domingo, 14 de septiembre de 2014

La muerte desde el pasado a través de dos cuentos


I. Definición sobre la muerte.

          La muerte es esa sombra que avanza lenta e inexorablemente hasta cubrirlo todo.
          Y es, por sobre toda las cosas, pasado.

          En dos textos -en “Una Rosa Para Emily”, de William Faulkner y en “Los Muertos”, de James Joyce- la concepción de la muerte se ve ligada irremediablemente al pasado.
          Es común, en las primeras reflexiones de la infancia y la juventud contemplar a la muerte como algo futuro, como un hecho lejano que en algún punto de nuestra existencia tendremos que enfrentar. Nada menos cierto. La muerte se extiende hacia el pasado, y desde allí avanza hasta cubrirlo todo. Se encuentra desde el primer segundo de nuestra vida a unos pasos de distancia. Es ese corredor que da ventaja y acorta camino a cada instante, seguro de que más tarde o más temprano terminará por darnos alcance.
          En ambos textos citados, la muerte aparece introducida y presentada por el pasado. En “Los muertos”, en el discurso de Gabriel, en su idealización de lo pretérito; en “Una rosa para Emily”, en la memoria del narrador, en primer lugar, y en el anacronismo que se instala en la vida de la protagonista a partir de la desaparición de su padre, momento en el cual Emily queda atrapada en el pasado, o sea, en la muerte.

II. Las dificultades de vencer a la muerte.

          El primer problema de la muerte desde el pasado es que es irrebatible. La gloria pasada no puede conocer la derrota, porque para ser derrotado es preciso existir. Aquellos que logran que su vida obtenga, después de la muerte, un enfoque glorioso, no encuentran rival alguno en el presente. Las muertes que rodean a los protagonistas de los textos citados se elevan como inmensos monumentos a la grandeza. La gloria está con los cantantes del pasado, que no pueden quedar roncos como Mr. D´Arcy y fallarle al auditorio; y está con ese joven que sacrifica su vida por ver a su amada. Está en el legado del apellido Grierson, con el cual debe convivir Emily, y está en la astucia de Sartori que sólo un hombre de su generación pudo haber conocido.       
          Las generaciones presentes se enfrentan a las del pasado (tanto en el discurso de Gabriel y en el fantasma del joven amante de su esposa contra él mismo; como en la pretensión de ignorar la resolución del viejo alcalde de volver a cobrar los impuestos a Emily otra vez, o en la categoría de su pretendiente, un jornalero, frente al linaje de sus antepasados) pero les resulta en extremo difícil vencer  a estas últimas, pues se ven refugiadas, siempre, en la capa protectora de la muerte, de lo inalterable.

III. Sobre cómo y cuándo la muerte da alcance.

          Pero la muerte, ante todo pasado, también camina entre el presente. La muerte es ese corredor que desde atrás alcanza al presente, lo toca, se inmiscuye en él, para luego quedarse atrás y brindarle nuevamente ventaja, para volver a alcanzarlo, hasta decidir su toque final.
          En el texto de Joyce, la muerte se encuentra en el presente alojada en las tías y, especialmente, en la melodía que escucha la mujer de Gabriel desde la escalera. Esas tías que parecen vivir sólo para la recreación de costumbres pasadas son la continuidad de la tradición, innegable legado del pasado, de los muertos. En cuanto a la melodía, funciona como carta de presentación de la muerte, a través de ella se instala súbitamente en el presente de Gracy; la muerte por unos instantes, le ha dado alcance.
          En  “Una rosa para Emily” el pasado-muerte logra darle alcance al presente desde el fallecimiento del padre de la protagonista. La muerte, es ese corredor que desde atrás alcanza al presente, lo toca, se inmiscuye en él, para luego quedarse atrás y brindarle nuevamente ventaja; así sucede también para la ciudad en que vive Emily, para todos, menos para ella. En Emily, la muerte parece encontrar asidero, en ella llega desde el pasado, se inmiscuye en el presente y se instala definitivamente en su vida. En el texto de Faulkner, la muerte es introducida por algo mucho más fuerte y persistente que una melodía: Mientras Gracy vive la muerte a partir de una canción que concluye en un momento, Emily comienza a vivir la muerte desde la soledad, y para cuando esta encuentre su fin, la muerte estará ya tan instalada en ella, que será entonces demasiado tarde. La soledad es el cuerpo vacío en donde la muerte ha decidido quedarse. Emily vivirá en el pasado porque vive en la muerte, y las normas de los muertos son las que le impedirán volver a la vida.

IV. Los amantes muertos.

          Emily vive en la muerte, en el pasado. Emily vive con los muertos: alrededor de su casa no hay más señales de vida que el negro. El negro es quien entra y sale de la casa con la canasta de provisiones, pero él también está muerto, y por eso la gente ha dejado de intentar conseguir información de él; porque el negro no hablaba con nadie, ni siquiera con ella, probablemente, porque su voz se había vuelto ronca y apagada por la falta de uso. Viviendo en la muerte, rodeada de muertos, para Emily es indispensable que su amante resida en su mundo. El único amante que Emily puede tener es un amante muerto.

          La victoria, en el texto de Joyce, es para el amante muerto. Gabriel es cariñoso con su esposa, está emocionado, trae consigo la felicidad que le produce el redescubrimiento de la belleza de su mujer, y su ser está repleto de deseo, deseo de tomarla en sus brazos, de traerla hacia su cintura… deseos de poseerla. El pasado en esos instantes para Gabriel son los momentos de éxtasis con su mujer, se ve emocionado porque a partir de esos momentos la quiere de manera doble: la quiere porque es su mujer y la quiere por todo lo que la quiso. Pero el pasado es, ante todo, muerte, y la muerte es invencible.
          En el cuarto de hotel, Gabriel trata con cuidado a su esposa, está buscando el momento indicado para llamarla por su nombre y mirarla de tal manera que sobren las palabras, pero esta se le escapa, se le escabulle, es que está, en realidad, muy lejos, se encuentra en el pasado o, mejor dicho, en el presente, pero en un presente al que nuestro corredor ya ha dado alcance.
          Es, en ese contexto, en donde se desarrolla la batalla:

          -Gretta, amor mió, ¿en qué estás pensando?
            Ella no contestó ni se entregó totalmente a su abrazo. Él volvió a decir, con suavidad:
            -Gretta, dime lo que es. Creo que sé de qué se trata. ¿Lo sé?
            Ella no respondió enseguida. Pasado unos instantes dijo entre súbitos sollozos:
            -Estoy pensando en esa canción, “la joven de Aughrim”.
            Se separó de él, se fue corriendo a la cama y, echando los brazos sobre los pies de esta, ocultó la cara entre ellos (…)
            -¿Qué pasa con la canción? ¿Por qué te hace llorar?
            Gretta levantó la cabeza de entre sus brazos y se secó los ojos con el dorso de la mano, como un niño. Se apoderó de la voz de él una nota más compasiva de la que habría querido manifestar.
            -¿Por qué Gretta? –preguntó.
            -Porque estoy pensando en una persona de hace muchos años que solía cantar esa canción.
            -¿Y quién era esa persona de hace muchos años? –preguntó Gabriel, sonriente.
            -Era una persona que conocía en Galway cuando vivía allí con mi abuela –dijo Gretta.
            La sonrisa desapareció del rostro de Gabriel. Una sorda irritación empezó a crecer de nuevo en el fondo de su cerebro y los extinguidos fuegos de su deseo comenzaron a arder furiosamente en sus venas.

          La felicidad de Gabriel ha desaparecido, el pasado ha dejado de ser un momento de éxtasis para convertirse en algo que desconoce, su deseo se ha convertido en ira. Gabriel acaba de ser derrotado.
          Ya no hay deseo en el cuerpo del esposo, los siguientes párrafos del texto narran la humillación de Gabriel, la escena en la que su mujer lo ha inspirado es la misma en la que ella recuerda a otro hombre, comprende que mientras él la enaltecía en recuerdos, ella lo comparaba con otro… no hace falta decir más, ya lo dice Joyce, demos a Gabriel descanso en su derrota, el amante muerto ha vencido.

          Emily necesita que Homer Barron entre en su mundo. Que su amante acepte, él también, vivir entre los muertos. Lo necesita porque las voces del pasado le impiden una relación con un jornalero, lo necesita porque la tradición (legado de los antepasados, legado de la muerte) implica que debe casarse, lo necesita porque su padre nunca hubiera aprobado esa relación. Lo necesita porque son las voces del pasado, y no hay voces que Emily escuche más que las voces de los muertos.
          Emily vive en el pasado, ante la instalación de la numeración para el correo ella niega el permiso para numerar su casa, no pueden haber allí señales del paso del tiempo. Emily vive en el pasado, entre los muertos, pero vive. El impulso que la lleva a la muerte (el asesinato) es el impulso de su propia vida, el de tener un amante, pero para eso debería salir de su mundo. La solución llega desde la farmacia: Emily conseguirá gracias a ella el vehiculo que transporte a su amante hasta el mundo de ella, porque el único amante que puede vivir en ese mundo, es un amante muerto.

          V. Análisis después del trauma: Dos maneras de sobrevivir a la muerte.

          Es sabido el final de Emily, la protagonista del relato de Faulkner, consigue finalmente traspasar esa línea que la separa de la gente con la cual aún convive (sus antepasados ilustres, su padre, su amante muerto), al fin, a ella también nuestro corredor le ha dado alcance, definitivamente. La protagonista sobrevive a la muerte inmiscuyéndose en ella. Emily no sabe sobrevivir a la muerte, la niega, no acepta el fallecimiento de su padre, hasta que se le torna insostenible. Emily encuentra en el pasado el refugio de la vida. Allí es donde los acontecimientos se estancan. La llegada de un nuevo amante será cuando la muerte se encuentre tan instalada en ella que ya no le es posible escapar. Emily condena el resto de su vida a la soledad. Pero la soledad inactiva de Emily también es metáfora de muerte. Por eso Emily para poder vivir debe rodearse de seres. Emily no está sola, está rodeada de muertos.
          Gabriel comprende, en los últimos párrafos del texto de Joyce, la cercanía de la muerte. No de su muerte, sino de la muere en sí misma, de la muerta como aquél corredor que va dando alcance a cada uno que se encuentra adelante. Prefigura el alcance a la tía Julia. Entiende que la vida de los muertos se extiende aún más allá de su mortalidad en el recuerdo de los vivos; como el amante de su esposa perdura en la memoria de ella. Finalmente el mundo de los vivos también está habitado por los muertos, la línea que separa un universo de otro es mucho  más delgada de lo que hasta ahora había pensado.
          Pero por sobre todas las cosas, lo que se le revela a Gabriel, es esa persecución constante que realiza la muerte desde el pasado, desde donde se introduce en el presente para luego dejarlo escapar. Esa es la conciencia de su voluble y vacilante existencia.
          El amor a su esposa es lo que le permite sobrevivir a la muerte, las lágrimas de sus ojos son las que borran la presencia de la muerte como intrusa para convertirla en visitante natural de su presente.

          Para sobrevivir a la muerte Emily se ahoga en ella, inunda su vida de pasado. Emily avanza por sobre el mundo de los muertos, penetrando en su terreno y desarrollando ahí lo que le queda de vida; así sobrevive a la muerte. Emily, se queda en el pasado, viven en ese pasado desde donde se aproxima la muerta, Emily, está escrito al fin y al cabo, duerme con los muertos.


          Gabriel, en cambio, se aproxima a esa región donde moran las huestes de los muertos. Gabriel para sobrevivir a la muerte debe comprender su funcionamiento natural y decidir convivir con ella; que es convivir con el amante de su esposa. Sabe que los muertos viven en los vivos y que el recuerdo en su mujer del hombre que le dio la vida no se retirará de su mundo, pero, aún así, se queda a su lado y sabe que la ama. Gabriel vuelve del pasado, vive en un presente donde desde el pasado se aproxima la muerte, Gabriel, está escrito al fin y al cabo, duerme con su esposa. 

Borges y el juego del tiempo, una aproximación


Todo es juego para los niños:
juego y descubrimiento gozoso.
Prueban y ensayan todas las
variedades del mundo.
Anónimo*





La serpiente que ciñe el mar y es el mar,
el repetido remo de Jasón, la joven espada de Sigurd.
Sólo perduran en el tiempo las cosas
que no fueron del tiempo.
Jorge Luís Borges, “Eternidades”


   
*En el número 03, de la revista “Revista Multicolor”, del diario Crítica, del 26 de agosto de 1933. Texto atribuido a Borges y recopilado en Borges en Revista Multicolor, Tomo I, pág. 35. Editorial Atlántida, Madrid, 1995.-



INTRODUCCIÓN, ACLARACIÓN, PROCEDERES

            El tema de este trabajo es una aproximación al manejo y las formas del tiempo en la obra de Borges. Aproximación, porque no hay ser ni objeto que no esté sometido a la tiranía del tiempo, y esa omnipresencia se ve reflejada en la obra del autor: casi no hay relato o personaje que no deslice, en algún pasaje, alguna reflexión sobre el tema. Siendo este el caso, un análisis exhaustivo demandaría un trabajo de años, sino de décadas, que hoy no nos es posible.
            El tema y los problemas del tiempo han sido considerados por Borges, tal como veremos, desde su más temprana edad hasta los últimos días de su vida. En su obra han sido tratados desde un momento inicial, tal como el poema “Motivos del espacio y el tiempo” publicado en la revista Gran Guignol, de Sevilla, cuando el poeta aun no cumpliera los 21 años, lo demuestra. Sería desmesurado esperar que en estas páginas se agote el estudio del tiempo en la obra de Borges; sin pudor admitimos que, hasta será posible, ni siquiera agote el análisis que demanda el tema en cada cuento escogido. En contraposición, pensamos que puede conseguir enumerar las fuentes más importantes de las que Borges ha bebido, los modelos e ideas del tiempo que más lo han tentado, los cuentos en los que éste se torna un elemento indispensable de la trama. A su vez, que consiga, quizá, poner en manos del lector una idea conjetural –un esbozo- sobre el estamento desde el cual –con su particular forma de acercamiento- el autor articula, ya no solamente el tema del tiempo (para el que, para quien la acepte, habrá de resultar indispensable) sino hacia la realidad toda.
            Hemos intentado que sea la obra, y no el autor -ya que a la obra, y no al hombre de carne y hueso, tratamos- la que hable por nosotros, y justifique nuestras imaginerias. Se ha procurado por ello, salvo en contadas excepciones, de prescindir de citas extraídas de las incontables entrevistas y diálogos que el autor ha otorgado y mantenido, y que han ido saliendo de un modo incesante a la luz. Preferimos recurrir, sin limitarnos (y de allí las salvedades) a las palabras que su basta obra ofrece y que han sido ya no sólo dichas, sino elegidas, pensadas, re ejecutadas, y corregidas por él. También, porque hemos experimentado, como lectores, esa sensación de que se nos quiere justificar con opiniones y entrevistas  aquello que no se ha podido constatar en la obra.
            En la confección de las citas ha primado el elemento estético sobre el puramente funcional. A lo largo del trabajo el lector se encontrará con poemas enteros, y con versos o líneas que no son estrictamente necesarias. Creemos que siempre es un placer releer a Borges, y hemos optado por robarle algún minuto a quien leyera, antes de cercenar un texto. 
            El resultado final del trabajo quedará a juicio (¿de que otra manera podría ser sino?) de la benevolente inventiva de cada lector. Para quien escribe, sin embargo, dos o tres cuestiones alcanzan para justificar su escritura: haber servido de excusa para una relectura de Borges, haber sido otra excusa para repensar el problema del tiempo, y no haber sido reacio a la hora de brindar unas cuantas (aunque más no sea falaces, parciales, incompletas) revelaciones.
             


I. El problema del tiempo      

            Ardua tarea la de estudiar el tratamiento del tiempo en un escritor. El tiempo (esa sustancia de que estamos hechos) conforma una de las dos dimensiones que nos son indispensables para figurarnos el universo. La imaginación humana nos da la posibilidad de imaginar un cosmos sin cualquiera de la subdimensiones que componen el espacio: un universo hecho de líneas (Olaf Stapledon –cuyo nombramiento no es gratuito- lo ha hecho con elegancia en su Hacedor de Estrellas[1]), de planos (mundo bidimensional que cotidianamente vemos en las pantallas de cine y televisión) y de cubos (éste, que vivimos en cada instante). E incluso agregarle conjeturalmente a esta constante tridimensionalidad una cuarta, problema que han estudiado Kant, Gustav T. Fechner, Einstein, entre otros, y que figura el arquitecto norteamericano Claude Bragdon en su ABC de la cuarta dimensión, según nos narra y nos traduce el mismo hombre del que se ocuparan estas páginas[2].
            Tarea mucho más difícil, y que roza los límites de lo imposible (si es que no cae dentro de ellos), es imaginar un universo vivo en el cual el tiempo no cuente.[3]

            Ardua tarea la de estudiar el tratamiento del tiempo en un escritor, en un hombre, cualquiera sea su nombre o su obra. No hay relato, de cualquier género y tendencia que se pretenda, que no lleve dentro de sí el elemento temporal. ¿De qué manera, entonces, comenzar un ensayo sobre el tratamiento del tiempo en la obra, no ya de cualquier autor, de cualquier hombre, sino en la de uno de los más grandes escritores del siglo XX, y cuya vida ha encontrado en el tema uno de sus juegos favoritos? Baste, para graficar la dimensión del problema, mencionar que el italiano Paolo Zellini, matemático y catedrático de la Universidad de Roma, no haya elegido para el inicio de su obra Breve historia del infinito, la sentencia de un astrofísico o algún otro destacado de las ciencias, sino las palabras de un mero fabulador de mundos. La de un poeta que –tal como lo creyera el admirado Novalis- sabía en su interior que reside en la poesía muchas más verdades que en las de todas las ciencias del mundo; elección que hará que cuando abramos el libro sea lo primero que leamos:

         “Hay un concepto que es el corruptor y el desatinador de los otros. No hablo del Mal cuyo limitado imperio es la ética; hablo del infinito.” Con estas palabras inicia J. L. Borges su breve biografía del infinito en Otras Inquisiciones.[4]

               Inmenso homenaje al autor argentino, que figura la dimensión del genio de Borges y que grafica, sin duda, el grado de dificultad de la tarea que nos acomete.

