cuento escrito
que estamos leyendo y en el que estará presente, tal como se nos ha advertido
ya en el primer párrafo, “la tentación literaria”[9].
En las voces de los
personajes, el habla está fuertemente marcado por el espacio social al que
pertenecen: viven en las afuera de la ciudad, son orilleros, pertenecen a una
clase baja, y estos dos elementos dejan su huella en el uso de la lengua: “Yo
me voy a una farra en lo de Farías. Ahí la tenés a la
Juliana ; si la querés, usala”[10].
Y luego: “De seguir así, los vamos a cansar a los pingos. Más vale que la tengamos a mano”[11].
En ambas ocasiones el que habla es Cristián, el mayor, en el subrayado (que es
nuestro) se encuentran las variaciones que distinguen el sociolecto: El
artículo antecediendo al nombre, como es característicos de los sectores bajos;
la familiaridad al referirse a sus caballos, medio de locomoción y trabajo en
las clases bajas de las afueras. Durante toda la narración, por otro lado, ese
artículo acompañante del nombre, tan característico del habla popular, estará constantemente
presente, más allá de las voces de los personajes, marcando el origen oral y
popular de la narración.
Juan Muraña
A partir de un libro -Evaristo
Carriego- escrito por el narrador (que nuevamente simula ser Borges) un
viejo compañero de primaria, encontrado por casualidad en un viaje a Morón,
protesta: “…Decíme Borges, vos ¿qué podés saber de malevos?”[12].
La pregunta marca la extranjeridad del narrador respecto a un mundo que intenta
retratar. “Me he documentado”[13]
se defiende, entonces. En este breve diálogo se ve expuesta otra de las
variaciones que distinguirá a un narrador del otro, el que tiene que ver con la
documentación, con el acceso a la información, es decir con el saber. Así el
tecnolecto, que es la variación según el nivel de instrucción, será una marca
de la voz propia, que resalta su distancia de la voz ajena (esa voz de los
cuchillos y el coraje).
En los enunciados “se trata, ahora lo sé, de un mero alarde
literario”, “nos revelan el deceso de un condiscípulo que ya no es más que un
nombre”, “algunos énfasis de tipo retórico y algunas frases largas”[14],
“creo entrever un símbolo o muchos símbolos”, “que fue después un cuchillo y
ahora la memoria de un cuchillo y mañana el olvido, el común olvido”[15],
están las marcas que distinguen a un narrador que ha crecido entre libros, que
ha tenido acceso y vínculo con la literatura y la filosofía, y cuyo habla está
poblado de términos técnicos y literarios (“alarde literario”, “condiscípulo”,
“énfasis”, “retórico”, “símbolo”) porque tal como él mismo cuenta se ha criado en “una casa con jardín, y con la
biblioteca de mis padres y mis abuelos”.
Final
Restaría señalar como la atracción de lo ajeno funciona en
este caso para “elevar” las distintas variantes de la lengua a un lugar de
prestigio como el que ocupa la obra de Borges. Esto permite observar la manera
en que, tal como Raiter lo afirmaba, las razones por las que un dialecto sea
escogido como lengua responden a “cuestiones políticas” y al intento por
conformar un “estandar” determinado por un “grupo social, generalmente
reconocido como culto o dirigente…”[16]
y no a factores valorativos relacionados a su uso que puedan otorgarle una
mayor valoración con respecto a los otros. En los ejemplos vistos, notamos
incluso, sucede exactamente al revés, siendo la variación más optima para
llevar adelante el relato aquella que en lo formal cuenta con menos prestigio,
y hasta se encuentra marcados por errores formales que atañen al aspecto léxico
(pingo por caballo) o morfológico (como es el caso del artículo antecediendo al
nombre propio).
Con todo esto, hemos observado la posibilidad que otorga la
literatura de apropiarse de las distintas variaciones del habla (variaciones de
las que da cuenta y explica la sociolingüística) no sólo como recurso para dar
mayor veracidad al relato (reconstruyendo las distintas particularidades de
habla y de tipo de narración que convengan al relato y que se ajusten a las
características que los personajes presentan), sino, especialmente, para
permitirnos ocupar un lugar y una voz que no nos pertenecen.
[1] Raiter, Alejandro. Lenguaje en uso. Enfoque sociolingüístico,
Editorial A-Z, Buenos Aires, 1995.
[2] La sociolingüística nace como
reacción a los paradigmas saussureanos y chomskianos rechazando la reducción
del objeto de estudio a la lengua, enfocándose en sus variaciones y los
factores que las provocan.
[3] Raiter, Alejandro. Lenguaje en uso. Enfoque sociolingüístico,
Editorial A-Z, Buenos Aires, 1995. Pág. 1.
[4] Borges, Jorge Luis. El informe de Brodie, Editorial Planeta, Buenos Aires, 2001 (1970).
Pág. 13.
[5] Idem.
[7] Todas
las palabras citadas en: Borges, Jorge Luis. El informe de Brodie, Editorial Planeta, Buenos Aires, 2001 (1970).
Págs. 14 y 15.
[8] Raiter,
Alejandro. Lenguaje en uso. Enfoque
sociolingüístico, Editorial A-Z, Buenos Aires, 1995. Pág. 10.
[9] Borges,
Jorge Luis. El informe de Brodie,
Editorial Planeta, Buenos Aires, 2001 (1970). Pág. 13.
[11] Idem. Pág. 18.
[12] Idem. Pág. 60.
[13] Idem.
[14] Todas las frases citadas hasta aquí en:
Borges, Jorge Luis. El informe de Brodie,
Editorial Planeta, Buenos Aires, 2001 (1970). Pág. 59.
[16] Raiter,
Alejandro. Lenguaje en uso. Enfoque
sociolingüístico, Editorial A-Z, Buenos Aires, 1995. Pág. 9.
No hay comentarios:
Publicar un comentario