II. Literatura infantil

            Evidentemente no iremos tan lejos del lugar de partida, en un segundo paso. No comentaremos los problemas del género, ni de las etiquetas. Será mejor descreer, por demás, de uno y de las otras, y considerar que distinguir la literatura infantil, de la literatura adulta, el género fantástico del maravilloso o insólito (con perdón de Teodorov) es de alguna manera crear una serie de divisiones que el hombre, ciertamente, no precisa. Pero sí intentaremos, bajo este subtítulo –un tanto inusual a la hora de inmiscuirse en la labor de Jorge Luís Borges- una mirada un tanto atípica de la conformación de su obra.
            Son harto conocidos, tal vez más conocidos que leídos, aquellos elementos que fueron convirtiéndose en una constante en los títulos de Borges y que hoy se han transformado (no sólo en una referencia ineludible a la hora de hablar de sus cuentos, poesías, ensayos, -y falsos cuentos, y falsos ensayos, tal como le gusta precisar a la crítica Beatriz Sarlo[5]) sino en sus símbolos y en los de toda su obra, recorriéndola del principio hasta el fin.
            ¿Pero dónde es que se originan estos factores? ¿De dónde nacen los temas del doble –que es también el de la identidad, y por lo tanto el de la memoria-, el del coraje, el de la alteración de la realidad –que no hay quien no experimente cotidianamente en sueños-, el de los libros y sus ramificaciones, el problema de dios, el del tiempo? ¿De dónde salen los cuchillos, el tigre, el laberinto, el ajedrez, los libros mágicos –que es casi como decir: todos los libros-, el Otro, esa rama de la literatura fantástica  -la metafísica-, la religión, el reloj de arena? Es difícil no reconocer (otros podrán agregarse, alguno discutirse) en estos, los temas y los símbolos que leemos y releemos continuamente en la obra de Borges[6].  ¿Y de dónde nacen todos ellos? ¿Se han ido acoplando o es que surgieron todos juntos? Dios te libre, lector, de interpretaciones psicológicas. La cita no es de Quevedo, pero sirve para no ahuyentar a un asustado lector. No intentaremos aquí  meternos en la cabeza de un hombre y extraer conjeturas según experiencias suyas (que nosotros no vivimos) que terminarán, seguramente, diciendo mucho más de quien analiza que de aquél sobre el que se pretenda hablar. Es, sí, la intención, ubicar un único y común origen, -que será admitido, desde ya, por el propio Borges- de los temas y símbolos que construyen su obra, y remarcar su procedencia común.
            A lo largo de sus escritos, su autobiografía y, porqué no, de sus incontables –por no decir infinitas- entrevistas otorgadas, encontramos distintas vivencias de la niñez de Borges que al autor le ha sido dado repetir en distintas ocasiones. Y es allí a donde dirigimos esta mirada. Encontramos en la niñez de Borges el surgimiento (o la revelación) de cada uno de estos temas[7]. Podemos afirmar –y nos explayaremos sobre esto más adelante- que entre el Borges niño y el Borges adulto nunca ha existido un abismo. A la manera que el autor alemán Michael Ende ha expresado una vez:

           El niño que fui una vez sigue hoy viviendo en mí, no hay un abismo –el del paso a la edad adulta- que me separe de él, en el fondo me siento como el mismo que era entonces[8]

            Creemos que la niñez y sus preocupaciones han acompañado al hombre durante toda su vida. Es más, creemos que las preocupaciones que el autor ha tenido a lo largo de su niñez son las mismas que lo afectarán (con sus transformaciones, variaciones y evoluciones naturales) durante toda su existencia.

III. Los temas y los símbolos

            Hemos dicho que  los temas que trascienden la obra de Borges aparecen en su infancia y lo acompañan, a ese hombre que nunca ha dejado de pensar como niño, a lo largo de toda su vida (convirtiéndose, luego, en eslabones fundamentales de la cadena que conformarán su obra). Intentaremos ahora rastrear los momentos en que cada uno de ellos han ido apareciendo en la vida de nuestro autor.

a. Los espejos

            Encontramos en su terror a los espejos, el tema del doble. Ese terror ha sido confesado por Borges en diálogos y entrevistas. También utilizado como recurso para la narración de su relato breve “Los espejos velados”, recogidos en el volumen que lleva por título El Hacedor:

           Yo conocí de chico ese horror de una duplicación o multiplicación espectral de la realidad, pero ante los grandes espejos. (…). Uno de mis insistidos ruegos a Dios y al ángel de mi guarda era el de no soñar con espejos. (…). Temí, unas veces, que empezaran a divergir de la realidad; otras, ver desfigurado en ellos mi rostro por  adversidades extrañas.[9]

               En los primeros versos del poema “El espejo”, publicado en Historia de la noche, vuelve a hacer referencia a ese temor infantil:
           
Yo, de niño, temía que el espejo
me mostrará otra cara o una ciega
máscara impersonal que ocultaría
algo sin duda atroz. Temí asimismo[10]

b. Los cuchillos y el coraje

            En su admiración por los cuchilleros de Palermo, ese Palermo que poco ha recorrido y que por eso tanto admira (admiramos lo que anhelamos, anhelamos lo que no tenemos[11]), y en el culto de sus antepasados, los temas del coraje y el cuchillo.[12]

                              Ya he dicho que pasé gran parte de mi infancia sin salir de mi casa.[13]

            La confesión puede leerse, también, en la ficción de Borges, puntualmente en “Juan Muraña”:

           Durante años he repetido que me he criado en Palermo. Se trata, ahora lo sé, de un mero alarde literario; el hecho es que me crié del otro lado de una larga verja de lanzas, en una casa con jardín y con la biblioteca de mi padre y de mis abuelos.[14]

g. El laberinto

            En los grabados de una enciclopedia y en sus paseos por la ciudad de Adrogué, ambas (enciclopedia y ciudad) recorridas con frecuencia cuando niño, Borges descubre el tema del laberinto (y es válido resaltar aquí el hecho de que –según él mismo Borges declarara en su conferencia “La pesadilla”, recopilada en el volumen titulado Siete noches-, aquel grabado de la biblioteca lo sigue, respaldando la idea ensayada aquí, ya de adulto, acompañando):

                               Durante todos aquellos años pasábamos los verano en Adrogué. (…). En esa época Adrogué era un remoto y tranquilo laberinto de quintas con verjas de hierro y jarrones de mampostería, de plazas y calles que convergían y divergían bajo el omnipresente olor de los eucaliptos.[15]

           Tengo la pesadilla del laberinto y esto se debe, en parte, a un grabado en acero que vi en un libro francés cuando era chico. En ese grabado estaban las siete maravillas del mundo y entre ellas el laberinto de Creta. El laberinto era un gran anfiteatro, un anfiteatro muy alto (y esto se veía porque era más alto que los cipreses y que los hombres a su alrededor). En ese edificio cerrado, ominosamente cerrado, había grietas. Yo creía (o creo ahora haber creído) cuando era chico, que si tuviera una lupa lo suficientemente fuerte podría ver, mirar por una de las grietas del grabado, al Minotauro en el terrible centro del laberinto.[16]

d. La alteración del mundo y sus distintas posibilidades

               En el aislamiento de su casa de Palermo, la soledad (recordemos que hasta los 9 años no asistió a la escuela, y aún ahí tampoco consiguió demasiados amigos), las incontables ficciones que le ofrecía la biblioteca de la casa, y los comentarios –a veces basados en sus ideas metafísicas, a veces, en su fe anarquista- de su padre, la alteración de la realidad y sus distintas posibilidades: 

           Mi padre era muy inteligente (…). Una vez me dijo que me fijara bien en los soldados, en los uniformes, en los cuarteles, en las banderas, en las iglesias, en los sacerdotes y en las carnicerías, ya que todo eso iba a desaparecer y algún día podría contarle a mis hijos que había visto esas cosas.[17]

           Ya he dicho que pasé gran parte de mi infancia sin salir de mi casa. Al no tener amigos, mi hermana y yo inventamos dos compañeros imaginarios a los que llamamos, no sé por qué, Quilos y El Molino de Viento.[18]

e. Los Libros

            Ya relevamos la confesión del autor de haber vivido en una casa con jardín, con la biblioteca de mi padre y mis abuelos, además en su Autobiografía leemos:

                          Si tuviera que señalar el hecho capital de mi vida, diría la biblioteca de mi padre. En realidad, creo no haber salido nunca de esa biblioteca. Es como si todavía la estuviera viendo. [19]

                                  Y más adelante:
              
                        Siempre llegué a las cosas después de encontrarlas en sus libros.[20]

               No hace falta más que leer estas confesiones para que dejemos de asombrarnos y nos parezca natural la escritura de un cuento como “La biblioteca de Babel”. Claro que, por el hecho de que al enterarnos de estas experiencias se nos quite el asombro sobre el surgimiento de la idea que construye el relato, no conseguirá, de ninguna manera, espantar nuestro asombro ante la maestría de su ejecución.

z. El problema de dios

            Dos elementos tironean de la mente del niño Borges con respecto a este problema. Por un lado, el pequeño Jorge Luís es arrastrado por su padre a su ateísmo fervoroso y sus ideas liberales, por el otro es deslumbrado por la religiosidad de su abuela paterna, Fanny Haslam.[21]
            Sobre su padre refiere Borges:

           Mi padre, Jorge Guillermo Borges, era abogado. Filosofo anarquista en la línea de Spencer.[22]

            En el poema que le dedica, publicado en La moneda de hierro, nos deja entrever ese ateísmo que no buscará consuelo en las promesas de eternidad que las religiones ofrecen al alma:

Tú quisiste morir enteramente,
la carne y la gran alma. Tú quisiste
entrar en la otra sombra sin la triste
plegaria del medroso y del doliente.[23]

               De su abuela, protestante metodista, que podía recitar versículos de la Biblia sin consultarla nos dice:

         También debo recordar a mi abuela, que era inglesa y sabía de memoria la Biblia, de modo que incluso puedo haber entrado en la literatura por el camino del Espíritu Santo o posiblemente de versos oídos en mi casa.[24]  

h. Los tigres

            Ningún otro animal es referido con tanta frecuenta y significaciones tan dispares en la obra de Borges, como el tigre. En él descubre un símbolo de la soledad, la furia, lo salvaje, las líneas caóticas cuyo significado se nos oculta, el terror, la fuerza y, finalmente, como si de un circulo que se cerrara se tratará, la visión, ese último color, el amarillo. Títulos tales como “El tigre”, “El oro de los tigres”, “Mi último tigre”, “El otro tigre”, “Tigres azules”, “Dreamtigers” dan cuenta de ello. En este último, publicado en El Hacedor,  el autor declara:

           En la infancia yo ejercí con fervor la adoración del tigre: no el tigre overo de los camalotes del Paraná y de la confusión amazónica, sino el tigre rayado, asiático, real, que sólo pueden afrontar los hombres de guerra, sobre un castillo encima de un elefante. Yo solía demorarme sin fin ante una de las jaulas en el Zoológico; yo apreciaba las vastas enciclopedias y los libros de historia natural, por el esplendor de sus tigres.[25]

               Al respecto, su madre, Leonor Acevedo, cuenta:

         Sentía pasión por los animales, en especial los animales salvajes. Cuando íbamos al zoológico, era difícil hacerlo partir.[26]

q. El tiempo

            Desde muy temprano y gracias al apego de su padre por los libros, la filosofía, la metafísica, pero, sobre todo, por el mundo del pensamiento en general, Jorge Luís Borges estuvo en contacto con los problemas y las ideas que han ocupado al hombre, desde que es capaz de pensarse a sí mismo. En su Autobiografía, hablando de su padre, nos cuenta:

           También me dio, sin que yo fuera consciente, las primeras lecciones de filosofía. Cuando yo era todavía muy joven, con la ayuda de un tablero de ajedrez, me explicó las paradojas de Zenón: Aquiles y la tortuga, el vuelo inmóvil de la flecha, la imposibilidad del movimiento. Más tarde, sin mencionar el nombre de Berkeley, hizo todo lo posible por enseñarme los rudimentos del idealismo.[27] 

               Está paradoja acompañará al autor a lo largo de su obra ya sea en sus ficciones (veremos esto más adelante) ya sea a través de textos que traten el tema directamente, como lo son “La perpetua carrera de Aquiles y la tortuga” y “Los avatares de la tortuga”, ambos publicados en el libro de ensayos Discusión. Pero tan importante como eso, el recuerdo de Borges nos revela el descubrimiento de la figura de George Berkeley, que, años más tarde, le permitirá intentar una “Nueva refutación del tiempo”, publicada, a su debido momento, en la recopilación de ensayos de 1952, Otras Inquisiciones.

            Por otro lado en un artículo publicado en la revista “El Hogar” del 2 de junio de 1939, recopilado en el volumen que lleva por título Textos cautivos, Borges vuelve a remarcar su infancia como receptáculo común para los temas de sus ficciones:

           Debo mi primera noción del problema del infinito a una gran lata de bizcochos que dio misterio y vértigo a mi niñez. En el costado de ese objeto anormal había una escena japonesa, no recuerdo los niños guerreros de la formaban, pero sí que en un ángulo de esa imagen la misma la lata de bizcochos reaparecía con la misma figura y en ella la misma figura, y así (a lo menos, en potencia) infinitamente…[28]

IV. El porqué de tanto rodeo

            Hemos, hasta aquí, hecho un recorrido un tanto extraño, teniendo en cuenta que la idea original del trabajo es dibujar un esbozo del tratamiento del tiempo en la obra de Borges. Este paseo por sus temas referentes y sus distintas vinculaciones con la infancia del autor, sin embargo, servirá para entender la postura del autor, ya no sólo ante el problema del tiempo, sino ante la propia realidad.
            Borges manifiesta ante el mundo que se le presenta un asombro y una continua incredulidad que solemos encontrar comúnmente en los niños. Es ese cuestionamiento constante de los hechos que se le presentan por primera vez al niño, la postura que el autor argentino mantendrá sobre la cotidianidad y cada elemento que lo rodea.
            Nada es natural para el que recién llega al mundo. En sus primeros años de vida todo es nuevo para el hombre. Con el paso de los días, los meses, las experiencias, los años, vamos distinguiendo, asimilando y admitiendo la realidad sin hacer más cuestionamientos que los que en su momento realizamos. Aceptamos los objetos y vivencias que se nos presentan cada día por la simple razón de que ya han pasado. La actitud del niño ante la primera vez que observa correr en un parque a sus padres es de incredulidad, de asombro, de festejo. Tampoco le será desdeñada la expectativa de verlo correr por los árboles y por cada poste de luz. La realidad, aún, no ha podido darle alcance, roza sus sentidos, pero no consigue invadir su mente. No hay diferencia entre lo posible y lo imposible para él, no sabe cuales son sus capacidades y desconoce cuales son las leyes físicas que dominan el universo que le ha tocado.
            Sentimos que Borges funciona exactamente de la misma manera. A lo largo de los años su capacidad de cuestionar, de objetar, de asombrarse por la realidad seguirá siempre intacta. Para él, tal como para Michael Ende no existe un abismo entre el niño que una vez ha sido y el hombre que hasta sus 85 años fue.  En el artículo publicado en la revista “Proa” de mayo/junio de 1996 que conmemoraba los 10 años de la muerte del autor, Marco Denevi contaba:

           Nunca dejó de practicar, a veces en forma gratuita o más bien como una gimnasia higiénica, la refutación de los dogmas, el cuestionamiento de las supuestas verdades reveladas,  el destrozo de los mitos canónicos, todas aventuras audaces que si fuesen una frívola inconoclastia atraerían a los adolescentes, pero en él eran una obra de reconstrucción hecha a base de inteligencia y de conocimientos (…)[29]

            Sentimos que esa refutación, ese cuestionamiento, esa gimnasia higiénica no se limita a los cánones, a los mitos, a los dogmas, sino a toda la realidad entera. Jorge Luís Borges queda deslumbrado ante la memoria de su abuela paterna que puede ubicar versículos en la Biblia con sólo escucharlos y ese deslumbramiento se hace doble cuando descubre que no todas las personas tienen ese don. De repente, entonces, observa que las memorias de los hombres no son equivalentes y que hay quien recuerda más y quien recuerda menos. No satisfecho con la comprensión de esa realidad comienza a jugar con ella, empieza a entablar variantes y así se acerca a un futuro cuento. Se dice que si las memorias de los hombres no son equitativas, siempre habrá alguien que recuerde más que otro. Si Fanny Haslam es capaz de repetir de memoria todas las páginas de la Biblia, ¿qué le asegura que otro no pueda recordar no solo la Biblia, sino la Biblia y los tres volúmenes de las obras completas de Kafka? Sigamos jugando exponencialmente, y tendremos por destino natural, la escritura tardía (tristemente tardía) de “Funes, el memorioso”, un personaje capaz de retener todos los recuerdos.   
            Borges recibe el tejido de la realidad y lo desarma de miles maneras. Prueba variantes y opciones, ensaya una y otra modificación y va filtrando aquellas que le resulten atractivas o que sirvan como base para el armado de un cuento. No hablamos aquí exclusivamente del tiempo, porque no encontramos distinción entre el tratamiento que da el autor al tiempo sobre el que da a cualquiera de los otros temas que pueblan sus ficciones. Para comprender los juegos que hace Borges con el tiempo, será, sin duda, de utilidad comprender esta mirada de niño, de inquisidor de la realidad, que el autor no ha perdido de adulto. ¿Qué es lo mejor que has recibido de tu padre? Le pregunta la siempre cálida María Esther Vázquez a su amigo en uno de los tantos pasajes de los diálogos publicados en Borges, sus días y su tiempo; Borges, podemos creer, sin dudar, responde:

           El hábito, que no siempre observo, de no recibir las cosas sin examinarlas. Veo que la mayoría de la gente tiende a aceptar la realidad sin detenerse a observarla, sin pensar que puede ser cuestionada. Todo es admitido como real, y en especial lo que sucede el día de hoy. (…).[30]

            Ese hábito no común en la gente, es el que observamos cotidianamente en los niños y en sus incansables ¿cómo? y ¿por qué? que no encuentran descanso. Es esa actitud de niño, esa falta de división entre aquello posible de aprehender por el hombre y aquello que se le escapa (los misterios del tiempo, del yo, del origen, del destino…) la que rige el tratamiento que Borges le da a ese río que lo arrastra. Es en la busca de todas las posibilidades posibles, en la revisión constante de ese misterio ancestral, en donde radica la clave de la relación entre Borges y el tiempo. Esa necesidad lúdica de desarmarlo, paralizarlo, extenderlo, acelerarlo, dividirlo infinitamente, aplicarle teorías y modelos, hasta conseguir las distintas formas posibles que cumplan con las rigurosas leyes que haya establecido para enmarcar sus ficciones.
            En el cuento “El inmortal”, publicado en la recopilación de cuentos El Aleph, el autor también nos llama la atención sobre la indulgencia con que aceptamos nuestros días.

           Fácilmente aceptamos la realidad, acaso porque intuimos que nada es real.[31]578

            Hasta aquí el juego conjetural sobre el modo de recibir y procesar la realidad que le habría permitido a un hombre crear incontables posibilidades de mundos. Ciudades donde un hipertrofiado juego de azar rige el destino de los hombre; sótanos desde donde, si conseguimos recostarnos de la manera precisa, podremos observar el universo entero; mitos aislados en sus soledades a la espera de la llegada de aquel hombre que, cumpliendo con la tarea que le ha sido asignada, lo haga libre de una vez por todas; poblaciones que conocen (y aborrecen) las incontables piedras que se multiplican y dividen de manera indescifrable; monedas que se tornan obsesiones insalvables; discos planos; libros de páginas infinitas encerradas en tapas corrientes; universos cuyos limites no son otros que los hexagonales muros que ostentan todas las combinaciones de escrituras; memorias que se traspasan o que tiene la capacidad de registrar en escala 1 en 1 toda la realidad tangible; hombres inmortales en ciudades escondidas; fantasmas que se descubren con la llegada del fuego… Formas y seres que se alejan de la realidad cotidiana, tal como se alejan las recreaciones que conjuran los niños cuando se envuelven y se pierden en sus juegos cotidianos.
            Un último detalle, fácilmente objetable por superficial por el impiadoso lector, podría ser el siguiente: Para aquel que lo quisiera ver no será difícil hallar en la figura de Jorge Luís Borges un halo de niño que lo ha acompañado toda su vida.  Ese halo lo ha visto Betina Edelberg, quien en la redacción de su nota conmemorativa “Algunos de los muchos recuerdos” nos descubre:

           Poco después asomó el Borges verdadero con sus ocurrencias y anécdotas y opulentas carcajadas y alusiones literarias que llegaban desde el océano de su memoria. Más tarde pensé que había estado observándome como los chicos que necesitan cierta familiaridad para entregarse, algo que seguramente conservaba de su infancia entre otros rasgos que fui descubriendo. [32]

            O el periodista Carlos Burone en una noche que acompañó al Borges ya ciego, mientras dictaba, repasaba y corregía cada palabra, cada punto, cada coma, de uno de sus tantos textos que el escriba de turno cumplía con la tarea de pasar al papel. Cuando observó cómo en los momentos que Borges  repetía el dictado

           Movía su cabeza y sonreía, como si estuviese mirando a dos personajes. Parecía un chico que está solo, con sus juguetes, o fascinado por las láminas de un viejo libro.[33]

            Es claro que no son de relevancia estas dos pinceladas halladas al azar sobre la sensación que pueda transmitir una persona y que, como ya hemos dicho antes, es fácilmente objetable por su irreparable banalidad. Lo cierto, es que mucho más difícil de objetar es esa vinculación lúdica que parecería ser la única entre Borges y los libros. Borges nunca ha recomendado leer de otra manera. Y hasta desaconseja acercarse a la lectura (y a la escritura) por otras razones.

           La dicha de escribir no se mide por las virtudes o flaquezas de la escritura. Toda obra humana es deleznable, afirma Carlyle, pero su ejecución no lo es. [34]

           Primero me referiré a Montaigne, que dedica uno de sus ensayos al libro. En ese ensayo ya una frase memorable: “No hago nada sin alegría”. Montaigne apunta a que el concepto de lectura obligatoria es un concepto falso. Dice que si él encuentra un pasaje difícil en un libro, lo deja; porque ve en la lectura una forma de felicidad.
           (…)
           Un libro no debe requerir esfuerzo, la felicidad no debe requerir un esfuerzo. Pienso que Montaigne tiene razón. (…)
           Yo he sido profesor de literatura inglesa, durante veinte años (…). Siempre les he dicho a mis estudiantes que tengan poca bibliografía, que no lean críticas, que lean directamente los libros; entenderán poco, quizá, pero siempre gozarán y estarán oyendo la voz de alguien. [35]

            Ya hemos dicho que hemos intentado prescindir de las citas a entrevistas y diálogos porque pensamos, idea compartida por Borges, que las opiniones de un hombre pueden llegar a ser lo más superficial que haya en él, y que difícilmente resulten indispensables para la lectura de su obra. Así, hemos intentado ejemplificar las meras especulaciones aquí volcadas a través de sus libros, de aquellos textos escritos, firmados y entregados a la prensa por exclusiva dedicación del autor. Salvo, que sucede a veces, que encontramos opiniones que, a manera de confesión, amplían lo alguna vez escrito, descubren una faceta complementaria (y nótese aquí el anclaje, una vez más, de Borges hacia sus primeros años) que puede llegar a revelarnos la íntima verdad de un hombre:

         Mi padre me dijo, que leyera mucho ante todo. Sobre todo que viera en la lectura no una obligación sino un goce. Creo que la frase de “lectura obligatoria” es un contrasentido. La lectura no es obligatoria, debemos hablar de placer obligatorio ¿por qué? el placer no es obligatorio, el placer es algo que buscamos. La felicidad no es obligatoria, la felicidad la buscamos también. Yo he sido profesor de literatura inglesa durante veinte años en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Y siendo profesor he aconsejado a mis estudiantes, si un libro los aburre déjenlo, no lo lean porque es famoso, no lean un libro porque es moderno, no lo lean porque es antiguo, si un libro es tedioso para ustedes déjenlo, aunque ese libro sea El paraíso perdido (para mí no es tedioso), o El Quijote (para mí tampoco es tedioso), pero si un libro es tedioso para ustedes no lo lean, ese libro no ha sido escrito para ustedes. La lectura ha de ser una forma de la felicidad. De modo que yo aconsejaría, a esos posibles lectores de mi testamento (que no pienso escribir), yo les aconsejaría que leyeran mucho, que no se dejaran asustar por la reputación de los autores. Que leyeran buscando la felicidad personal, un goce personal, es el único modo de leer. Sino caemos en las tristezas, en las bibliografías... de las citas, de fulano, luego un paréntesis, luego dos fechas separadas por un guión, luego por ejemplo una lista de libros de críticos que han escrito sobre ese autor y todo eso es una desdicha. Yo nunca les dí bibliografía a mis alumnos. Les dije no... no lean nada de lo que está escrito sobre fulano de tal. Shakespeare no leyó una línea escrita sobre él y escribió la obra de Shakespeare. Lean los textos de Shakespeare, si Shakespeare les interesa, muy bien. Si Shakespeare les resulta tedioso déjenlo. Shakespeare no ha escrito aún para ustedes. Llegará un día en que Shakespeare será digno de ustedes y ustedes serán dignos de Shakespeare. Pero mientras tanto no hay que apresurar las cosas.[36]

               No se encuentra injustificada la cita, a pesar de su extensión; si  reconocemos que la infancia es esa etapa en donde hombres y mujeres se abocan con exclusividad a la busca del placer. Si admitimos estos años como aquellos donde la existencia no es ocupada por otra cosa que no sea el juego. Donde las demandas sociales son casi inexistentes, donde prácticamente no existe la necesidad de llevar a cabo labores para satisfacer a otros y todas nuestras fuerzas se abocan a procurarnos el momento de felicidad.
                Los actos que llevamos a cabo en la niñez en contra de nuestra voluntad se reducen al mínimo. Según la naturaleza de cada uno podrán referirse a la higiene, a la escuela (claro que Borges, casi no asistió a la escuela primaria), a abandonar antes de lo querido un lugar (por caso un zoológico, la visión de un tigre, recorriendo una jaula), la comida que no nos apetece… Pero ¿cuántas otras cosas? En nuestros primeros años de vida las fuerzas (familiares, sociales, laborales) que posteriormente coercerán nuestras decisiones no llegan a darnos alcance. Es en ese momento de nuestras vidas (tal vez más tarde se iguale ese grado en la vejez) donde nos abocamos con mayor plenitud a la obtención de la felicidad.
               Y si aceptamos estos hechos, si acordamos en estos pensamientos sobre esa etapa en la que nos vamos acomodando al mundo, ¿cómo disociar al hombre adulto del hombre niño? Cuando pareciera que la clase de vinculo que tiene el niño con el mundo y su naturaleza es, ni más ni menos, que la misma que Borges ha tenido durante toda su vida con la literatura.

V. Borges y sus tiempos

               La lista de los autores con los que ha tratado (con los que ha dialogado) Borges sobre el tiempo no es, sin duda, breve. De la misma manera que no son breves los textos (sean de la naturaleza que fueren) en los que ha sabido tratar el tema. Una lista de los primeros, sin duda, estaría formada (y el orden de los nombres no sigue causa alguna) por Nietzche, y su eterno retorno; San Agustín y su ardor por comprender; Platón con su eternidad arquetípica y su proyección móvil; Plotino, y sus tres tiempos presentes; Zenón con sus parábolas del movimiento, según las cuales nunca podríamos llegar a ningún lado (aunque conseguiríamos ir acercándonos infinitamente); Bradley, que niega el futuro; Bertrand Russell, y sus números transfinitos; J. Alexander Gunn con su análisis y relevamiento histórico; J. W. Dunne con sus corrientes temporales que fluyen una por encima de la otra y que nos permiten vislumbrar el pasado y el futuro cuando soñamos; Berkeley y Hume con su negación de la realidad; Heráclito y el río… ese río que fluye y cambia a la par que lo hacemos todos…[37]
               Una lista de los segundos (es decir, de aquellos textos de Borges que trabajan con el tema) y un breve análisis (brevedad resultante de una capacidad limitada, no de otros impedimentos) seguirán a continuación. Es evidente que la lista no puede ser total, o correríamos el riesgo de caer en lo interminable.
               Se han intentado elegir, sin embargo, aquellos más significativos o que se distingan por algún hecho puntual; o bien (abuso de autoría) por el simple placer que ofrece la tarea de comentarlos. No desconocemos, por otro lado, que toda selección es arbitraria y que porta en sí misma su propia objeción. Servirán estos esbozos, entonces, para intentar cerrar el trabajo y dar un merecido descanso al paciente lector.

Z- La anulación del tiempo a través de eso que perdura: Al destino le agradan las repeticiones, las variantes, las simetrías[38]

               Una de las posibilidades con las que juega Borges sobre el tiempo es la anulación del mismo a través de la repetición de una escena. Sin dudas el molde más famoso que contiene esta re ejecución de un momento dado es el del mito del eterno retorno, según el cual una vez finalizada la historia del Cosmos, todo volverá a comenzar para repetirse tal como ha sido. Pero también, mucho más humilde, contamos con la experiencia psicológica –que ni la psicología ni la neurología han conseguido explicar todavía del todo- consistente en  la repetición única de un momento vivido, que el hombre experimenta de repente y en un momento excepcional. Identificada con la denominación francesa deja vu, esta experiencia otorga a quien la vive la sensación de que ese instante temporal ya ha sido transitado en otra ocasión, de que ese momento ya ha sido vivido, y tal experiencia es, al menos alguna vez, común a la mayoría de los seres humanos a lo largo de su vida.  
               No es, en primer lugar, un dato menor el hecho de que dicho fenómeno, tal como se lo vive, constituya una negación absoluta a la sentencia de Heráclito. Ya que a través de él nos será posible bañarnos dos veces en un mismo río. Pero Borges preferirá –tal vez decidido a no opacar la belleza estética de una de sus metáforas favoritas, con un mundano hecho práctico- dejar pasar esta faceta anulatoria del episodio del deja vu, y unificarlo con otro de los aspectos fundamentales en el pensamientos filosófico del autor (que ya mencionamos viene acompañándolo desde la infancia) como es el idealismo.
               El hecho fehaciente ocurre en el artículo de Otras Inquisiciones, “Nueva refutación del tiempo”. En él, aplicando el fundamento esencial del idealismo según el cual sólo lo que es captado por los sentidos existe (ergo: lo otro no es siquiera ilusión, es nada)[39] y basándose en la experiencia del deja vu (descripta en el relato “Sentirse en muerte”, publicado en El idioma de los Argentinos y también como adjunto en el artículo referido) Borges anula el tiempo.
               A la hora de pensar las distintas maneras en que el autor trata el problema de manera teórica y literaria, este artículo resulta esclarecedor, ya que en él es claramente observable como la experiencia es convertida en relato, y el relato sirve para graficar las reflexiones que esa experiencia genera. Esa manía de ver las cosas desde todos los ángulos posibles, de probar y ensayar todas las variedades del mundo, sirve para que Borges enfoque la experiencia del deja vu a través del prisma del idealismo. Reflexiona sobre las características de su experiencia, observa que ella se basa en la repetición de un instante, pero omite su importancia, y prefiere festejar el acontecimiento de que para que esos dos instantes se hayan visto repetidos (es decir sean exactamente iguales) el segundo tuvo que anular todo el pasado que se haya acumulado desde aquel primer momento hasta el instante en el que este segundo ocurre. Por la simple razón que en el primer momento ese lapso de tiempo (futuro suyo, pasado de su re ejecución) no existía. Pero claro que esto no es suficiente para desarrollar su artículo, pues no alcanza para refutar el tiempo; se puede objetar: que el sujeto no lo perciba (al lapso temporal entre un momento y su repetición) no quiere decir que no exista. Y por eso se torna imprescindible la articulación con el idealismo. Dato importante: No porque Borges sea su apóstol, o haya sido ella una de sus corrientes de pensamiento predilectas; sino, simplemente, porque es aquel el que le sirve para el armado de su texto. 
               En otros relatos  -prescindiendo de la mención explicita del idealismo- la idea de que la repetición del instante (con sus variantes y alteraciones ocasionales) es anulatoria del tiempo servirá de elemento principal y revelador de la trama del relato. Así, en “Biografía de Tadeo Isidoro Cruz”, publicado en El Aleph, el episodio al que apunta el cuento y significa su culminación (el descubrimiento del personaje de quien se nos habla de su naturaleza, y su consecuente paso de bando) es revelado en primer termino por la sensación que brinda la experiencia de esa repetición que significa el deja vu: Tadeo Isidoro Cruz tuvo la impresión de haber vivido ese momento[40], y comienza a comprender que lo había vivido como el Otro, y no como quien era ahora.
               Otra versión, esta vez trastocada, de la repetición como anulación del tiempo, es observable en la página de Evaristo Carriego, titulada “El puñal”. Allí lo que vuelve no es la sensación del instante vivido, sino –ante cada contacto humano- la sangrienta finalidad primigenia del instrumento, que se aísla del flujo temporal, para tentar, a cualquiera que lo sujete, a ser el medio por el cual él logre cumplir su destino.  Es bajo esta perspectiva que el puñal será de algún modo, eterno, que quienes lo ven tienen –no deciden, tienen- que jugar con él, que la mano (y no el hombre, porque la decisión no es tan suya como del cuchillo) se apresura a apretar la empuñadura que la espera y que otra cosa quiere el puñal, quiere matar, quiere derramar brusca sangre.[41] Una reconversión de esta página es sin lugar a dudas el cuento incluido en El informe de Brodie, “El encuentro”. Allí, dos muchachos, casi como empujados por otros, más que por ellos mismos (tal como le pasaría a Juan Dahlmann en “El sur”) al duelo, se convierten en guerreros y comienzan a manejar el puñal como expertos. El ánimo y la eterna demanda de los cuchillos anularan las voluntades y el tiempo de los hombres, que se verán reducidos a nada (Qué raro. Todo esto es como un sueño[42] dictamina uno de los personajes que se encuentra presenciando la pelea y que, por eso, se halla en los límites del tiempo de los hombres, su tiempo; y el tiempo del puñal, en el que están inmersos los que combaten). Así, cuando al fin el duelo finalice, los puñales hayan saciado su sed y su eternidad se disuelva de a poco, el asesino no se identificará en esas acciones cometidas en un paréntesis del transcurrir temporal de su vida: Maneco Uriarte se inclinó sobre el muerto y le pidió que lo perdonará. Sollozaba sin disimulo.[43]  Finalmente, la articulación del autor entre la repetición, el tiempo y los puñales, tal como la describimos, cerrará el relato:

           Maneco Uriarte no mató a Duncan; las armas, no los hombres, pelearon. Habían dormido, lado a lado, en una vitrina, hasta que las manos las despertaron. Acaso se agitaron al despertar; por eso tembló el puño de Uriarte, por eso tembló el puño de Duncan. Las dos sabían pelear –no sus instrumentos, los hombres– y pelearon bien esa noche. Se habían buscado largamente, por los largos caminos de la provincia, y por fin se encontraron, cuando sus gauchos ya eran polvo. En su hierro dormía y acechaba un rencor humano.

           Las cosas duran más que la gente. Quién sabe si la historia concluye aquí, quién sabe si no volverán a encontrarse.[44]

               En el cuento aparecen dos corrientes temporales: el del mundo cotidiano, que se extiende hasta la aparición de los puñales; y el que imponen los aceros, una vez dispuestos a comenzar su ancestral batalla. En la confluencia de ambos ríos, en las fronteras de un tiempo y otro, se encuentran los testigos que viven la escena como si fuera un sueño. De la misma manera, en “El truco”, poema de Fervor de Buenos Aires, el juego de naipes impone sus propias leyes, aventuras, sus riesgos, sus victorias, sus derrotas, su destino y, por supuesto, su tiempo.  Con el inicio de la partida la vida quedará suspendida en punto muerto y su lugar será tomado por los avatares de la combinación de cuarenta naipes y sus desafíos de flor, envido y truco. En los versos finales la idea que relucirá es la del ya mencionado mito del eterno retorno, que Borges en su “Doctrina de los ciclos” (la cual retomaremos más adelante), publicada en Historia de la eternidad, formula de la siguiente manera:

         El número de todos los átomos que componen el mundo es, aunque desmesurado, finito, y solo capaz como tal de un número finito (aunque des-mesurado también) de permutaciones. En un tiempo infinito, el número de las permutaciones posible debe ser alcanzado y el universo tiene que repetirse. De nuevo nacerás de un vientre, de nuevo crecerá tu esqueleto, de nuevo arribará esta misma página a tus manos iguales, de nuevo cursarás todas las horas hasta la de tu muerte increíble)[45]
              
               Los números finitos de átomos es reemplazado por una serie mucho menor de combinaciones (aquellas que permiten un mero mazo de cuarenta cartas) y cada partida de los hombres ofrece la posibilidad de repetir lo ya acontecido.
               Tal como los puñales, el truco, también impone su propio tiempo.

Cuarenta naipes han desplazado la vida.
Pintados talismanes de cartón
nos hacen olvidar nuestros destinos
y una creación risueña
va poblando el tiempo robado
(...)
En los lindes de la mesa
la vida de los otros se detiene.
Adentro hay un extraño país:
las aventuras del envido y del quiero,
la autoridad del as de espadas
(…)
y como las alternativas del juego
se repiten y se repiten,
los jugadores de esta noche
copian antiguas bazas:
hecho que resucita un poco, muy poco,
a las generaciones mayores
que legaron al tiempo de Buenos Aires
los mismos versos y sus mismas diabluras[46]

               La idea de la repetición y el propio tiempo insurgente en el poema  será luego explayada en el ensayo del mismo nombre publicado en Evaristo Carriego, donde asistimos a la impecable transfiguración de un poema en un texto ensayístico. Allí tendremos la oportunidad de leer:

         Todo jugador, en verdad, no hace ya más que reincidir en bazas remotas. Su juego es una repetición de juegos pasados, vale decir, de ratos de vivires pasados. Generaciones ya invisibles de criollos están como enterradas en él: son él, podemos afirmar sin metáfora. Se trasluce que el tiempo es una ficción, por ese pensar. Así, desde los laberintos del cartón pintado del truco, nos hemos acercado a la metafísica: única justificación y finalidad de todos los temas.[47]

               En “La trama”, texto de El hacedor, la anulación del tiempo correrá por el mismo camino que en “Sentirse en muerte” pero ascendida a la memoria de los hombres. De esta manera no será un mero individuo quien experimente la repetición de una escena, sino la historia de la humanidad, que verá cómo, con meras variaciones, vuelve a producirse la misma traición, la misma muerte y la misma sorpresa y resignación en la expiración final. El tiempo se verá interrumpido por la simple razón de que Al destino le agradan las repeticiones, las variantes, las simetrías e insertará en el mil ochocientos tanto una escena sacada del siglo I antes de Cristo.

         …en la provincia de Buenos Aires, un gaucho es agredido por otros gauchos y, al caer, reconoce a un ahijado suyo y le dice con una mansa reconvención y lenta sorpresa (estas palabras hay que oírlas,  no leerlas): “¡Pero, che!” Lo matan y no sabe que muere para que se repita una escena.[48]

               En otra variante de esta idea la repetición es intercambiada por el concepto platónico del arquetipo, compartido y promovido por Plotino. En “Las tardes”, poema recopilado en Los conjurados, lo que suprime al tiempo no es el momento emergido de la repetición y su identificación absoluta con un tiempo anterior, que anula de esta manera el pasado. Sino la identificación de una tarde cualquiera con la Tarde, que prefigura y contiene ese margen horario de todos y cada uno de los días. Siguiendo la idea de los escritos que repasamos, la tarde quedará por encima del tiempo, siendo una y otra vez la misma, y quedará al margen de los avatares del transcurrir de los hombres, tal como quedaban los puñales al encontrarse frente a frente, para volver una y otra vez a la misma pelea:

Las tardes que serán y las que han sido
son una sola, inconcebiblemente.
Son un claro cristal, solo y doliente,
inaccesible al tiempo y al olvido.
Son los espejos de esa tarde eterna
que en un cielo secreto se atesora.
En aquel cielo están el pez, la aurora,
la balanza, la espada, la cisterna.
Uno y cada arquetipo. Así Plotino
nos enseña en sus libros, que son nueve;
bien puede ser que nuestra vida breve
sea un reflejo fugaz de lo divino.
La tarde elemental ronda la casa.
La de ayer, la de hoy,  la que no pasa.[49]
          
               La tarde arquetípica de Platón descenderá del cielo de la eternidad y con ese sólo acto anulará el río.
               La esencia natural del tiempo es la sucesión. La (imposible) idéntica repetición de un hecho lo aniquila. Cuando decimos que “esto ya pasó”, no decimos que ese suceso ya se ha dado, expresamos que algo similar ya ha ocurrido. Aún cuando dos episodios lograrán ser exactamente iguales, una cualidad especial distinguirán a uno del otro y romperán la identidad: el primero será el número uno de la serie, el segundo el número dos. En los cuentos y poemas de Borges esa diferencia no sucede y por tanto es un error hablar de repeticiones (aunque hayamos utilizado ese término para acercarnos al problema). En las líneas finales de “Sentirse en muerte” Borges declara:

           Esa pura representación de hechos homogéneos –noche en serenidad, paresita límpida, olor provinciano de la madreselva, barro fundamental- no es meramente idéntica a la que hubo en esa esquina hace tantos años; es, sin parecidos ni repeticiones, la misma. El tiempo,  si podemos intuir esa identidad, es una delusión: la indiferencia e inseparable de un momento de su aparente ayer y otro de su aparente hoy, bastan para desintegrarlo.[50]

               Esa desintegración es uno de los juegos con el tiempo que Borges nos regala en sus escritos.[51]

Y- Somos el tiempo: El tiempo es un río que me arrebata, pero yo soy ese río; es un tigre que me destroza, pero yo soy ese tigre; es un fuego que me consume, pero yo soy el fuego.[52]

               En el apartado anterior repasamos la aparición de episodios imposibles, que anulan el transcurso natural del tiempo.  Más adelante observaremos otras variantes  que tampoco tendrán demasiado que ver con el modo en que lo experimentamos cotidianamente. Pero la manera más real y concreta en que vivimos (o somos vividos por) el tiempo, en cada instante de nuestra vida –más allá de variaciones y posibilidades, de metafísica y de fantasías- también es tratada –mejor que tratada, sentida, y sentida de manera  profunda- por la obra del autor.
               En el inicio de Historia de la eternidad  y en la conferencia sobre el tiempo dictada en la Universidad de Belgrano respectivamente, nos dice:

                        El tiempo es un problema para nosotros, un tembloroso y exigente problema, acaso el más vital de la metafísica; la eternidad, un juego o una fatigada esperanza.[53]

                              El tiempo es un problema esencial. Quiero decir que no podemos prescindir del tiempo. Nuestra conciencia está continuamente pasando de un estado a otro, y ése es el tiempo: la sucesión. Creo que Henri Bergson dijo que el tiempo era el problema esencial de la metafísica.[54]

               La idea de que el tiempo es el material del que estamos hechos le llega a Borges a partir de la famosa metáfora de Heráclito. En la trascripción de la conferencia mencionada leemos:

       Yo diría que siempre sentimos esa antigua perplejidad, esa que sintió mortalmente Heráclito en aquel ejemplo al que vuelvo siempre: nadie baja dos veces al mismo río. ¿Por qué nadie baja dos veces al mismo río? En primer término, porque las aguas del río fluyen. En segundo término –esto es algo que ya nos toca metafísicamente, que nos da como un principio de horror sagrado-, porque nosotros mismos somos también un río, nosotros también somos fluctuantes. El problema del tiempo es ése. [55]

               Somos también un río, porque somos también tiempo. El tiempo es una cualidad indiscernible del hombre (no de los animales a quien, como observaría Schopenhauer, les es ajeno ese concepto). Para la constitución del yo es indispensable la sucesión temporal y su registro en nuestra memoria. Sin memoria no hay identidad, y sin la continuidad del tiempo (esa acumulación sucesiva de momentos) y su debido registro no hay un “yo” que perdure; tan solo una concatenación de individuos en un mismo cuerpo que, aislados unos de otros por la fragmentación de la experiencia, se van reemplazando a cada instante.
           
            Pero ese tiempo que pasa, no pasa enteramente. Por ejemplo, yo conversé con ustedes el viernes pasado. Podemos decir que somos otros, ya que nos han pasado muchas cosas a todos nosotros en el curso de una semana. Sin embargo, somos los mismos. Yo sé que estuve disertando aquí, que estuve tratando de razonar y de hablar aquí, y ustedes quizás recuerden haber estado conmigo la semana pasada. En todo caso, queda en la memoria. La memoria es individual. Nosotros estamos hechos, en buena parte, de nuestra memoria. Esa memoria está hecha, en buena parte, de olvido.[56]

                  Vale destacar que esta idea del tiempo como una íntima cualidad humana es esbozada sin el distanciamiento que el pensamiento filosófico impone o las máscaras que el personaje de una ficción presta. Borges no escribe que llegamos a una antigua perplejidad luego de pensar de tal o cual manera sobre el tema, o después de leer los pensamientos de una lista x de autores; dice que la sentimos, y la sentimos porque es parte de nosotros, tal como sentimos las extremidades, el hambre o la necesidad de dormir. Por eso, podemos darnos el gusto de pensar, si así lo queremos, que el hecho de que la forma comúnmente elegida para manifestar ese sentir sea el poema, y no el cuento, en donde lo argumental suele imponerse a lo sensitivo, no sea una mera casualidad.
                  Los versos de “Son los ríos”, del libro Los conjurados nos cantan el dictamen:

Somos el tiempo. Somos la famosa
parábola de Heráclito el Oscuro.
Somos el agua, no el diamante duro,
la que se pierde, no la que reposa.
Somos el río y somos aquel griego
que se mira en el río. Su reflejo
cambia en el agua del cambiante espejo,
en el cristal que cambia como el fuego.
Somos el vano río prefijado,
rumbo a su mar. La sombra lo ha cercado.
Todo nos dijo adiós, todo se aleja.
La memoria no acuña su moneda.
Y sin embargo hay algo que se queda
y sin embargo hay algo que se queja.[57]

               En los primeros versos de “El hacedor”, antes de enumerar caóticamente aquellas cosas que pueblan su memoria –que lo pueblan- y con las que ha de labrar el verso, y en los últimos de “El ápice” y de “Elegía de un parque”, los dos primeros publicados en La cifra (el segundo también en La moneda de hierro bajo el título “No eres los otros)”, y el tercero en Los conjurados, se repite la sentencia ya citada:

Somos el río que invocaste, Heráclito.
Somos el tiempo. Su intangible curso[58]
              
               Tu materia es el tiempo, el incesante
                   tiempo. Eres cada solitario instante.[59]

                   Somos el tiempo, el río indivisible,
                   somos Uxmal, Cartago y la borrada
                   muralla del romano y el perdido
                   parque que conmemoran estos versos.[60]

                   Finalmente, y para hacer justicia a través de los ejemplos, leemos en ese homenaje que es el poema “Heráclito”, los siguientes versos:

               ¿Qué río es éste
                   que arrastra mitologías y espadas?
                   Es inútil que duerma.
                   Corre en el sueño, en el desierto, en un sótano
                   El río me arrebata y soy ese río.
                   De una materia deleznable fui hecho, de misterioso tiempo.
                   Acaso el manantial está en mí.
                   Acaso de mi sombra
                   Surgen, fatales e ilusorios, los días.[61]
              
   X- El momento eterno: Tampoco el tiempo existirá fuera de cada instante presente[62]

                  La idea de que el tiempo está formado por tres elementos distinguibles: pasado, presente y futuro es, para Borges, tan caprichosa como casi cualquier otra que exista sobre él. La inaccesibilidad del hombre a dos de esas tres etapas, el pasado que se forma y el futuro que se nos deshace, continuamente, darán forma a la sublimación del presente.
                  Un primer contacto con esta exaltación del presente –reincidiendo en la idea ya desplegada en este trabajo- podemos encontrar en aquel recuerdo de Borges que rescata Alan Pauls en El factor Borges:

           Cambiando el ajedrez por un puñado de monedas, el padre hará exactamente lo mismo para ilustrar la teoría de la imposibilidad de los recuerdos verdaderos. “Colocó una moneda encima de otra y dijo: ´Verás, esta primera moneda, la de abajo, sería la primera imagen, por ejemplo, de la casa de mi niñez. Esta segunda sería el recuerdo de aquella casa cuando llegué a Buenos Aires. La tercera, otro recuerdo, y así una y otra vez. Y como en cada recuerdo hay una ligera diferencia, supongo que mis recuerdos de hoy no se asemejan mucho a los primeros recuerdos que tenía`”.[63]

                   Aceptamos que el ejercicio didáctico del padre nada tiene que ver con el futuro y que tampoco incluye una negación del pasado, pero sí versa sobre la imposibilidad de mantener los recuerdos. Y existe en ello un disparador esencial (disparador que sin duda lo ayudará, por ser su modelo inverso, en alguna noche de insomnio, a la creación de “Funes, el memorioso”) hacia la noción de la inaccesibilidad y la ineludible inaprehensión del pasado. En el ensayo ya mencionado, “Nueva refutación del tiempo”, luego de transitar los caminos idealistas de Berkeley y Hume, Borges citará a Schopenhauer,  quien resumirá en pocas palabras, la idea que venimos tratando y que le servirá a él como base para sus textos:

         “La forma de la aparición de la voluntad es solo el presente, no el pasado ni el porvenir; estos no existen más que para el concepto y por el encadenamiento de la conciencia sometida al principio de razón. Nadie ha vivido en el pasado, nadie vivirá en el futuro: el presente es la forma de toda vida, es una posesión que ningún mal puede arrebatarle...El tiempo es como un círculo que gira infinitamente: el arco que desciende es el pasado, el que asciende es el porvenir; arriba hay un punto indivisible que toca la tangente y es el ahora. Inmóvil como la tangente, ese inextenso punto marca el contacto del objeto, cuya forma es el tiempo, con el sujeto, que carece de forma, porque no pertenece a lo concebible y es previa condición del conocimiento.[64]

               La concepción de Borges sobre el tiempo con la que tratamos es reductible al siguiente hecho: Nadie puede decir vivo en el pasado, o bien, vivo en el futuro, a no ser que sea metafóricamente. El pasado y el futuro son inhabitables para el hombre. El futuro, peor aún, no sólo es inhabitable sino que además nos es desconocido; del pasado, de todo el pasado, retenemos tan sólo algunos recuerdos, que, como monedas apiladas una arriba de otra, se van distorsionando irremediablemente. ¿Qué queda entonces de esos dos elementos del tiempo, el pasado y el futuro? Nada. Meras abstracciones humanas, que los hombres se inventan para justificar su presente, o para consolarlo. Puras ficciones que no podemos poblar ni vivir, más que como ensoñaciones. Sólo el ahora, el presente tenemos, el resto es fantasía.
               En el poema “Instantes” de El otro, el mismo lo observamos:

               ¿Dónde estarán los siglos, dónde el sueño
                   de espadas que los tártaros soñaron,
                   donde los fuertes muros que allanaron,
                   donde el Árbol de Adán y el otro Leño?
                   El presente está solo. La memoria
                   erige el tiempo. Sucesión y engaño
                   es la ruina del reloj. El año
                   no es menos vano que la vana historia.
                   Entre el alba y la noche hay un abismo
                   de agonías, de luces, de cuidados;
                   el rostro que se mira en los gastados
                   espejos de la noche no es el mismo.
                   El hoy fugaz es tenue y es eterno;
                   Otro cielo no esperes, ni otro infierno.[65]
              
               En “El pasado”, en cambio, poema del mismo libro, la idea es la misma, pero ilumina –tal como el titulo indica- no el presente sino el carácter ilusorio de lo pretérito. Y nos permite observar como una misma concepción del tiempo es abordada por dos aspectos distintos: Luego de enumerar varios hechos históricos (no menores para la historia de la humanidad), en sus versos últimos el poema reflexiona:
              
Esas cosas pudieron no haber sido.
Casi no fueron. Las imaginamos
en un fatal ayer inevitable.
No hay otro tiempo que el ahora, este ápice
del ya será y del fue, de aquel instante
en que la gota cae en la clepsidra.
El ilusorio ayer es un recinto
de figuras inmóviles de cera
o de reminiscencias literarias
que el tiempo irá perdiendo en sus espejos.
Erico el Rojo, Carlos Doce, Breno
y esa tarde inasible que fue tuya
son en su eternidad, no en la memoria.[66]
                  
                   Ese ilusorio ayer –todo nuestro pasado- quedará reducido en “La dicha”, poema de La cifra, ha meras palabras y mitologías (He visto una cosa blanca en el cielo. Me dicen que es la luna, / pero qué puedo hacer con una palabra y con una mitología.[67]). Y promoverá a ese presente constante y único al peldaño de la eternidad:

               Todo sucede por primera vez, pero de un modo eterno.
                   El que lee mis palabras está inventándolas.

                   También los versos finales de “Manuscrito hallado en un libro de Joseph Conrad”, de Luna de enfrente, nos llevarán a esa idea:

               El mundo es unas cuantas tiernas imprecisiones.
                   El río, el primer río. El hombre, el primer hombre.[68]
                  

                   Otra versión más podemos notar de este tiempo que es sólo presente y no contempla anterioridad ni posibilidades. En esta versión también están las sombras de Schopenhauer. El filosofo alemán niega la muerte de plantas y animales fundado en el desconocimiento del concepto de individuo. Quedando a través de años, lutos y siglos, la especie como ser inmortal que trasciende el transcurrir del tiempo.

         Observad a un perro lo tranquilo que está porque millones de perros han muerto antes que él viniera a la vida y la desaparición de todos aquellos no ha alterado para nada la idea del perro: esta idea no se ha oscurecido por su muerte. He aquí por qué el perro está tan fresco y animado por sus fuerzas, como si éste fuera su primer día y no hubiera de tener término. A través de sus ojos brilla el principio indestructible que hay en él, el archaus.
           ¿Qué es, pues, lo que la muerte ha destruido a través de millares de años? No es el perro, ahí está, ante vosotros sin haber sufrido detrimento alguno; solo su sombra o su figura es lo que la debilidad de nuestro conocimiento no puede percibir sino en el tiempo.[69]

                              La idea del presente como única posibilidad de tiempo y de la inmortalidad del animal que sobrevive en la especie, sirven a Borges para construir los versos finales del poema que publicará en El oro de los tigres, “A un gato”, en los cuales leemos:

               Tu lomo condesciende a la morosa
                   caricia de mi mano. Has admitido,
                   desde esa eternidad que ya es olvido,
                   el amor de la mano recelosa.
                   En otro tiempo estás. Eres el dueño
                   de un ámbito cerrado como un sueño.[70]

                   Una última mención a este juego con el tiempo, que no podemos permitirnos omitir, consistirá en su reverso. En esa otra cara de la moneda que el mismo Borges (aburrido ya seguramente de esta) promueve. A través de ella y con la figura de Funes, el memorioso (que vive en el pasado, y que si no viviera, bien podría vivirlo, ya que la reconstrucción del recuerdo de lo sucedido en una hora le llevaría una hora de tiempo) como estandarte, Borges niega el presente y utilizando distintas fuentes y citas arguye que sólo el pasado y el futuro son reales. Y que nada es el ahora.
               En la ya citada conferencia sobre el tiempo, nos dice:

         ¿Qué es el momento presente? Es el momento que consta un poco de pasado y un poco de provenir. El presente en sí, es como el punto finito de la geometría. El presente en sí no existe. No es un dato inmediato de nuestra conciencia.[71]
          
           Hay quienes han negado el presente. Hay metafísicos en el ndostaní que han dicho que no hay un momento en que la fruta cae. La fruta está por caer o está en el suelo, pero no hay un momento en que cae.
           ¡Qué raro pensar que de los tres tiempos en que hemos dividido el tiempo –el pasado, el presente, el futuro-, el más difícil, el más inasible, sea el presente! EI presente es tan inasible como el punto. Porque si lo imaginamos sin extensión, no existe; tenemos que imaginar que el presente aparente vendría a ser un poco el pasado y un poco el porvenir. Es decir, sentimos el pasaje del tiempo. Cuando yo hablo del pasaje del tiempo, estoy hablando de algo que todos ustedes sienten. Si yo hablo del presente, estoy hablando de una entidad abstracta.[72]

W- El viaje en el tiempo: Y vos, en 1983, ¿no vas a revelarme nada sobre los años que me faltan?

               Si bien el viaje en el tiempo no es un tema del que Borges haya abusado, hay al menos tres cuentos y un poema en donde se hace presente como elemento habilitador de la trama. Aunque sólo en el cuento “Utopía de un hombre que está cansado”, de El libro de arena, y en el breve poema “Nostalgia del presente”, recopilado en La cifra, aparezca como problema principal y no como mera excusa para llegar a otro problema (el del doble) tal como acontece en “El otro”, también en El libro de arena, y en “Agosto 25, 1983”, de La memoria de Shakespeare. Asimismo, otros escritos como “El sur” (aunque más no sea por esa maravillosa descripción del lento viaje hacia el pasado en el que incurrimos con la visita a las poblaciones alejadas de las grandes ciudades modernas[73]) y “La otra muerte”, publicados en la recopilación de cuentos Artificios y El Aleph respectivamente, rozan el tema.
               En “Utopía de un hombre que está cansado” encontraremos al viaje en el tiempo cumpliendo la función clásica que este prodigio ocupa en la mayoría de los textos que lo tratan. Es decir, sirviendo como medio para comparar las cualidades y características de una posible sociedad futura con la actual. Al respecto, -y será un hecho importante para este trabajo ya que vuelve a situar a Borges en el terreno de su niñez- podremos observar como el futuro al que llega el personaje se identifica plenamente con los ideales anarquistas que su padre le transmitía cuando niño al autor, en lo referente a las fronteras y a la función de los gobiernos, sobre todo. En sus páginas leemos:

         En mi curioso ayer –contesté- (…). El planeta estaba poblado de espectros colectivos, el Canadá, el Brasil, el Congo Suizo y el Mercado Común. [74]
          
           -¿Qué sucedió con los gobiernos?
           - Según la tradición fueron cayendo gradualmente en desuso. Llamaban a elecciones, declaraban guerras, imponían tarifas, confiscaban fortunas, ordenaban arrestos y pretendían imponer la censura y nadie en el planeta los acataba.[75]

                   No es curioso que en sus ensayos sobre el tiempo Borges no se haya detenido demasiado sobre las posibilidades del viaje temporal. No hay duda de que los medios factibles para realizar tal excursión le interesaban (tanto en la reflexión, como en lo literario) mucho menos que sus resultados. Insistir en los distintos procedimientos que hicieran viable el viaje o detenerse en la descripción de las máquinas o artefactos que lo permitieran le parecía superfluo. En efecto, esta es una de las críticas que se atreve a hacerle Borges al género de la ciencia ficción:

         Yo personalmente creo en la inferioridad de la ficción científica. Porque, por ejemplo, si nos dicen que un hombre se pone un anillo, como en la “Volsunga saga”, se vuelve invisible, nos exigen un solo acto de fe. En cambio, si nos dicen que tiene que sumergirse en un líquido especial, que tiene que ser el vino; que tiene que estar desnudo para que no se vea la ropa, como en el admirable Hombre invisible de Wells, nos exigen varios actos de fe. (…). En el otro caso, nos piden un solo acto de fe, ya tradicional: el de un objeto mágico.[76]

               Y lo dicho para la invisibilidad del hombre vale para su traslado en el río temporal. En “Utopía de un hombre que está cansado”, el viajante se encuentra simplemente caminando por un paraje semidesierto cuando de pronto lo encuentra la lluvia, para cuando toca en la casa más próxima a fin de refugiarse, el viaje en el tiempo ya ha sucedido. A lo largo del relato no habrá otra explicación al portento (suficiente para el personaje que llega, suficiente para el lector) más que la que sigue:

         -¿No te asombra mi súbita aparición?
           -No –me replicó-, tales visitas nos ocurren de siglo en siglo. No duran mucho;  a más tardar estarás mañana en tu casa.
           La certidumbre de su voz me bastó. Juzgué prudente presentarme.[77]

               En “El otro” y en “25 de agosto, 1983” el medio utilizado para el desplazamiento en el tiempo será el cotidiano –y siempre mágico- acto del sueño. En Un experimento con el tiempo, J. W. Dunne fundará y promoverá esa idea. Gran parte del libro (escogido y prologueado, como ya se ha mencionado, por nuestro autor, para su colección Biblioteca Personal) está dedicado a los experimentos que realiza Dunne al respecto:
                                                                                                                                                       
         Mi punto de partida era entonces la creencia en la posibilidad de recordar alguna fracción de los sueños perdidos u olvidados, que al parecer habían tenido lugar en las noches en blanco. La nueva hipótesis establecía que esa fracción contendría o podría contener imágenes de acontecimientos tanto pasados como futuros.[78]

                   Refiriéndose a la obra, en su introducción al libro, Brian Inglis comenta:

           Difícilmente puede ser discutido hoy en día el que las personas pueden y efectivamente tienen sueños en los que anticipan acontecimientos futuros o bien ilustran acontecimientos pasados desconocidos, con extraordinaria fidelidad, aunque rara vez con total precisión.[79]

               Podemos observar, con esto, una vez más, de que manera las lecturas de Borges sobre el problema del tiempo le brindan el sustento que hará factible sus ficciones.
               En ambos cuentos, un Borges ya mayor se encuentra con el muchacho que fue alguna vez y el diálogo producto de ese encuentro es lo que refiere el relato. Naturalmente el tema del tiempo está presente y ocupa parte de esa conversación entre dos seres que de pronto parecen haberse trasladado de una fecha a otra (o coexistir en dos años distintos), pero el también familiar problema del doble y de la identidad dominarán el relato, y relegarán el suceso temporal a un segundo plano. Un agregado sobre la relación entre los sueños, el tiempo y el tema literario del viaje en él, encontramos en uno de los diálogos del autor con María Esther Vázquez:

-¿Y los juegos con el tiempo?
-Ése es un tema vinculado con el de los sueños, pero que puede excederlo. (…). Quedan los juegos con el tiempo, que está relacionado con los sueños. Voy a tomar un pasaje del gran poeta inglés Coleridge. El texto es muy breve y dice: “Si un hombre soñara que atraviesa el paraíso y si en el paraíso le fuera entregada una rosa y si al despertar se encontrara con esa rosa en la mano, entonces, ¿qué?”. Nada más escribió Coleridge, pero H. G. Wells, a fines del siglo XIX, pudo leer este texto de Coleridge y escribió una de las novelas fantásticas más extraordinarias, titulada La máquina del tiempo. (…) El viajero debe abandonar ese tiempo futuro, vuelve al presente y trae una flor marchita, una flor que no ha florecido aún y que se deshace en sus manos, algo cenicienta. Wells era muy amigo de Henry James. James leyó esta novela y pensó que él podía hacer algo con este tema. James descartó el artificio científico y creo que obro bien.
-¿Por qué?
-Porque es más fácil creer en un talismán o en una magia (esto es convencional para nosotros) que en una máquina que puede andar por el tiempo. Además, Henry James era ante todo un hombre interesado en la psicología, en los caracteres: prefirió que su viajero del tiempo no recurriera a instrumento alguno. (…). Nuestro protagonista vive leyendo libros del siglo XVIII. (…) y desea vivir en aquella época. (…). Entonces se encierra en su casa, solo, leyendo y llega una noche en que, sin demasiada sorpresa, ve que en la pieza contigua hay una gran luz de candelabros, que hay mucha gente y que él mismo está vestido a la moda del siglo XVIII. No por un artificio científico, sino por la tenacidad y voluntad de su imaginación ha llegado al siglo XVIII. (…) Aquí tendríamos, creo, la mejor forma de esta historia que fue entrevista por Coleridge, que fue continuada por Wells y que fue perfeccionada por Henry James. Un ejemplo espléndido del juego con el tiempo.[80]

               Esa tenacidad y voluntad (o algún otro aspecto psicológico que desconocemos) podrían ser los elementos que transportan al enunciante del poema “Nostalgia del presente”, recopilado en La cifra, al momento anhelado. Sus versos cantan:

               En aquel preciso momento el  hombre se dijo:
                   Qué no daría yo por la dicha
                   de estar a tu lado en Islandia
                   bajo el gran día inmóvil
                   y de compartir el ahora
                   como se comparte la música
                   o el sabor de una fruta.
                   En aquel preciso momento
                   el hombre estaba junto a ella en Islandia.[81]

                   También la que le permitió –y volemos a encontrar aquí el soñar como medio para realizar el viaje en el tiempo; porque el delirio es otra forma del sueño- a Pedro Damián, personaje de “La otra muerte”, volver al pasado para eliminar ese instante de la batalla en que mostró su cobardía, y permitirse así morir como un hombre:

Damián se portó como un cobarde en el campo de Masoller, y dedicó la vida a corregir esa bochornosa flaqueza. Volvió a Entre Ríos; no alzó la mano a ningún hombre, no marcó a nadie, no buscó fama de valiente, pero en los campos del Ñancay se hizo duro, lidiando con el monte y la hacienda chúcara. Fue preparando, sin duda sin saberlo, el milagro. Pensó con lo más hondo: Si el destino me trae otra batalla, yo sabré merecerla. Durante cuarenta años la aguardó con oscura esperanza, y el destino al fin se la trajo, en la hora de su muerte. La trajo en forma de delirio pero ya los griegos sabían que somos las sombras de un sueño. En la agonía revivió su batalla, y se condujo como un hombre y encabezó la carga final y una bala lo acertó en pleno pecho. Así, en 1946, por obra de una larga pasión, Pedro Damián murió en la derrota de Masoller, que ocurrió entre el invierno y la primavera de 1904.[82]

               Resta recordar que en “Utopía de un hombre que está cansado” el protagonista viaja al futuro sin la mediación de ningún artilugio científico, que se descubre en ese tiempo sin demasiada sorpresa, y que trae, de su visita de los tiempos venideros, una pintura en tela que todavía no ha sido creada.  

               Un último viajero del tiempo podríamos hallar en la literatura de Borges. Ese viajero, nada tiene que ver con los que hemos visto y la posibilidad de su viaje es acotada y personal. Funes, ese personaje de la literatura que puede (a través de su memoria infalible) reexperimentar cada acto que ha vivido, no deja de ser un viajero del tiempo, aunque no pueda ir más que hacia al pasado y hacia el pasado que ha vivido. El tiempo, en este cuento sobre la memoria, se destaca a través de dos hechos notorios. Uno, este que acabamos de comentar, por el cual Funes será capaz de revivir cualquier día de su vida sin mayores inconvenientes, debido a que nada le costará recordar, sin perder elemento alguno, cualquier día entero de su vida. Para remontarse hasta el 24 de agosto de cualquier año pasado, solo le bastará con rememorar ese día. El otro, el de su intensidad. El tiempo pasa cuando nos abstraemos, cuando nos distraemos, cuando olvidamos. En nuestra mente no tenemos los años que vivimos, tenemos la edad que recordamos. Funes recuerda todo. Sentémonos a recordar los sucedido en un año, recordaremos un ascenso, un día feliz (seguramente, habremos sido agraciados, y no será uno solo), alguna desdicha que nos ha marcado… Súmense recuerdos, todos aquellos que remitan al año en cuestión y repasemos su medida, un año nuestro equivaldrá a no más de unos días de Funes. El tiempo para él será de una densidad insoportable, vivirá un océano temporal cuyos diámetros y profundidad equivaldría al de miles (o cientos de miles) de hombres. El tiempo de Funes no es comparable al de los hombres. Su vida, aún más breve que la de muchos la sobrepasará incalculablemente en longevidad. A Funes le sigue vedado el futuro, y el pasado de la humanidad, pero el pasado de un solo hombre (el suyo) en su completad integridad bien puede bastar para afirmar que este extraño viajero del tiempo ha vivido (a partir del fatal accidente) en una semi eternidad, que recorre diariamente.

V- Tiempo sobre tiempo sobre tiempo (o la serie infinita): Esa traslación, ese fluir, exige como todos los movimientos un tiempo determinado; tendremos pues, un tiempo segundo para que se traslade el primero; un tercero para que se traslade el segundo, y así hasta lo infinito[83]
                       
            La tesis principal de J. W. Dunne, en su ya mencionada obra Un experimento con el tiempo, es que el tiempo en que vivimos no es único ni se va formando paulatinamente sino que, por el contrario, coexiste con una serie infinita de tiempos que se abarcan unos a otros y desde los cuales, por contenerse, es posible observar tanto los hechos que ocurrieron, como los que ocurren, y los que ocurrirán. El autor sostiene, en rasgos generales, que el hombre se encuentra atado a una única dimensión temporal solamente durante la vigilia, mientras que en los sueños, esa atadura se rompe y su alma (inmortal ya que muere en una, pero perdura en las otras dimensiones del tiempo) se encuentra libre para elevarse de una corriente a otra y así recoger de modo aleatorio imágenes del futuro y del pasado, que conformarán el material con el cual construiremos los sueños. Justamente ellos (en especial los premonitorios) serán un eje central en el armado del modelo temporal de Dunne, al significar una de las pruebas más importantes para su teoría.
            Alguna de las conclusiones que expone Dunne en su libro, y que pueden ayudarnos a entender el modo en que es aprovechado por Borges este modelo de tiempo para  la construcción de sus ficciones, podrían ser:

           El serialismo afirma la existencia de un tipo razonable de “alma”, un alma individual que tiene un comienzo definido en el tiempo, un alma inmortal cuya inmortalidad, como se encuentra en otras dimensiones del tiempo, no contradicen el final evidente del individuo en la dimensión temporal del fisiólogo.[84]

           Afirma la existencia de un observador general superlativo (…) En este observador superlativo, nosotros, observadores individuales y el árbol del que somos ramas, vivimos y tenemos nuestro ser.[85]

            En la primer cita observamos la coexistencia de dos almas en dimensiones de tiempo distintos, el alma inmortal se encuentra en un tiempo que excede y abarca al tiempo de la otra; del mismo modo que el tiempo (el laberinto hecho de tiempo) de Ts´ui Pen, personaje de “El jardín de senderos que se bifurcan”, excede y abarca el tiempo en el que suceden los hechos del relato narrados por el personaje  de Yu Tsun. Al hablar de las ideas de Ts´ui Pen dice el personaje que descifrará su obra:

           Esa trama de tiempos que se aproximan, se bifurcan, se cortan o que secularmente se ignoran, abarca todas las posibilidades. No existimos en la mayoría de esos ejemplos; en algunos existe usted y no yo; en otros, yo, no usted; en otros, los dos. En éste, que un favorable azar me depara, usted ha llegado a mi casa; en otro, usted, al atravesar el jardín, me ha encontrado muerto; en otro, yo digo estas mismas palabras, pero soy un error, un fantasma.[86]

            El libro de Dunne no contempla específicamente la idea de la ramificación del tiempo en sus distintas posibilidades, pero puede sugerirla. En el segundo párrafo citado menciona al árbol del que somos ramas: El tronco de ese árbol bien podría figurar el pasado común del que surgimos y cada rama los distintos destinos que seguimos según la decisión que tomamos en cada momento. En Historia de la eternidad Borges, fundándose en la omnisciencia del dios cristiano, refiere:

           Hércules convive en el cielo con Ulrico Zwingli porque Dios sabe que hubiera observado el año eclesiástico, la Hidra de Lerna queda relegada a las tinieblas exteriores porque le consta que hubiera rechazado el bautismo. Nosotros percibimos los hechos reales e imaginamos los posibles (y los futuros); en el Señor no cabe esa distinción, que pertenece al desconocimiento y al tiempo. Su eternidad registra de una sola vez (uno intelligendi actu) no solamente todos los instantes de este repleto mundo sino los que tendrían su lugar si el más evanescente de ellos cambiara –y los imposibles, también.[87]

               De esta última idea (que encontramos también en “La biblioteca de Babel”: La biblioteca es total (…) y sus anaqueles registran todas las combinaciones de los veintitantos símbolos ortográficos (…) Todo : la historia minuciosa del porvenir, (…), la interpolaciones de cada libro en todos los libros, el tratado que Buda pudo escribir (y no escribió) sobre la mitología de los sajones…[88]) y del aporte del “Tiempo serial” aportado por Dunne (en el cuento leemos: A diferencia de Newton y de Schopenhauer, su antepasado no creía en un tiempo uniforme, absoluto. Creía en infinitas series de tiempos, en una red creciente y vertiginosa de tiempos divergentes, convergentes y paralelos[89]) surge la idea que dará forma a “El jardín de senderos que se bifurcan”.
            Pero la conjunción de estas dos ideas no se encuentra únicamente en ese cuento. Este modelo de tiempo serial creado por Borges en el que todas nuestras posibilidades se realizan lo encontramos también en “Examen a la obra de Herber Quain”, de Ficciones, donde al autor que se reseña se le adjudica el intento de haber creado una pieza literaria siguiendo ese modelo y, tal como referimos aquí, lo asocia a las ideas de Dunne.

                        Hasta el nombre es un débil calembour: no significa «Marcha de abril» sino literalmente «Abril marzo». Alguien ha percibido en sus páginas un eco de las doctrinas de Dunne; el prólogo de Quain prefiere evocar aquel inverso mundo de Bradley, en que la muerte precede al nacimiento y la cicatriz a la herida y la herida al golpe (Appearance and reality, 1897, página 215). Los mundos que propone April March no son regresivos, lo es la manera de historiarlos. Regresiva y ramificada, como ya dije. Trece capítulos integran la obra. El primero refiere el ambiguo diálogo de unos desconocidos en un andén. El segundo refiere los sucesos de la víspera del primero. El tercero, también retrógrado, refiere los sucesos de otra posible víspera del primero; el cuarto, los de otra. Cada una de esas tres vísperas (que rigurosamente se excluyen) se ramifica en otras tres vísperas, de índole muy diversa. La obra total consta, pues, de nueve novelas; cada novela, de tres largos capítulos. (El primero es común a todas ellas, naturalmente.) De esas novelas, una es de carácter simbólico; otra, sobrenatural; otra, policial; otra, psicológica; otra, comunista; otra, anticomunista, etcétera.[90]    

                           En otros textos lo que aparece, sin contaminación alguna, es esa doctrina infinita de Dunne, que incluye la figura de la regresión al infinito que tanto había marcado a Borges cuando niño al visualizarla en una lata de galletitas.[91] Como en el poema “Alguien sueña”, de Los conjurados, por ejemplo, en donde el tiempo sueña el Universo, pero también que Alguien lo sueña[92] (y así ese alguien se ve obligado a soñar un tiempo bis, que sueña a otro alguien, que sueña un tercer tiempo, que sueña a un nuevo alguien, que sueña un cuarto tiempo…).

U. La eternidad (o el tiempo infinito):
           
            El último de los manejos del tiempo que analizaremos, de los tanto que ha sabido entretejer Borges a la hora de crear sus ficciones, será el de la eternidad, o el tiempo infinito. A lo largo de su obra, algunas ideas serán más usadas que otras para mostrar una corriente temporal que no encuentra ni principio ni fin. Por un lado (y sin que rija ordenamiento alguno) encontraremos aquella en la que la eternidad es vivida como un todo absoluto; en donde el pasado, el presente y el futuro no solamente conviven sino que se unifican en un mismo instante; y cuyo ejemplo más claro será el Aleph. Pero por otro estarán las (ya apuntadas) doctrina de los ciclos, la parábola del movimiento de Zenón, o el modelo de la eternidad arquetípica.
            Estas ideas sobre la eternidad, que serán tratadas constantemente en las reseñas, comentarios y ensayos del escritor, encontrarán sus postulados y posibilidades reunidos en los textos que puntualmente Borges ha escrito sobre el tiempo y la eternidad. Primeramente (y sobre todo) en uno de sus ensayos más extenso, publicado como libro, cuando todavía la fama no le era amiga, en 1937, bajo el título Historia de la eternidad, que en su reedición contará con dos textos más que lo complementan “La doctrina de los ciclos” y “El tiempo circular”. El segundo, la conferencia de 1979 escrita sobre el tema, que además le valdrá de título, El tiempo. Y a estas dos fuentes nos remitiremos a fin de observar las distintas formas en que aparecen en su relato.
            En “El tiempo circular” Borges transcribe un pasaje de Hume:
           
         No imaginemos la materia infinita, como lo hizo Epicuro; imaginémosla finita. Un número finito de partículas no es susceptible de infinitas transposiciones; en una duración eterna, todos los órdenes y colocaciones posibles ocurrirán un número infinito de veces.[93]

            En el cuento “El Inmortal”, publicado en El Aleph, el tiempo circular no aparece expresamente. Los hombres que han bebido de las aguas que los excluyen de la muerte no nombran la doctrina ni creen en ella, tampoco el universo es concebido bajo este régimen. Sin embargo, el destino individual de cada inmortal, se encuentra regido por este principio.

         Homero compuso la Odisea; postulado un plazo infinito, con infinitas circunstancias y cambios, lo imposible es no componer, siquiera una vez, la Odisea.[94]

            El autor que, sentado en un tiempo eterno, se pusiera a escribir todos los libros no tendría dificultades en cumplir su objetivo. (Salvo que las combinaciones de un número finito de letras también puedan serlo). Dispuestos a copiar todas las letras del abecedario, en menos de una hora, habremos concluido la tarea. En un día todos los alfabetos de occidente. En un mes los del mundo. En un año todas las palabras que empiezan con la letra a del idioma castellano. En cincuenta todas las que empiezan con vocal de ese mismo idioma. En la eternidad, tarde o temprano, todas las palabras, y las oraciones que puedan construir esas palabras, y los párrafos a los que puedan dar vida las oraciones, y así… El concepto de que ante un conjunto finito en un lapso inacabable de tiempo ese conjunto debe repetirse una y otra vez es el que domina la idea central de “El inmortal”. Ante un conjunto finito (aquel que componen los hombres) y un tiempo interminable, el hombre que no muera deberá encarnar, más tarde o más temprano, a cada uno de los hombres. De una reflexión sobre el tiempo circular, sus posibilidades y sus consecuencias, de allí nace el problema existencial de aquellos para los que la muerte no existe.
           
                        La muerte (o su alusión) hace preciosos y patéticos a los hombres. Éstos se conmueven por su condición de fantasmas; cada acto que ejecutan puede ser el último; no hay rostro que no esté por desdibujarse como el rostro de un sueño. Todo, entre los mortales, tiene el valor de lo irrecuperable y de lo azaroso. Entre los Inmortales, en cambio, cada acto (y cada pensamiento) es el eco de otros que en el pasado lo antecedieron, sin principio visible, o el fiel presagio de otros que en el futuro lo repetirán hasta el vértigo. No hay cosa que no esté como perdída entre infatigables espejos. Nada puede ocurrir una sola vez, nada es preciosamente precario. Lo elegíaco, lo grave, lo ceremonial, no rigen para los Inmortales.[95]

            Y lo que rige para “El inmortal” rige para “La biblioteca de Babel”, el cuento de Ficciones que describe esa biblioteca que es todo el Universo. En donde la repetición infinita de un conjunto finito (el de los caracteres que componen la escritura) da por resultado que la biblioteca contemple todos los libros. Con la salvedad de que en este cuento, la idea del tiempo circular o la doctrina de los ciclos, se ve explicitada en las últimas líneas:

           Este pensador observó que todos los libros, por diversos que sean, constan de elementos iguales: el espacio, el punto, la coma, las veintidós letras del alfabeto. También alegó un hecho que todos los viajeros han confirmado: No hay en la vasta Biblioteca, dos libros idénticos. (…)
           De esas premisas incontrovertibles dedujo que la Biblioteca es total y que sus anaqueles registran todas las posibles combinaciones de los veintitantos símbolos ortográficos (número, aunque vastísimo, no infinito) o sea todo lo que es dable expresar: en todos los idiomas. Todo…[96]

           La certidumbre de que todo está escrito nos anula o nos afantasma.[97]

           Yo me atrevo a insinuar esta solución del antiguo problema: La biblioteca es ilimitada y periódica. Si un eterno viajero la atravesara en cualquier dirección, comprobaría al cabo de los siglos que los mismos volúmenes se repiten en el mismo desorden (que, repetido, sería un orden: el Orden). Mi soledad se alegra con esa elegante esperanza.[98]

                Decimos que en los cuentos mencionados de la idea de un tiempo circular se desprende la trama. En “La ruinas circulares”, cuento de Ficciones, todo es circular. Es circular el escenario (los escenarios) donde transcurre la acción. Son circulares los elementos que favorecerán el prodigio (los planetas, la luna, el anfiteatro en donde se dan clases soñadas). Circular es el destino del héroe. También el tiempo tendrá, naturalmente, la forma del círculo. En el cuento (claramente inspirado por la sentencia –citada en más de una ocasión por el autor- de Novalis: el más grande hechicero sería el que se embrujara él mismo al punto de tomar sus propias fantasmagorías por apariciones autónomas. ¿No sería esta la verdad de nosotros?), además de jugar con la idea de la serie infinita (el soñador que sueña y que a su vez es soñado; y queda así reducido a uno más de una serie de no sabremos nunca cuantos soñadores), observamos como lo ya acontecido vuelve a acontecer, construyendo los ciclos que se van repitiendo y relevando unos a otros.

           Porque se repitió lo acontecido hace muchos siglos. Las ruinas del santuario del dios del Fuego fueron destruidas por el fuego. En un alba sin pájaros el mago vio cernirse contra los muros el incendio concéntrico. Por un instante, pensó en refugiarse en las aguas, pero luego comprendió que la muerte venía a coronar su vejez y a absolverlo de sus trabajos. Caminó contra los jirones de fuego. Éstos no mordieron su carne, éstos lo acariciaron y lo inundaron sin calor y sin combustión. Con alivio, con humillación, con terror, comprendió que él también era una apariencia, que otro estaba soñándolo.[99]

                En estas palabras finales vemos descubierta la trama del tiempo y de repeticiones que otorgan el significado final al relato. Pero estos elementos son sugeridos con anterioridad, y en esa sugerencia se incrementa la idea de lo cíclico y el circuito natural de nacimiento, desarrollo, decrepitación, muerte, y nacimiento nuevamente, que atañe a todos los seres vivos:

         En los crepúsculos de la tarde y del alba, se prosternaba ante la figura de piedra, tal vez imaginando que su hijo irreal ejecutaba idénticos ritos, en otras ruinas circulares, aguas abajo; de noche no soñaba, o soñaba como lo hacen todos los hombres.[100]

               La importancia, en este análisis, recae en la figura del hijo realizando idénticos ritos. Porque de esta manera ocupa el lugar del padre. No son sólo idénticos los ritos, sino las ruinas, que se encuentra más abajo (es destacable el hecho en cuanto el hijo se corresponde con la descendencia y no ascendencia del mago). De igual naturaleza uno y otro, cumpliendo los mismos ritos, ambos en ruinas circulares, el cuento nos conduce a la idea de que ya llegará el turno de que el otro cumpla el ciclo. Su desarrollo como hombre (o como fantasma de hombre) su retorno a las ruinas, su creación de nuevo ser soñado, y, finalmente, el descubrimiento de su propia naturaleza.
               Un hecho más hemos de recatar del cuento. La idea del ciclo, de acto que se repite, se ve robustecida por la sensación de deja vu experimentada por el primer mago. A veces, lo inquietaba una impresión de que hay todo eso había acontecido[101]. Encontramos, aquí, otra vez como recurso la idea del deja vu, esta vez, cumpliendo otra función. Seguramente, porque para dicha idea sea para Borges, menos una convención, que un mero juguete con el que apoyar sus ficciones.
               Un directo homenaje a esta repetición infinita de los actos, a ese pasado que es también futuro (ya que sucedió, pero sucederá otra vez) es el poema publicado en El otro, el mismo, “La noche cíclica”, en el que solo una temporal duda nos distrae de este tiempo para volver a traer a nosotros aquél “Sentirse en muerte” cuyo escenario son los arrabales.
Lo supieron los arduos alumnos de Pitágoras:
los astros y los hombres vuelven cíclicamente;
los átomos fatales repetirán la urgente
Afrodita de oro, los tebanos, las ágoras.
En edades futuras oprimirá el centauro
con el casco solípedo el pecho del lapita;
cuando Roma sea polvo, gemirá en la infinita
noche de su palacio fétido el minotauro.
Volverá toda noche de insomnio: minuciosa.
La mano que esto escribe renacerá del mismo
vientre. Férreos ejércitos construirán el abismo.
(David Hume de Edimburgo dijo la misma cosa).
No sé si volveremos en un ciclo segundo
como vuelven las cifras de una fracción periódica;
pero sé que una oscura rotación pitagórica
noche a noche me deja en un lugar del mundo
que es de los arrabales. Una esquina remota
que puede ser del Norte, del Sur o del Oeste,
pero que tiene siempre una tapia celeste,
una higuera sombría y una vereda rota.
Ahí está Buenos Aires. El tiempo que a los hombres
trae el amor o el oro, a mí apenas me deja
esta rosa apagada, esta vana madeja
de calles que repiten los pretéritos nombres
de mi sangre: Laprida, Cabrera, Soler, Suárez...
Nombres en que retumban (ya secretas) las dianas,
las repúblicas, los caballos y las mañanas,
las felices victorias, las muertes militares.
Las plazas agravadas por la noche sin dueño
son los patios profundos de un árido palacio
y las calles unánimes que engendran el espacio
son corredores de vago miedo y de sueño.
Vuelve la noche cóncava que descifró Anaxágoras;
vuelve a mi carne humana la eternidad constante
y el recuerdo ¿el proyecto? De un poema incesante:
«Lo supieron los arduos alumnos de Pitágoras...»[102]
               Ya hemos mencionado a “La biblioteca de Babel” y al tiempo que le da forma. Pero otra estructura (que Borges aplicará al tiempo) encontramos en ese relato. Esa estructura es la que da de manifiesto la parábola de Aquiles y la tortuga, de Zenón. Recordamos que allí se disputa una carrera entre ambos personajes. El primero, confiado en su ligereza, otorga un metro de ventaja a la tortuga. Ahora bien, Aquiles es diez veces más rápido que el animal; para cuando él recorra un metro, la tortuga habrá recorrido diez centímetros. Aquiles recorre esos diez centímetros, la tortuga se ha distanciado en uno. Aquiles recorre ese uno ¡ya está por alcanzar a la tortuga!, salvo que está ha hecho su parte, es decir, su decímetro correspondiente. Ahora sí, Aquiles cubre ese decímetro, pero el animalito naturalmente no se ha quedado quieto, y ha avanzado la diminuta proporción que le corresponde; y así se escapa nuevamente. Y lo hará cuando el héroe recorra esa distancia, porque la tortuga recorrerá su proporcional, una y otra vez y así infinitamente. Otra parábola que ejemplifica la idea (que consistirá en demostrar que es imposible terminar de recorrer un espacio y que Borges aplicará al tiempo) es la de la flecha cuya llegada a destino es imposible, debido a que para llegar a destino primero debe recorrer la mitad del trayecto, pero recorrer esa mitad, haber hecho la mitad de esa mitad, para llevar a cabo esa tarea haber recorrido la mitad de la segunda mitad –es decir un octavo del recorrido- y para recorrer ese octavo, la mitad del octavo, y así por siempre.  En la “Biblioteca de Babel” leemos:

           Durante un siglo fatigaron en vano los más diversos rumbos. ¿Cómo localizar el venerado hexágono secreto que lo hospedaba? Alguien propuso un método regresivo: Para localizar el libro A, consultar previamente un libro B que indique el sitio de A; para localizar el libro B, consultar previamente un libro C, y así hasta lo infinito... En aventuras de ésas, he prodigado y consumido mis años.[103]

               Esta regresión infinita que hará al bibliotecario consumir sus años, será, apoyada por una idea de carácter religiosa, la herramienta que le permitirá a Jaromir Hladek, personaje de “El milagro secreto”, publicado en Ficciones, llevar a cabo con éxito la finalización de su obra.
               En el cuento, un judío de Praga, tras la invasión de la Alemania nazi a la Checoslovaquia democrática presidida por Benés, es condenado a muerte por la mano invasora. Primero horrorizado, luego eclipsado por el insospechado e irremediable fin, finalmente, con estoica resignación, Jaromir Hladek enfrenta su destino. Cuando la atroz fecha se acerca y Jaromir no ve delante de sí más que la muerte, ruega a Dios le conceda un acto imposible: disponer de un año para terminar su obra; la obra que lo justificará, y justificará al mismo Dios, que por algún motivo debe de haberlo creado. El tiempo le es concedido.
               Además del manejo fundamental del tiempo en el cual se apoya el relato, existen otros elementos que siguiendo el camino que venimos llevando nos interesará señalar. Por un lado, la idea del presente eterno, que ya hemos visto aparece en otros relatos, y que tiene la facultad de anular el futuro. A través de él, Hladek se abstraerá de la muerte:

           Miserable en la noche, procuraba afirmarse de algún modo en la sustancia fugitiva del tiempo. Sabía que éste se precipitaba hacia el alba del día veintinueve; razonaba en voz alta: Ahora estoy en la noche del veintidós; mientras dure esta noche (y seis noches más) soy invulnerable, inmortal.

               Por el otro, la intervención, una vez más, del sueño, como intermediario entre el hombre y el tiempo (destacado aquí como uno de los bienes de Dios):

         Hacia el alba, soñó que se había ocultado en una de las naves de la biblioteca del Clementinum. Un bibliotecario de gafas negras le preguntó: ¿Qué busca? Hladík le replicó: Busco a Dios. El bibliotecario le dijo: Dios está en una de las letras de una de las páginas de uno de los cuatrocientos mil tomos del Clementinum. Mis padres y los padres de mis padres han buscado esa letra; yo me he quedado ciego, buscándola. Se quitó las gafas y Hladík vio los ojos, que estaban muertos. Un lector entró a devolver un atlas. Este atlas es inútil, dijo, y se lo dio a Hladík. Éste lo abrió al azar. Vio un mapa de la India, vertiginoso. Bruscamente seguro, tocó una de las mínimas letras. Una voz ubicua le dijo: El tiempo de tu labor ha sido otorgado. Aquí Hladík se despertó.

               No menos significativa resulta la vinculación del condenado con el tiempo. Hladik ha escrito (al igual que Borges) un volumen sobre las diversas eternidades que han ideado los hombres; y el delirio del protagonista de la obra cuyo fin se propone encontrar tiene la forma del tiempo circular, haciéndolo revivir su drama, una y otra vez.
               El punto de quiebre del relato aparece con una certera frase, El tiempo se detuvo, con lo que un año extra de vida ha sido concedido al condenado.
               Hladik consigue su milagro secreto, da fin a su obra, muere. Hladik llega frente al pelotón que habrá de fusilarlo 15 minutos antes de la hora fijada para su muerte, las nueve de la mañana. A las nueve y dos minutos, según consta el relato, Hladik muere. ¿Qué ha sucedido en esos dos minutos? En esos dos minutos ha de transcurrir el año entero que le ha sido concedido al escritor de Praga para poder conseguir finalizar su obra.
               No preguntaremos cómo ha hecho Dios para llevar a cabo su prodigio, que será siempre para nosotros indescifrable. Pero podremos intentar hallar qué ideas han sido trabajadas por Borges (o que sobre Borges han trabajado). Nos encontraremos entonces, en primer lugar, con la distinción entre el tiempo de los hombres y el tiempo de Dios. Cuenta de este hecho da, en primer lugar, el epígrafe que figura en el cuento. En “Historia de la eternidad”, Borges acude a la siguiente cita: Un día delante del señor es como mil años, y mil años son como un día[104], más adelante, apunta la siguiente nota, que anclea, con exactitud, al texto ensayístico en cuestión al cuento que estamos tratando a través del ya mencionado epígrafe:

           La noción de que el tiempo de los hombres no es conmensurable con el de Dios, resalta en una de las tradiciones islámicas del ciclo del miraj. Se sabe que el Profeta fue arrebatado hasta el séptimo cielo por la resplandeciente yegua Alburak y que conversó en cada uno con los patriarcas y ángeles que lo habitan y que atravesó la Unidad y sintió un frío que le heló el corazón cuando la mano del Señor le dio una palmada en el hombro. El casco de Alburak, al dejar la tierra, volcó una jarra llena de agua; a su regreso, el Profeta la levantó y no se había derramado una sola gota.[105]

                   Luego podremos observar el problema del movimiento (espacial para Zenón, temporal para Borges) y su imposibilidad según las parábolas del filósofo griego. En dos minutos transcurre un año y ese año puede ser contenido en ellos, porque esos dos minutos no acabarán de pasar nunca. El tiempo mental de Hladek comenzará una subdivisión infinitesimal del tiempo que lo llevará (y le prestará) todo un año. Los minutos no corren para Hladek, porque para que sucedan esos dos minutos primero deberá haber corrido el primero, pero para que se cumpla ese primero, anteriormente deberían haber transcurrido treinta segundos y para que estos treinta segundos sucedan quince, y para esos quince, su mitad, y así indefinidamente… y mientras esas subdivisiones procedan e impidan al autor recorrerlos tal como lo recorremos el resto de los humanos, Hladik irá puliendo y completando los versos de la obra que habrá de justificarlo.[106]
               Por ultimo, no podrá dejar de percatarse en esos dos tiempos que, de distinta duración, aún así confluyen, la teoría de los números transfinitos de Bertrand Rusell. En su conferencia sobre el tiempo Borges señala:

         Bertrand Russell lo explica así: hay números finitos (la serie natural de los números 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10 y así infinitamente). Pero luego consideramos otra serie, y esa otra serie tendrá exactamente la mitad de la extensión de la primera. Está hecha de todos los números pares. Así, al 1 corresponde el 2, al 2 corresponde el 4, al 3 corresponde el 6... Y luego tomemos otra serie. Vamos a elegir una cifra cualquiera. Por ejemplo, 365. Al 1 corresponde el 365, al 2 corresponde el 365 multiplicado por sí mismo, al 3 corresponde el 365 multiplicado a la tercera potencia. Tenemos así varias series de números que son todos infinitos. Es decir, en los números transfinitos las partes no son menos numerosas que el todo. Creo que esto ha sido aceptado por los matemáticos. Pero no sé hasta dónde nuestra imaginación puede aceptarlo.[107]
              
               Otra idea del tiempo que aludirá a Dios será el de la unificación de la existencia en un solo instante, donde todo, pasado, presente y futuro, sucede a la vez. La obvia aparición de este tiempo en la narrativa de Borges sucederá en “El Aleph”, pero también, en el cuento escrito en colaboración con Adolfo Bioy Casares “El testigo”. En este último, en un sótano de una casa abandonada, cohabitan, en un mismo espacio, (como científicamente, los tres se estaban en un solo lugar, sin atrás, ni adelante, ni abajo arriba[108]) las personas que son tres en una, es decir, la santísima trinidad. Esta anulación de las dimensiones del espacio será la misma que luego Borges aplicará a las dimensiones del tiempo. La identificación de ambos, en lo referido a la eternidad que estamos tratando, no resulta caprichosa y en Historia de la eternidad, nos encontraremos con la utilización del (o los) mismo s protagonista(s), para ilustrar su aplicación al tiempo:

         El mejor documento de la primera eternidad es el quinto libro de la Eneada; el de la segunda o cristiana, el onceno libro de las Confesiones de San Agustín. La primera no se concibe fuera de la tesis platónica; la segunda, sin el misterio profesional de la Trinidad (…) El Verbo es engendrado por el Padre, el Espíritu Santo es producido por el Padre y el Verbo, los gnósticos solían inferir de esas dos innegables operaciones que el Padre era anterior al Verbo, y los dos al Espíritu. Esa inferencia disolvía la Trinidad. Ireneo aclaró que el doble proceso –generación del Hijo por el Padre, emisión del Espíritu por los dos- no aconteció en el tiempo, sino que agota de una vez el pasado, el presente y el porvenir. La aclaración prevaleció y ahora es dogma.[109]
          
                   Ese agotamiento de una vez del pasado, presente y futuro (más su aplicación al espacio, es decir, el agotamiento de una vez de izquierda, derecha, atrás, adelante, arriba, abajo) es lo que permite al Aleph contener todos los elementos del cosmos en un mimo objeto de proporciones reducidas e inmutables, y del tamaño de una moneda.[110] Tanto en “El Aleph”, como en el “El testigo”, la constitución fantástica de la narración esta sostenida en la idea de esta concepción de la eternidad. Una eternidad que permite, desde un solo punto del tiempo, comprender todo el pasado, presente y futuro y desde un solo punto de una recta, toda su extensión.







A Alfredo V. E. Rubione




             






  







Bibliografía

Abraham, Carlos, Borges y la ciencia ficción. Editorial Quadratta, Bs. As., 2005.
Borges, Jorge Luis y Bioy Casares, Adolfo, Dos fantasías memorables – Un modelo para la muerte, Editorial Alianza, Madrid, 1998.
Borges, Jorge Luis, Autobiografía. Editorial El Ateneo, Bs. As., 1999.
Borges, Jorge Luis, Borges en Revista Multicolor. Editorial Atlántida, Madrid, 1995.
Borges, Jorge Luis, Obras completas. Editorial Emecé, Bs. As., 2005.
Borges, Jorge Luis, Textos recobrados. Editorial Emecé, Bogotá, 2001.
De León, Leonardo, “Un prodigio apenas iniciado”. Artículo publicado en Internet. Disponible en:
www.letras-uruguay.espaciolatino.com/de_leon_leonardo/un_prodigio_apenas_iniciado.htm
Denevi, Marco, “El escándalo Borges”, publicado en Proa, Nro. 23, mayo/junio 1996, Editorial Proa, Buenos Aires.
Dunne, Jhon, W., Un experimento con el tiempo. Editorial Hyspamérica, Bs. As., 1986.
Edelberg, Betina, “Algunos de los muchos recuerdos”, publicado en Proa, Nro. 23, mayo/junio 1996, Editorial Proa, Buenos Aires.
Ende, Michael, Carpeta de apuntes. Editorial Alfagüara, Bs. As., 1996.
Pauls, Alan, El factor Borges. Editorial Anagrama, Barcelona, 2004.
Sarlo, Beatriz, Borges, un escritor en las orillas. Editorial Ariel, Bs. As., 1995.
Schopenhauer, Arthur, El amor, las mujeres y la muerte. Editorial Edicomunicación, Barcelona, 1998.
Vázquez, María Esther, Borges, esplendor y derrota. Editorial Tusquets, Barcelona, 1999.
Vázquez, María Esther, Borges, sus días y sus tiempos. Vergara Editor, Bs. As., 1999.
Williamson, Edwin, Borges, una vida. Editorial Seix Barral, Bs. As., 2006.
Zellini, Paolo, Breve historia del infinito. Ediciones Siruela, Madrid, 1991.





Otra bibliografía consultada

Barrenechea, Ana María; Boido, Guillermo; Bordelois, Ivonne; Kovadloff, Santiago; Rojas, Gonzalo; Quesada, María Sáenz; Salas, Horacio; Vaccaro Alejandro, El universo de Borges. Secretaría de cultura presidencia de la nación, Bs. As., 1999.
Borges, Jorge Luis y Bioy Casares, Adolfo, Museo, textos inéditos. Editorial Emecé, Bs. As., 2002.
Borges, Jorge Luis y Ferrari, Osvaldo, Libro de diálogos. Editorial Sudamericana, Bs. As., 1986.
Borges, Jorge Luis y Ferrari, Osvaldo, Reencuentro, diálogos inéditos. Editorial Sudeamericana, Bs. As., 1999.
Borges, Jorge Luis, Borges en el hogar. Editorial Emecé, Bs. As., 2000.
Flo, Juan (compilador), Contra Borges. Editorial Galerna, Bs. As., 1978.
Hawking, Stephen, Historia del tiempo, del big bang a los agujeros negros. Editorial Crítica, Bs. As., 1988.
Jurado, Alicia, Borges, genio y figura. Editorial Eudeba, Bs. As., 1996.
Russell, Bertrand, ABC de la relatividad. Editorial Hyspamerica, Bs. As., 1985.
Sorrentino, Fernando, Siete conversaciones con Jorge Luis Borges. Editorial El Ateneo, Bs. As., 2001.
Teitelboim, Volodia; Los dos Borges. Vida, sueños, enigmas. Ediciones Merán, Albacete, 2003.




[1] El autor que nos ocupa ha comentado repetidas veces tanto el libro mencionado como la obra de Olaf Stapledon en general (se pueden ver reseñas en los volúmenes recopilatorios Borges en el Hogar y Textos Cautivos, entre otros). Asimismo existe  una versión (la correspondiente a la editorial Minotauro) de Hacedor de Estrellas, prologueada por Jorge Luís Borges. Este prólogo puede hallarse en la recopilación de prólogos Prólogos con un prólogo de prólogos –en cualquiera de sus ediciones- también incluido en las Obras Completas del autor.
[2] La reseña y traducción de J.L.Borges a este libro fue publicada en el volumen Borges en Revista Multicolor, tomo I, pág. 33. Editorial Atlántida, Madrid, 1995 y en Borges, Textos recobrados, tomo II, pág. 95. Editorial Emecé, Bogotá, 2001. Originalmente había sido publicada en la Revista Multicolor de los Sábados, del diario Crítica, en el Nro. 40, del 5 de diciembre de 1934 (según anoticia Borges, en Revista Multicolor) o en el Nro. 51, del 28 de julio de 1934 (según Borges, textos recobrados)
[3] Sobre esta idea, que utilizamos de excusa para comenzar este escrito, se explaya Borges en el comienzo de su conferencia sobre el tiempo dictada en la Universidad de Belgrano, y publicada luego en el volumen titulado Borges oral, incluido en el tomo 4 (pág. 214) de sus Obras Completas.
[4] Zellini, Paolo: Breve historia del infinito, Ediciones Siruela, Madrid, 1991.
[5] Esta sutil apreciación nos la hace notar la autora referida en Borges, un escritor en las orillas, pág. 13. Editorial Ariel, Bs. As., 1995.
[6] En una enumeración, mucho más sutil y perfecta, el Borges mayor, personaje del cuento “Agosto 25, 1983”, recopilado en La memoria de Shakespeare  señala:

Algo peor comprendí que era una obra maestra en el sentido más abrumador de la palabra. Mis buenas intenciones no habían pasado de las primeras páginas; en las otras estaban los laberintos, los cuchillos, el hombre que se cree una imagen, el reflejo que se cree verdadero, el tigre de las noches, las batallas que vuelven en la sangre, Juan Muraña ciego y fatal, la voz de Macedonio, la nave hecha con las uñas de los muertos, el inglés antiguo repetido en las tardes.
(…)
               Además, los falsos recuerdos, el doble juego de los símbolos, las largas enumeraciones, el buen manejo del prosaísmo, las simetrías imperfectas que descubren con alborozo los críticos, las citas no siempre apócrifas.

J. L. Borges, Obras Completas, tomo III, pág. 415. Editorial Emecé, Bs. As. 2005

[7] Esta idea es compartida por María Esther Vázquez en su biografía Borges, esplendor y derrota. Allí, bajo el subtítulo “De los juegos infantiles a las obsesiones literarias” la autora dice: Casi todos los grandes temas de Borges arrancaron de situaciones reales vividas en la infancia (Vázquez, M.E., Borges, esplendor y derrota, pág. 36-37. Editorial Tusquets, Barcelona, 1999).
               Asimismo es esbozada, y por tanto, podría llegar a creerse, compartida por Leonardo de León, en su breve homenaje a Jorge Luís Borges “Un prodigio apenas iniciado”, cuya increíble similitud de sus palabras iniciales con el primer párrafo de este trabajo deberá creer el incrédulo lector son mera coincidencia, por la simple razón de que es eso cierto. Y han sido descubiertas por quien escribe en una de las últimas revisiones del presente trabajo. El texto de Leonardo de León para las almas curiosas se encuentra disponible en:
www.letras-uruguay.espaciolatino.com/de_leon_leonardo/un_prodigio_apenas_iniciado.htm
[8] Ende, Michael, en “Sobre el eterno infantil”, Carpeta de apuntes, pág. 238. Editorial Alfagüara. Bs. As. 1996.
[9] J.L.Borges, Obras Completas, tomo II, pág. 174. Editorial Emecé, Bs. As. 2005
[10] J.L.Borges, Obras Completas, tomo III, pág. 211 Editorial Emecé, Bs. As. 2005
[11] Tal vez una contestación de Borges a una pregunta de su alguna vez anhelada Estela Canto nos revele cierta empatía del autor con este paréntesis. Allí, ante la pregunta ¿Qué opina del coraje? Borges, olvidando la entrevista, según nos detalla Canto, contesta: Es lo que más admiro. Porque me parece lo más difícil de conseguir. “Entrevista con Jorge Luís Borges, por Estela Canto”, en Textos recobrados, tomo II, pág. 361. Editorial Emecé, Bogotá, 2001.
[12] Podemos agregar a las razones esgrimidas, siempre que demos credibilidad a la conjetura de  Edwin Williamson en su errático libro Borges, una vida, (Editorial Seix Barral, Bs. As., 2006) de que la narración estaría basada en un acontecimiento vivido por Borges en una de las tardes en que regresaba de su asistencia a la escuela pública –en la cual el mismo autor ha reconocido ser objeto de las burlas de sus compañeros en su Autobiografía  (“como yo usaba lentes y llevaba cuello y corbata al estilo de Eton, padecía las burlas y bravuconadas de la mayoría de mis compañeros…” Borges, J.L: 1999)- podríamos agregar, entonces, las palabras que encontramos en el cuento “El Hacedor”:

           El recuerdo era así. Lo había injuriado otro muchacho y él había acudido a su padre y le había contado la historia. Éste lo dejó hablar como si no escuchara o no comprendiera y descolgó de la pared un puñal de bronce, bello y cargado de poder, que el chico había codiciado furtivamente. Ahora lo tenía en las manos y la sorpresa de la posesión anuló la injuria padecida, pero la voz del padre estaba diciendo: Que alguien sepa que eres un hombre, y había una orden en la voz. La noche cegaba los caminos; abrazado al puñal, en el que presentía una fuerza mágica, descendió la brusca ladera que rodeaba la casa y corrió a la orilla del mar, soñándose Áyax y Perseo y poblando de heridas y de batallas la oscuridad salobre.
J.L.Borges, Obras Completas, tomo II, pág. 170. Editorial Emecé, Bs. As. 2005

[13] Borges, Jorge Luís: Autobiografía, pág. 23. Editorial El Ateneo, Bs. As., 1999.
[14] J.L.Borges, Obras Completas, tomo II, pág. 450. Editorial Emecé, Bs. As. 2005.
[15] Borges, Jorge Luís: Autobiografía, pág. 32. Editorial El Ateneo, Bs. As., 1999.
[16] Borges, Jorge Luís, Obras Completas, Tomo III, pág. 247. Editorial Emecé, Bs. As. 2005.
[17] Borges, Jorge Luís: Autobiografía, pág. 19. Editorial El Ateneo, Bs. As., 1999.
[18] Ídem: pág. 23-24.
[19] Ídem: pág.  24-25.
[20] Ídem: pág. 32
[21] La abuela paterna será clave, también, en otros aspectos de la niñez del autor que luego trascenderán en su literatura. Por un lado encontramos su constante interés por la literatura: Fanny Haslam era una gran lectora (Borges, Jorge Luís: Autobiografía, pág. 18. Editorial El Ateneo, Bs. As., 1999.) Pero también, y sobre todo, el idioma inglés, En casa se hablaba inglés por mi abuela inglesa y español por el resto de la familia. Yo sabía que tenía que hablar con mi abuela materna de un modo (…), con mi abuela paterna (…), de otro, y que esos dos modos, no se parecían. (palabras de Borges publicadas en el libro de conversaciones entre el autor y María Esther Vázquez Borges, sus días y sus tiempos, pág. 44. J. Vergara Editor, Bs. As. 1999) y, last but not least, la narración de una historia que servirá luego para construir el argumento de un cuento que no pasará desapercibido: De chico le hoy a contar Fanny Haslam muchas historias sobre la vida de frontera de aquellos tiempos. Una de ellas aparece en mi cuento “Historia del guerrero y de la cautiva. (Borges, Jorge Luís: Autobiografía, pág. 17. Editorial El Ateneo, Bs. As., 1999.)
[22] Borges, Jorge Luís: Autobiografía, pág. 15. Editorial El Ateneo, Bs. As., 1999.
[23] Borges, Jorge Luís, Obras Completas, Tomo III, pág. 155. Editorial Emecé, Bs. As. 2005
[24] En Vázquez, María Esther, Borges, sus días y su tiempo, pág. 43. J. Vergara Editor, Bs. As. 1999.
[25] Borges, Jorge Luís, Obras Completas, Tomo II, pág. 171. Editorial Emecé, Bs. As. 2005.
[26] En “Propos de Mme. Leonor Acevedo de Borges”, París, Cahiers de L`Herne, 1964, pág. 10. Citado en Williamson, Edwin, Borges, una vida, pág. 62. Editorial Seix Barral, Bs. As. 2006. En esta página, la anterior y las siguientes, Williamson se explayará generosamente sobre la obsesión del niño Borges por los tigres.
[27] Borges, Jorge Luís: Autobiografía, pág. 20. Editorial El Ateneo, Bs. As., 1999
[28] Borges, Jorge Luís, Obras Completas, Tomo IV, pág. 461. Editorial Emecé, Bs. As. 2005.

[29] Denevi, Marco, en “El escándalo Borges”, artículo publicado en la revista Proa, Nro. 23, mayo/junio 1996, Editorial Proa, Buenos Aires.
[30] En Vázquez, María Esther, Borges, sus días y su tiempo, pág. 105. J. Vergara Editor, Bs. As. 1999
[31] Borges, Jorge Luís, Obras Completas, Tomo I, pág. 578. Editorial Emecé, Bs. As. 2005.

[32] Edelberg, Betina, “Algunos de los muchos recuerdos”, publicado en la revista Proa, Nro. 23, mayo/junio 1996, Editorial Proa, Buenos Aires.
[33] Citado en Williamson, Edwin, Borges, una vida, pág. 456. Editorial Seix Barras, Bs. As., 2006
[34] Borges, Jorge Luís, prólogo a Los conjurados, en Obras Completas, Tomo III, pág. 495. Editorial Emecé, Bs. As. 2005.
[35] Borges, Jorge Luís, Obras Completas, Tomo IV, págs. 181-182. Editorial Emecé, Bs. As. 2005.

[36] La revelación la hace Borges en una de las entrevistas que formarán parte de la cinta documental Borges para millones, del año 1978, dirigida por Ricardo Willicher.
[37] A modo de referencia señalaremos que los primeros autores son comentados por Jorge Luís Borges tanto en Historia de la eternidad como en su conferencia brindada sobre el tiempo en la Universidad de Belgrano, recopilada más tarde en el libro Borges oral. Los volúmenes de Gunn y Dunne sobre el tema fueron escogidos por el autor para formar parte de la colección de libros Biblioteca personal, que llevaban un prólogo suyo presentando cada volumen (la muerte lo encontró cuando estaba trabajando en los tomos de Gunn, que han sido editados acéfalos). Las figuras de Berkeley y Hume resultan fundamentales para el ensayo “Nueva refutación del tiempo”. De todos estos autores, además, Borges se ha explayado en numerosas reseñas, críticas y comentarios para los distintos medios en los que ha colaborado. La figura de Heráclito y ese río que fluye atraviesan casi toda su obra.  
[38] Borges, Jorge Luís, Obras Completas, Tomo II, pág. 182. Editorial Emecé, Bs. As. 2005.
[39] En la cita que hace Borges de Berkeley se lee “Todo el coro del cielo y los aditamentos de la tierra –todos los cuerpos que componen la poderosa fábrica del universo- no existen fuera de una mente; no tienen otro ser que ser percibidos; no existen cuando no los pensamos, o sólo existen en la mente de un espíritu superior”. Borges, Jorge Luís, Obras Completas, Tomo II, pág. 146. Editorial Emecé, Bs. As. 2005.

[40] Borges, Jorge Luís, Obras Completas, Tomo I, págs. 602. Editorial Emecé, Bs. As. 2005.
[41] Borges, Jorge Luís, Obras Completas, Tomo I, pág. 166. Editorial Emecé, Bs. As. 2005.
[42] Borges, Jorge Luís, Obras Completas, Tomo II, pág. 448 Editorial Emecé, Bs. As. 2005.
[43] Ídem.
[44] Ídem: pág. 449.
[45] Borges, Jorge Luís, Obras Completas, Tomo I, pág. 411. Editorial Emecé, Bs. As. 2005
[46] Borges, Jorge Luís, Obras Completas, Tomo I, pág. 25. Editorial Emecé, Bs. As. 2005.
[47] Idem: pág. 157.
[48] Ídem.
[49] Borges, Jorge Luís, Obras Completas, Tomo IV, pág. 506. Editorial Emecé, Bs. As. 2005.
[50] Borges, Jorge Luís, Obras Completas, Tomo I, pág. 390. Editorial Emecé, Bs. As. 2005.
[51] Esta idea del tiempo es una de aquellas sobre las que reflexiona Jaromir Hladík en su obra Vindicación de la eternidad en el cuento publicado en Artificios “El milagro secreto”: Niega que todos los hechos del universo integran una serie temporal. Arguye que no es infinita la cifra de las posibles experiencias del hombre y que basta una sola “repetición” para demostrar que el tiempo es una falacia…” (Borges, J. L. Obras Completas, Tomo I, pág. 547. Ed. Emecé. Bs. As. 2005)
[52] Borges, Jorge Luis, Obras Completas, Tomo II, pág. 158. Editorial Emecé, Bs. As. 2005.
[53] Idem: pág. 375.
[54] Borges, Jorge Luís, Obras Completas, Tomo IV, pág. 215. Editorial Emecé, Bs. As. 2005.
[55] Ídem.
[56] Ídem.
[57] Borges, Jorge Luís, Obras Completas, Tomo III, pág. 504. Editorial Emecé, Bs. As. 2005.
[58] Ídem: pág. 339.
[59] Ídem: pág. 347.
[60] Ídem: pág. 510.
[61] Borges, Jorge Luís, Obras Completas, Tomo II, pág. 383. Editorial Emecé, Bs. As. 2005.
[62] Idem: pág. 155.
[63] Pauls, Alan, El factor Borges. Pág. 137. Editorial Anagrama, Barcelona, 2004.
[64] Borges, Jorge Luís, Obras Completas, Tomo II, pág. 157. Editorial Emecé, Bs. As. 2005.
[65] Idem: pág. 314.
[66] Idem: pág. 495.
[67] Borges, Jorge Luís, Obras Completas, Tomo III, pág. 336. Editorial Emecé, Bs. As. 2005
[68] Borges, Jorge Luís, Obras Completas, Tomo I, pág. 70. Editorial Emecé, Bs. As. 2005
[69] Schopenhauer, Arthur, El amor, las mujeres y la muerte. Editorial Edicomunicación, Barcelona, 1998.
[70] Borges, Jorge Luís, Obras Completas, Tomo II, pág. 546. Editorial Emecé, Bs. As. 2005
[71] Borges, Jorge Luís, Obras Completas, Tomo IV, pág. 218. Editorial Emecé, Bs. As. 2005
[72] Idem: pág. 221.
[73] La descripción es la siguiente:

Alguna vez durmió y en sus sueños estaba el ímpetu del tren. Ya el blanco sol intolerable de las doce del día era el sol amarillo que precede al anochecer y no tardaría en ser rojo. También el coche era distinto; no era el que fue en Constitución, al dejar el andén: la llanura y las horas lo habían atravesado y transfigurado. Afuera la móvil sombra del vagón se alargaba hacia el horizonte. No turbaban la tierra elemental ni poblaciones ni otros signos humanos. Todo era vasto, pero al mismo tiempo era íntimo y, de alguna manera, secreto. En el campo desaforado, a veces no había otra cosa que un toro. La soledad era perfecta y tal vez hostil, y Dahlmann pudo sospechar que viajaba al pasado y no sólo al Sur.

Borges, Jorge Luís, Obras Completas, Tomo I, pág. 564-565. Editorial Emecé, Bs. As. 2005

[74] Borges, Jorge Luís, Obras Completas, Tomo III, pág. 62. Editorial Emecé, Bs. As. 2005
[75] Idem: pág. 64.
[76] Borges, Jorge Luís y Ferrari, Osvaldo, Reencuentro: Diálogos inéditos. Bs. As. Ed. Sudamericana, 1999. Citado en Abraham, Carlos, Borges y la ciencia ficción, pág. 107. Editorial Quadrata, Bs. As. 2005.
[77] Borges, Jorge Luís, Obras Completas, Tomo III, pág. 61. Editorial Emecé, Bs. As. 2005
[78] Dunne, Jhon W., Un experimento con el tiempo, págs. 84-85. Editorial Hyspamérica, Bs. As. 1986.
[79] Idem: pág. 16.
[80] Vázquez, María Esther, Borges, sus días y su tiempo, págs. 150 a 152. J. Vergara Editor, Bs. As. 1999.
[81] Borges, Jorge Luís, Obras Completas, Tomo III, pág. 346. Editorial Emecé, Bs. As. 2005
[82] Borges, Jorge Luís, Obras Completas, Tomo I, pág. 615. Editorial Emecé, Bs. As. 2005
[83] Borges, Jorge Luís, Obras Completas, Tomo II, pág. 27-28. Editorial Emecé, Bs. As. 2005
[84] Dunne, Jhon W., Un experimento con el tiempo, pág. 227. Editorial Hyspamérica, Bs. As. 1986.
[85] Idem: pág. 228.
[86] Borges, Jorge Luís, Obras Completas, Tomo I, pág. 514. Editorial Emecé, Bs. As. 2005
[87] Idem: pág. 385.
[88] Idem: pág. 502.
[89] Idem: pág. 514.
[90] Idem: págs. 495-496.
[91] Y que también, entre tantos otros escritos, figurará en “El Golem”, donde el rabino mira a su creación, tal como Dios mira al rabino, y nos deja la impresión de que otro Dios mayor mira de igual forma a ese dios que formó y que ha creado al rabino.
[92] Borges, Jorge Luís, Obras Completas, Tomo III, pág. 513. Editorial Emecé, Bs. As. 2005
[93] Borges, Jorge Luís, Obras Completas, Tomo I, pág. 421. Editorial Emecé, Bs. As. 2005
[94] Idem: pág. 579.
[95] Idem: pág. 580.
[96] Idem: pág.: 501-502.
[97] Idem: pág. 505.
[98] Idem.
[99] Idem: pág. 487.
[100] Idem: pág. 486.
[101] Idem: pág. 486.
[102] Borges, Jorge Luis, Obras Completas, Tomo II, pág. 257. Editorial Emecé, Bs. As. 2005
[103] Borges, Jorge Luis, Obras Completas, Tomo I, pág. 504. Editorial Emecé, Bs. As. 2005

[104] Idem: pág. 383-384.
[105] Idem: pág. 384. (Nota al pie).
[106] Tomamos para este análisis la interpretación según la cual el año otorgado por Dios ocupa en el tiempo de los hombres un lapso de dos minutos. Bien podría decirse (distintas marcas del texto así lo señalan) que ese lapso de dos minutos no es tal, y que el año transcurre en un  instante, y que el tiempo del hombre no sufre alteración alguna. Lo cierto es que tanto en una como en otra interpretación, el cuento es harto más difícil de imaginar sin las parábolas del movimiento de Zenón.
[107] Borges, Jorge Luis, Obras Completas, Tomo IV, pág. 218. Editorial Emecé, Bs. As. 2005
[108] Borges, Jorge Luis y Bioy Casares, Adolfo, Dos fantasías memorables – Un modelo para la muerte, pág. 21. Editorial Alianza, Madrid. 1998.
[109] Borges, Jorge Luis, Obras Completas, Tomo IV, pág. 381-382. Editorial Emecé, Bs. As. 2005
[110] Es en este sentido, en la existencia de un elemento (el Aleph) que siendo parte no sea menor que el todo (el Universo) que Borges hace mención de los números transfinitos –números que cumplen con esa cualidad- en la posdata que forma parte del relato.